El centenario de la muerte de Debussy ha encontrado también su hueco en estas noches del Alcázar, esta vez con un programa muy elaborado y consistente en el que se aglutinaron nombres de la música francesa de principios del siglo XX, algunos de ellos muy poco frecuentados hoy, que dieron buena muestra de la influencia de la personalidad y la estética del genial compositor compatriota y ayudaron a enmarcar su obra y su tiempo con una elocuencia y una ductilidad sobresalientes. Para ello tuvimos ocasión de disfrutar de la feliz asociación del flautista de la Sinfónica Vicent Morelló y la sensacional arpista sevillana, tras algún encuentro puntual en los atriles de la Orquesta de la Comunidad Valenciana. Disciplina, seriedad y perfecta compenetración definieron su buen rendimiento a lo largo del recital.
Los delicados cuidados que exige el flamante arpa, una preciosísima joya de precisión y orfebrería, y las habituales divagaciones de Morelló introduciendo las piezas, dilataron la duración de esta ofrenda musical en la que ambos instrumentistas comenzaron a destacar ya con la Suite en dúo de Jean Cras, oficial de la armada que se inspiraba en sus viajes y el mar que le servía de ruta para componer sus piezas, entre las que se encuentran unos aclamados trío y cuarteto, así como la ópera Polifemo. De corte impresionista y fuertemente cromático, sus aires orientales y frecuentes arabescos encontraron eco en la flexibilidad del flautista y la elegancia de la arpista, con un evocador assez lent como eje central. En solitario Morelló se hizo con dos de las tres piezas para flauta de Pierre-Octave Ferroud, Bergère Captive y Jade, desarrolladas con encanto y simplicidad, como apuntaba su autor, y dejando entrever el influjo de la Siesta del fauno en sus sensuales líneas melódicas. Obra debussyniana que también homenajea Lili Boulanger, hermana y alumna de la más célebre Nadia, en su Nocturno, que compuso en apenas dos días mientras preparaba su participación en el prestigioso Concurso de Roma. Aquí Morelló cantó en la flauta con el atento y delicado acompañamiento de Montes, destacando ese crescendo final evocador de la wagneriana muerte de Isolda.
La fragilidad de las cuerdas de tripa se compensa con su sonido dulce y aterciopelado, lo que posibilitó a Montes Mateo recrear una Fantasía Op. 95 de Saint-Saëns absolutamente brillante, por su caligrafía y por su extraordinaria habilidad e indiscutible sensibilidad para hacer justicia a una página tan generosa en filigranas, giros y detalles. Aunque en el programa y en la presentación se empeñaron en que lo que cerraba el concierto eran las Canciones de Bilitis de Debussy, en realidad se trató de los Seis Epígrafes Antiguos que compuso como música incidental para una puntual interpretación de esas doce canciones (ampliadas con otros tres cantos) concebidas para ilustrar los poemas eróticos de su amigo Pierre Louÿs. De cualquier forma los intérpretes volvieron a desgranar elegancia y dominio técnico en estas piezas, transcritas por ellos mismos a partir de la versión para piano a cuatro manos, aunque a esas alturas el programa ya había evidenciado lo que se temía, que la homogeneidad del limitado repertorio provocaría cierta monotonía y un exceso de relajación. Pero mereció la pena.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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