USA-Reino Unido-España 2014 150 min.
Dirección Ridley Scott Guión Steven Zailian, Adam Cooper, Bill Collage y Jeffrey Caine Fotografía Dariusz Wolski Música Alberto Iglesias Intérpretes Christian Bale, Joel Edgerton, Aaron Paul, Ben Mendelssohn, María Valverde, Ben Kingsley, Sigourney Weaver, Indira Varma, Golshifteh Farahani, Dar Salim, Tara Fitzgerald, Hiam Abbass Estreno en España 5 diciembre 2014
A estas alturas a nadie sorprende que el Ridley Scott de Alien y Blade Runner no asome por ninguna parte; ni siquiera Gladiator tenía la fuerza y la categoría de esas dos obras mayores. Pero tampoco vale empeñarse en su supuesta mediocridad y falta de imaginación. Sus películas mantienen un nivel de dignidad que las coloca por encima de la media en los géneros que toca, y el histórico no es una excepción. Exodus no le hará sombra a Los diez mandamientos, como tampoco se la han hecho la multitud de adaptaciones que cine y televisión han ofrecido de la historia de Moisés, desde el telefilm protagonizado por Burt Lancaster a los seriales italiano y americano sobre La Biblia, pasando por los dibujos animados de Dreamworks y El príncipe de Egipto. Se trata otra vez de la misma historia y eso ya corre en contra, porque todos y todas la conocemos, sabemos su final y cada uno de sus episodios, por mucha variante que se le quiera introducir. Aquí, como ocurría hace unos meses con Noé de Darren Aronofsky, se trata de adaptarse a los tiempos, porque ahora el procentaje de agnósticos es igual o mayor que el de creyentes, mientras que cuando Cecil B. De Mille estrenó su epopeya bíblica la mayoría de la población potencialmente espectadora se emocionaba con la mística católica. El impacto que tuvo Los diez mandamientos hace más de medio siglo, y que duró décadas en función de cada nuevo reestreno, generalmente en Semana Santa, no lo pretende repetir Scott ni nadie. Eran otros tiempos, y la de Charlton Heston y Yul Brynner suponía lo último en avance tecnológico. Pero aunque su memoria perdure, gracias a la televisión y los soportes digitales domésticos, su mayor encanto es puramente kitsch, casi el de un suntuoso musical sin canciones, sin menospreciar sus indiscutibles valores dramáticos y artísticos. La razón para volver a contar la misma historia es la de siempre, ofrecérsela a los nuevos públicos y hacer caja con ello. Pero si además se acompaña de un nuevo propósito, mejor, y el de Scott es hacer una versión válida para creyentes y agnósticos, intentando explicar con fundamentos puramente científicos y psicológicos los grandes milagros que acontecen en el Antiguo Testamento. El ejercicio se antoja por supuesto estéril, porque hay acontecimientos inexplicables de forma ajena a lo paranormal y porque algunos razonamientos hacen, nunca mejor dicho, agua por todas partes. Sin embargo Scott propone un espectáculo visual de primer orden, rodado en Almería y Fuerteventura, con reconstrucciones virtuales extraordinarias de paisajes como el Templo de Luxor, y una mayor fidelidad en personajes y costumbres, al estilo historicista que hoy también en el cine se procura emplear si de una obra con cierta dignidad se trata. Por otro lado su dramaturgia puede resultar plomiza para algunos, mientras otras personas la encontrarán atractiva e incluso entretenida. Lástima que en el apartado interpretativo no merezca resaltar apenas la atracción que María Valverde ejerce sobre una cámara a la que hipnotiza. En cuanto a la música de Alberto Iglesias, parece plegada a los parámetros de la factoría Hans Zimmer, perdiendo su personalidad.
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