martes, 25 de agosto de 2015

PERIANES, TEMIRKANOV Y HALLENBERG EN SANTANDER

64 Edición Festival Internacional de Santander
Agosto 2015. Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria

Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Javier Perianes, piano. Yuri Temirkanov, director. Programa: Ma mere l'oye y Concierto para piano en Sol mayor, de Ravel; Selección de las Suites 2 y 3 de Romeo y Julieta, de Prokofiev. Domingo 16

Il Pommo d'Oro. Ann Hellenberg, mezzosoprano. Maxim Emelyanychev, director. Programa: Agrippina en Italia (Arias de óperas de Haendel, Porpora, Magni, Sammartini, Telemann y Orlandini; Sinfonía nº 5 de Brescianello; Concerto a Quattro de Galluppi).
Martes 18

El mismo escenario que coronó hace apenas unas semanas el talento del joven pianista sevillano Juan Pérez Floristán, saludó a otro virtuoso andaluz del instrumento, éste igualmente joven pero ya consagrado, como es Javier Perianes. Un nombre muy asociado a nuestro Teatro de la Maestranza, del que fue primer artista residente de su historia, y que en esta ocasión se vio acompañado a la batuta por Yuri Temirkanov, una leyenda viva de la dirección orquestal con el que en 1994 nuestra orquesta abordó por primera vez la Sinfonía nº 7 de Shostakovich, en la que fue sin duda una cita para no olvidar. Perianes continúa ampliando su repertorio, y si en su último registro descubríamos su sensibilidad al teclado para desgranar algunas de las Piezas Líricas del escandinavo Edward Grieg, con uno de cuyos nocturnos nos deleitó en este concierto como propina, su versión del Concierto para piano de Ravel se antojó sin embargo algo más raquítica y austera de lo que es habitual en él. Hubiésemos deseado incluso que se decantara por una ejecución más engolada de una obra en la que no alcanzó el nivel jazzístico que demanda, y en la que su proverbial facilidad para emocionarnos quedó encubierta por una página que no exige demasiados artificios ni lucimientos, pero sí un lirismo y una fuerza que el genial pianista onubense no logró alcanzar ni siquiera en el bellísimo adagio.

Tampoco el acompañamiento orquestal de Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo se deslizó por estas lides, optándose igualmente por una versión más prosaica y académica de la partitura. Sí brillaron por el contrario las piezas de Mi madre la oca, distinguidas por la atmosférica magia que le impregó el célebre director, más exótico que sensual pero magistral en su capacidad para emocionar, siempre desde una estética tan sutil como elegante. Esperábamos sin embargo una selección de Romeo y Julieta de Prokofiev, integrada por casi toda la Suite nº 2 y apenas tres movimientos de la nº 1, más contundente y enérgica. Temirkanov se limitó a ofrecer una versión aseada, invitando continuamente al buen hacer de los excelentes solistas de la plantilla, pero sin llegar en ningún momento a la excelencia ni, por lo tanto, a ser sensacional. Simplemente algo por encima de la mera corrección. Otra cita del Festival de Santander que tuvimos ocasión de atender fue la de la magnífica mezzosoprano sueca Ann Hallenberg, acompañada por la orquesta barroca Il Pomo d'Oro, dirigida por el joven ruso Maxim Emelyanychev, que tan grato recuerdo nos dejó en Sevilla en la última temporada lírica con un Don Giovanni instrumentalmente antológico.

La cita se retrasó una hora exacta por indisposición de la cantante, lo que aparentemente le obligó a suprimir dos de las arias más febriles y furiosas del programa, Già tutto valore del Nerone de Orlandini y Mi paventi il figlio indegno del Britannico de Carl Heinrich Graun, una de las piezas de repertorio de Pauline Viardot, según rezaba el programa de mano. En contrapartida añadió dos arias de Haendel, más comedidas pero cantadas, como el resto del programa, con un gusto exquisito, una exigente capacidad para el fraseo y la modulación, una línea de canto homogénea y un timbre sedoso y hermosísimo. La cita se desarrolló en torno a la figura de Agrippina, madre y cónyuge de emperadores y comandantes romanos, rodeada de ambición, lascivia, envidias y celos, material idóneo para grandes dramas líricos, en esta ocasión barrocos. Haendel, Porpora y Telemann encabezaron una lista de compositores, en su mayoría italianos, fascinados por el personaje. Lástima que Hallenberg evidenciara una considerable carencia expresiva, traducida en insuficiencia dramática o cierta incapacidad para interpretar a la par que cantar. Emelyanychev por su parte desplegó un enorme brío y dinamismo a la hora de enfrentarse a la estupenda plantilla de este conjunto de reciente formación, sustituyendo con gracia y desparpajo a Riccardo Minasi, director habitual del grupo. Especialmente luminosa resultó la interpretación de la Sinfonía nº 5 de Brescinaello, de incofundible estilo vivaldiano, sobre todo su envolvente adagio central.

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