Maria Joao Pires piano Antonio Meneses violonchelo Programa: Sonata para violonchelo y piano nº 3 Op. 69 de Beethoven; Sonata para arpeggione y piano D.821, e Impromptus D.899 nº 2 y 3 de Schubert; Sonata para violonchelo y piano nº 1 Op. 38 de Brahms
Teatro de la Maestranza, Jueves 24 de noviembre de 2011
Recuerdo cuando era niño lo mucho que mi padre admiraba al público sevillano, por su elegancia y saber estar. Qué sorprendido se quedaría hoy con una ciudad que sus habitantes maltratan sistemáticamente, ensuciándola y destrozándola, y con la colección de toses, caídas de objetos y agresiones varias que se suceden frecuentemente en el Maestranza, propios de quienes se aburren con la música pero no renuncian a pasearse por el templo de sus vanidades; a lo que hay que añadir aplausos inoportunos que al menos tienen la lectura positiva de provenir de un público nuevo y no habituado del que puedan surgir nuevos aficionados.
El reencuentro de la famosa pianista portuguesa Maria Joao Pires con el público sevillano sufrió todo ese mal comportamiento de forma exagerada, hasta el punto de influir sobremanera en la percepción de la propia música, y quién sabe si incluso en la concentración de los intérpretes. No deja de ser paradójico que en un ciclo de piano el programa se centrase en sonatas para violonchelo y piano, si bien la compenetración entre ambos artistas logró que el protagonismo evidente de la cuerda no brillara excesivamente por encima del teclado. Pires posee una digitación prodigiosa, capaz de articulaciones claras y muy concisas, con un fraseo elegantísimo que provoca a menudo que sus versiones no resulten del agrado de quienes preferimos mayor incisividad y temperamento en las páginas de Beethoven y Brahms.
Se da la circunstancia de que las obras elegidas prescinden de adagio. La Sonata para arpeggione (instrumento de efímera existencia consistente en un violonchelo con seis cuerdas que se toca en posición de guitarra), única pieza de Schubert abordable por violonchelistas solistas, tiene un breve adagio, y la Sonata de Beethoven una mera introducción del allegretto en ese tiempo. Y sin embargo todo en el concierto del Maestranza tuvo aires de adagio perfumado y relamido, escaso en expresividad y no así de languidez. Caso flagrante el de la Sonata de Brahms, enérgica y excitante y de enorme plasticidad, que salvo en el contrapuntístico allegro final tan deudor de Bach, resultó también un tanto melifluo, más centrado en la forma que en el fondo, por mucho que Meneses lograse extraer del violonchelo un sonido amplio y cálido.
Los Impromptu de Pires son de referencia, tal como quedó demostrado en su grabación de los 90 Le voyage magnifique, y así quedó patente en una exhibición gimnástica y acelerada de los dos centrales de la primera serie, de articulación perfecta especialmente en la mano derecha, aunque echándose en falta un poco más de ímpetu en los acompañamientos de la izquierda. Como propina ofrecieron una composición del brasileño José Guerra Vicente, tan romántico y dulzón como fue abordado el resto del concierto.