domingo, 25 de mayo de 2025

CUERDA Y VIENTO PARA DESPEDIR TEMPORADA

Concierto nº 12 del ciclo de música de cámara de la ROSS 2024-25. Alexa Farré Brandkamp y Uta Kerner, violines; Alberto García Pérez, viola; Ivana Radakovich Radovanovich, violonchelo; Matthew James Gibbon Whillies, contrabajo; José Luis Fernández Sánchez, clarinete; Ramiro García Martín, fagot; Joaquín Morillo Rico, trompa. Programa: Octeto en Fa mayor D803, de Schubert. Espacio Turina, domingo 25 de mayo de 2025


Hace diez temporadas, el ciclo de música de cámara de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla arrancaba precisamente con esta obra, ideal para combinar talentos de diversas familias orquestales, cuerda, viento madera y viento metal. Esta vez cierra la presente temporada como preámbulo de la que viene, donde se ha destacado la presencia de un mayor número de piezas que combinan cuerda y viento. La única intérprete que coincidió en esta ocasión y la del 2014 es la violinista Ute Kerner, pero de nuevo atisbamos los mismos inconvenientes, relacionados con la dificultad de diálogo que se presenta entre ambas familias instrumentales.

Matthew Gibbon apenas esbozó unas tímidas aunque simpáticas palabras en torno a una obra cuya complejidad y alcance merece una introducción más ilustrada. Apuntar que tocar en inglés se traduce por jugar para destacar el carácter juguetón de la pieza, es quedarse corto frente a la cantidad de matices que ofrece una obra magistral que poco o nada refleja la tortuosa vida por la que en esos momentos atravesaba Schubert, a poco de morir, arruinado económicamente, frustrado sentimentalmente y decepcionado a nivel artístico. Y sin embargo, capaz de escribir una pieza gozosa y llena de luz y esperanza como este octeto a imagen y semejanza del Septimino de Beethoven, tal como se lo solicitó quien le encargó el trabajo, el conde Ferdinand Troyer, clarinetista aficionado que buscaba una pieza para tocar en sus veladas musicales, de ahí la importancia del instrumento en prácticamente cada uno de sus seis movimientos.


Una obra de carácter intimista, a pesar de su aspecto a gran escala, lírica y gozosa, rica en melodía y color. Algo debió fallar sin embargo en esta nueva incursión de los y las músicos de la ROSS para que todo este gozo y encanto no llegara a transmitirse en su totalidad, llegando a convertirse en una larga secuencia de superposiciones tímbricas, algún que otro desencuentro, un trabajo más depurado en dinámicas y aislados apuntes de virtuosismo técnico que no llegaron a lo que de verdad importa, emocionar y contagiar con su optimista encanto.

Apenas fuimos capaces, a pesar del magisterio indiscutible de cada uno y una de sus ocho intérpretes, de apreciar el clima discretamente alterado, casi angustiado, de su primer movimiento, ni esa coda ensoñadora y poética que lo culmina. El adagio fue desarrollado con flexibilidad y pulcritud, pero sin atisbo de sincera emoción, ni ese efecto dramático que se le supone, a pesar del buen trabajo desarrollado por el clarinetista, José Luis Fernández Sánchez. Mejor el allegro vivace, dinámico y jovial, con otro buen trabajo en nómina, esta vez la violonchelista Ivana Radovanovich en el trío. Mucho mejor el tema y variaciones, extraído de un dúo de su ópera Los amigos de Salamanca, con protagonismo bien resuelto de cada una de las voces convocadas, especialmente el encanto desplegado por el clarinetista y el violín de Alexa Farré.

Poca melancolía nos provocó el minueto, donde destacó el buen oficio de Joaquín Morillo a la siempre difícil y comprometida trompa. Y, finalmente, inmejorable transición de la tormentosa introducción al alegre y desenfadado allegro final, potenciando el carácter de divertimento de una obra cuya creciente intensidad emocional no tuvo respuesta adecuada en una plantilla disciplinada pero escasamente motivada a tenor de los tibios y desiguales resultados.

Fotos: Marina Casanova

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