Mucho se ha escrito sobre el reciente anuncio de los maestros y maestras de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla de ejercer su derecho de huelga, pero siempre desde un mismo prisma y enfoque, el de la intolerancia y la censura frutos de un adoctrinamiento que va haciendo mella entre las clases supuestamente intelectuales, sin que muchos sean conscientes de ello; otros por supuesto no están más que aplicando el ideario oficial de un régimen presuntamente democrático que cada vez lo parece menos. A esta hora ya hace mucho que se ha desconvocado la huelga, algo de lo que sin duda nos alegramos la mayoría de los melómanos y quienes venimos disfrutando del buen hacer de este singular conjunto de ejemplares intérpretes. No acostumbro a ejercer análisis político desde estas páginas dedicadas fundamentalmente a analizar la música y el cine desde un punto de vista estrictamente artístico. Me he resistido también en esta ocasión a engrosar las voces que se pronuncian sobre la huelga anunciada por la ROSS, sin embargo han sido motivos técnicos los que me han impedido opinar con mayor actualidad, pues la unanimidad en medios y blogs a la hora de criticar y sacrificar la decisión de nuestros músicos me ha empujado a dar otro enfoque al asunto y decantarme así por el camino de la controversia.
El derecho a la huelga es uno de los grandes logros de nuestra democracia, y así lo recoge el apartado segundo del artículo 28 de nuestra Constitución, esa que tanto enarbolamos cuando nos interesa (el independentismo catalán y la monarquía parlamentaria son dos buenos ejemplos por los que muchos y muchas se rasgan las vestiduras) e ignoramos cuando no se adapta a nuestros gustos y necesidades. Por supuesto que no deseaba que se suspendisen las funciones de El ocaso de los Dioses, todo un hito de nuestro Teatro de la Maestranza, culminación de la Tetralogía de Wagner y por extensión del sueño de todo amante de la ópera, que en los ejemplares montajes de La Fura dels Baus ha encontrado además un inmejorable vehículo de entretenimiento y placer estético y musical. Por otro lado me confieso admirador de Pedro Halffter, cuyo trabajo al frente de nuestro teatro y orquesta ha merecido de mi parte más elogios que reproches, y sobre cuyos emolumentos nunca he querido pronunciarme, pues soy defensor del libre mercado y el liberalismo económico, y si hay tantos que nos roban y chupan la sangre sin ofrecernos nada a cambio, por qué no voy a respetar que se enriquezca quien trabaja a destajo y produce resultados a mi juicio tan satisfactorios. Sin embargo es él uno de los puntos más controvertidos de las reivindicaciones de los integrantes de la ROSS. No me agrada por lo tanto a nivel personal que entren en huelga contra Halffter y al precio de suspender el epílogo de El anillo del Nibelungo. Pero tampoco me gusta cuando quiero volar que los controladores aéreos se pongan en huelga, o cuando conduzco que me desvíen de mi camino por una manifestación, o si voy a urgencias que la atención se dilate por servicios mínimos. Sin embargo no me siento ni víctima ni rehén de las reivindicaciones, casi siempre legítimas, de los huelguistas y manifestantes. Ejercen un derecho que también tengo reconocido yo para velar por mis intereses y evitar abusos, que cuando se ejerce supone una decisión muy dramática, generalmente asociada a una renuncia de carácter económico y sentimental. Porque con la suspensión de El ocaso cada músico hubiera perdido una enorme cantidad de dinero y la ilusión de formar parte de este sensacional espectáculo, para convertirse en diana de rencores y reproches fáciles que ahogan el respeto y la consideración que merece todo y toda trabajadora.
Aunque breve, el artículo 28.2 de la Constitución Española de 1978 ocupa un lugar de honor en el Título I de nuestra Carta Magna; es consustancial a la libertad y la dignidad del Hombre. Llamar chantajista a quien lo ejerce, con todas sus trágicas consecuencias y con una muy meditada voluntad de mejorar su condición y con ello la de todos nosotros y nosotras, es un atentado a la libertad, que no se puede justificar en el ejercicio de otra libertad, la de prensa, porque ataca al honor y la dignidad de quien decide luchar por sus derechos. Tildar alegremente de injustificados o irracionales las exigencias de los miembros de ésta u otra colectividad artística trasciende el cometido que tenemos como críticos de arte. La prensa a menudo distorsiona la realidad, y hace que no contemos con los recursos suficientes para valorar y entender por qué nuestros músicos, sean españoles o nacidos en el extranjero, pues no hay diferencia, llegan a tomar una decisión tan drástica y dramática. Por ello lo único que cabe esperar de nosotros y nosotras, como profesionales, como ciudadanos y, sobre todo, como seres humanos inteligentes, es respetar decisiones que aunque no nos gusten no supongan más que el ejercicio de un derecho reconocido constitucionalmente y que nos diferencia de aquellos países donde la libertad es un grado al que ni siquiera se puede aspirar. Afortunadamente la huelga se ha desconvocado. Su anuncio parece haber surtido efecto y la ROSS podría hoy disfrutar de mejores condiciones laborales, porque no son unos privilegiados, nadie les ha regalado nada, han luchado mucho para llegar donde están, y que otros estén peor no es un consuelo ni una justificación, sino una motivación para luchar por un mundo mejor y servir de inspiración para que también otros lo hagan, aprovechando los mecanismos que todavía se nos dispensan; porque cualquier día, por el camino que llevamos, podríamos perder nuestros derechos fundamentales y libertades públicas, con tanto como lucharon nuestros abuelos por ellos.