Infatigable hasta la médula, generoso donde los haya, Michael Thomas prosigue su labor divulgadora y educativa en nuestra comunidad, que hace tiempo eligió como residencia definitiva y donde nunca agradeceremos suficiente el trabajo que hace para integrar a nuestros jóvenes, y no tanto, intérpretes en un mundo laboral medianamente digno, especialmente aquí en Sevilla y, sobre todo, en Almería. Alabamos su capacidad para diseñar programas tan atractivos como el que protagonizó su regreso a las tablas del Turina, y nos sentimos afortunados de que, gracias a él entre otros y otras artífices, hayamos recuperado para la ciudad una orquesta que fue pionera en su época de la mano de Falla, y así completar la oferta sinfónica local aunque sea con ribetes a menudo camerísticos.
Este regreso frente a un público reducido por exigencias de las circunstancias, vino con una serie de partituras escandinavas bajo el brazo, entre las que no pudo faltar Sibelius y Grieg, pero también brindó la oportunidad de escuchar piezas de los hoy poco conocidos Armas Järnefelt y Bernhard Crusell. Finlandia, Noruega y con carácter tangencial también Suecia, fueron las escalas de este solemne programa, en cierto modo en sintonía con estos funestos tiempos. Un viaje que arrancó con una obra muy apreciada en La última noche de los Proms, el Praeludium de la suite orquestal del compositor y director finlandés, más tarde nacionalizado sueco, Armas Järnefelt, que la Bética defendió con fuerza expresiva, rigor técnico y cierta espectacularidad a pesar de sus limitados efectivos, especialmente una sección de cuerda mínima, quizás tal como Falla la diseñó pero decididamente inapropiada para algunas de las páginas que se convocaron en el programa, especialmente las de Grieg. Afortunadamente los vientos sonaron potentes y precisos, acentuando el carácter espectacular de la pieza y el acierto de la Bética en su cometido. Otra cosa fue un Vals triste de Sibelius alicaído y excesivamente frágil, lo que influyó en un acabado general desequilibrado y falto de estilo, más lánguido que patético y corto sentimentalmente, seguramente como consecuencia de esa limitación en la cuerda, por otro lado impuesta por la distancia social y las reducidas proporciones del escenario.
Un estupendo clarinetista
Un sensacional Antonio Salguero vino a sustituir al clarinetista inicialmente propuesto, Pablo Barragán, cuya residencia en Alemania le impidió viajar con las garantías y exigencias necesarias. Como en otras ocasiones la solvencia de Salguero al instrumento fue más que probada, de una cantabilidad proverbial, un dominio del fraseo y el legato absolutos y un gusto exquisito para modular y marcar los acentos. Quedó así un Concierto nº 2 “Grande” de Crusell de arrebatada estética clasicista al que la orquesta se plegó con respeto y profesionalidad, acentuando en ocasiones las tendencias grandilocuentes de su autor, el más famoso y reconocido autor finlandés de la época antes de que apareciera Sibelius. Tras una dramática introducción de tintes beethovenianos, la entrada de Salguero añadió lirismo y ligereza más al estilo de Haydn, resultando especialmente arrebatador su forma de acometer el movimiento lento, con calidez y gentileza y unas ornamentaciones de contornos sumamente elegantes, hasta que en el allegretto final brilló en virtuosismo y calidad técnica, siempre muy atento a las condiciones del instrumento, que tocó con una fluidez extraordinaria. El Homenaje a Falla de Bela Kovacs, que tocó como propina, sirvió para perpetuar ese dominio técnico y expresivo apuntado que le haría merecer una carrera internacional a la altura de los mejores clarinetistas.
Decíamos a propósito de Grieg que su música demanda una orquesta de mayores efectivos, sin embargo Thomas y la Bética salvaron con muy buena nota la Danza sinfónica nº 2, con muy solventes aportaciones de metales y arpa. Este allegretto grazioso inspirado en un halling, danza de las montañas noruegas, exige entre su fuerza expresiva un candor poético dominado por los acentos agudos del flautín, que el conjunto aprovechó en todo su esplendor. En la selección de Peer Gynt propuesta, con números extraídos de sus dos suites, la orquesta triunfó en La mañana con dinámicas muy marcadas, y en un desgarrador La muerte de Ase. Pero una vez más la falta de cuerda se hizo evidente en una Canción de Solveig un punto estridente y seca, mientras la Danza de Anitra y, en menor medida, la Danza árabe, se resolvieron con más acierto y contundencia.
Hola, gracias por su crítica. En el concierto de ayer, 31 de octubre, en la plantilla orquestal no hubo trombones ni tuba en ningún momento
ResponderEliminarPerdón, se me fue la olla con la orquestación original de la pieza, y quizás con la falta de visibilidad desde mi asiento y con las mamparas protectoras. Lo corregiré como corresponde. Gracias y mil disculpas
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