La OCNE en el Auditorio Nacional |
Fin de semana muy especial para el Teatro de la Maestranza, ocasión única para revalidar su condición de primer teatro lírico de Andalucía, al presentar en días consecutivos la Orquesta y Coro Nacionales de España, largamente ausentes de su programación, y la Gala lírica conmemorativa del veinticinco aniversario del coliseo. Ocasión además para festejar la supervivencia de un ente cultural tan imprescindible como éste, y que a lo largo de su todavía corta vida ya ha sufrido muchos vaivenes políticos y económicos, el último de rabiosa actualidad pero del que tenemos total seguridad saldrá también airoso. En esta primera cita Pedro Halffter volvió al podio del escenario maestrante, en una temporada en la que hasta ahora sólo lo habíamos podido disfrutar desde el foso operístico.
El reclamo del concierto de la OCNE fue la tantas veces programada Carmina Burana de Orff; en 2011 tuvimos doble ración de ella, una participativa y otra para conmemorar precisamente el vigésimo aniversario del teatro y la ROSS. Una apuesta segura que ha contado siempre con el entusiasmo del público, que en última instancia es quien domina el futuro de la institución.
Leonor Bonilla |
Pero antes Halffter programó una serie de piezas de honda raigambre española, tan del gusto también del honorable público. En sus manos volvimos a apreciar matices y texturas que rara vez antes habíamos notado en audiciones de las piezas seleccionadas. Así su Obertura de La muerte de Tasso, ópera que se representó en su integridad en este teatro en enero de 2008, sonó vitalista y llena de color, ritmo y jovialidad; la Orgía de Turina contó con un ímpetu y energía contundentes; y el Tiento del primer tono y batalla imperial de su padre Cristóbal Halffter obtuvo una precisión extraordinaria y un juego de dinámicas y contrastes digno de todos los elogios. Pero quizás fue la celebérrima Danza nº 1 de La vida breve la que llegó a sorprendernos más, por su ductilidad, fiereza y combinación de temperamento y sutileza como pocas veces antes habíamos escuchado. El abanico nacionalista se completó con otra de las piezas recurrentes que siempre se ganan el fervor del público, el Intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez, que se tocó como propina al final del concierto, justo después de Carmina Burana, en lo que a algunos nos pareció el colofón de un homenaje encubierto al recientemente desaparecido Frühbeck de Burgos, tan vinculado a esta formación, que tanto gustaba de estos interludios zarzueleros, y cuyo último trabajo discográfico fue precisamente la Cantata de Orff.
Carlos Daza |
Una obra cuya interpretación se saldó con muy buenos resultados, gracias a la fuerza y vistosidad con la que Halffter atacó la pieza, consiguiendo de todas las familias instrumentales prestaciones gozosas, a pesar de alguna que otra entrada errática en los siempre sufridos metales. Instrumentistas que portaban lazo verde, no sólo en solidaridad con los músicos de nuestra Sinfónica sino también en reivindicación de sus propias necesidades y alarmas. Halffter, que bien conoce a este conjunto al que ha dirigido tantas veces, volvió a convencernos de su talento, revalidado con la ovación de un público enfervorecido con cuyo favor siempre ha contado el director madrileño, no así como lamentablemente le ocurre con los profesionales a los que dirige y que tantos problemas le está reportando. Precisamente la profesionalidad y buen temple de éstos y los cantantes, coros y solistas, salvaron una función accidentada cuando a poco de comenzar Olim lacus colueram, el tenor vasco Beñat Egiarte sufrió un desvanecimiento que obligó a interrumpir el concierto, y una vez asegurada su salud ya fuera del escenario, reanudar en Ego sum abbas a cargo del barítono catalán Carlos Daza. Afortunadamente para el espectáculo esta era la única intervención del tenor, que debía haber atacado en falsete y no a pleno pulmón como hizo Egiarte, un esfuerzo considerable que quizás aceleró una afección ya manifestada. Daza por su parte defendió su parte excelentemente, flexibilizando su registro hasta extremos extenuantes y teatralizando su rol de forma tan conveniente como la exhibida en el magnífico Tempus est iocundum de la apoteosis final. La joven y preciosa sevillana Leonor Bonilla aseguró sin duda su carrera con una intervención magistral a todos los efectos, llena de dulzura en el In trutina y generosa en ornamentaciones en el Dulcissime. El coro deleitó con equilibrio y entusiasmo y los disciplinados niños de la Escolanía de Los Palacios volvieron a dar en la diana. Alguien debería sin embargo haberles invitado a abandonar el escenario durante las propinas, que los pobres acusaron un considerable cansancio obligados a mantenerse en pie durante tanto tiempo.