Treinta años lleva ya Juventudes Musicales celebrando su Festival de Primavera en el Salón de Carteles de la Real Maestranza, y lo hace convocando jóvenes promesas frente a un público fiel, que la semana pasada tuvo oportunidad de conocer al flamante último ganador del prestigioso Premio Paloma O’Shea del Festival de Santander, Dmytro Choni, y ésta ha sido el jovencísimo alemán Georg Razumovskij quien vino con un ecléctico programa a exhibir sus skills, como se refieren los anglosajones a las virtudes y recursos de quien pretende hacer valer sus aptitudes.
Bien aprendido y con muchas ganas de encandilar al público, Razumovskij llegó con un premio bajo el brazo, el que le ha otorgado el Rota Piano Week, un proyecto creado por entre otros Óscar Martín, que hoy cierra junto a la violinista Macarena Martínez esta edición del festival. En su particular viaje por la música del Clasicismo al siglo XX, incluyendo una composición propia, el joven pianista mostró cualidades sobresalientes, lo que no impide la necesidad de mejorar ciertos aspectos de su interpretación, especialmente en lo que se refiere a expresividad e intensidad emocional.
Un programa ecléctico
Dos piezas del Clasicismo dichas sin pausa arrancaron el concierto. La primera, una de las más de quinientas sonatas que compuso Domenico Scarlatti cuando estaba al servicio de las monarquías españolas y portuguesas, de textura densa y cadencia muy pausada, sirvió para adentrarse en el rigor historicista, con toques secos y esquemáticos que no hacen justicia al espléndido sonido del instrumento. Mejor en estos casos dejarse llevar por el vuelo y la amplitud que permite un piano moderno, despreciando el corsé que impone los nuevos criterios interpretativos. Igual se puede decir de la Sonata nº 38 de Haydn, que brilló en su arranque centelleante y su final juguetón, pero convenció menos en su adagio central, menos ensoñador de lo conveniente. Más en estilo, Razumovskij ofreció una apabullante versión de la Sonata Op. 1 de Prokofiev, pieza concebida para el exhibicionismo técnico no exento de lirismo y riqueza melódica, que dosificó con maestría, sinceridad y una considerable seguridad.
Con la Polonesa nº 1 de Liszt se recreó en su exacerbado romanticismo, con acertadas progresiones de intensidad emocional y sutiles cambios de registro. Esa delicadeza se mantuvo en el Minueto, casi un vals lento, de la Sonatina de Ravel, de quien supo captar su espíritu y esencia como cualquier intérprete experimentado. De Brahms ofreció un contundente y feroz Scherzo Op. 4, su obra más temprana conocida, de textura gruesa y contrapuntística que el joven resolvió con hechuras titánicas. Por cierto, qué curioso resulta que a veces podamos confundir plagio con casualidad: el tema central de esta vertiginosa página coincide con el famoso tema principal de Theodorakis para la película Z de Costa-Gavras, y a la vez con la canción Ai no sono recogida en el álbum de Stevie Wonder Journey Through the Secret Life of Plants.
Hombre orquesta
La gran sorpresa llegó al final, cuando el joven intérprete se atrevió a tocar simultáneamente al teclado y el saxofón una pieza propia en un reconocible estilo new age, que encandiló al público y amplió las posibilidades de futuro de un inquieto intérprete que necesita naturalmente encontrar su propio lenguaje y profundizar más en expresividad emocional, porque técnica y sensibilidad no le faltan.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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