USA 2018 133 min.
Dirección Damien Chazelle Guión Nicole Perlman y Josh Singer, según el libro de James R. Hansen Fotografía Linus Sandgren Música Justin Hurwitz Intérpretes Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll, patrick Fugit, Lukas Haas, Pablo Schreiber, Brian D’Arcy James, Ciarán Hinds, Aurelien Gaya, Ethan Embry, Shea Whigham Estreno en Festival de Venecia 29 agosto 2018; en españa 11 octubre 2018; en Estados Unidos 12 octubre 2018
El argumento de la nueva película de Damien Chazelle comienza donde terminaba el de Elegidos para la gloria, la cinta de Philip Kaufman centrada en el Proyecto Mercury, que entrenó a siete astronautas seleccionados entre los mejores pilotos de Estados Unidos y lanzó a varios de ellos al espacio, incluido el legendario John Glenn, primero en orbitar tres veces alrededor de la Tierra. Igual que los superhéroes han virado del desenfado inicial del Superman de Richard Donner al atormentado Batman de Christopher Nolan y los Marvel que le han seguido, lo hace la visión trágica del director de La La Land respecto a la a menudo cómica epopeya espacial del Kaufman de aquellos primeros ochenta. Chazelle ha cambiado de registro, de sus musicales iniciales Guy and Madeleine on a Park Bench, Whiplash (no exactamente un musical, pero sí con la música como ingrediente fundamental) y la popular cinta ya mencionada, para embarcarse ahora en un episodio trascendental de la historia americana y del hombre en general, la llegada de éste a la Luna. Con un tono eminentemente melancólico y apuntando las mismas críticas que ya destacaba la multioscarizada película de Kaufman, como es el sacrificio humano frente a una gesta que apenas beneficia a unos cuantos cuando tantos problemas quedan por solucionar en nuestro planeta, y el empeño de gobiernos y administraciones por combatir al enemigo en plena Guerra Fría, Chazelle fija su atención desde el minuto cero en una tragedia familiar que parece convertirse en motivación para el famoso astronauta y su gesta por alcanzar esa Luna, un trozo de cielo en el que quizás poder reencontrarse con el alma pura que le fue vilmente arrebatada. El director convierte así la historia en experiencia metafísica, casi religiosa. A partir de ahí las constantes son las de siempre, el duro adiestramiento, las críticas al sistema (que nunca llegan a ninguna parte y no sirven para cambiar las cosas ni un ápice), los miedos internos, el papel abnegado y de mero adorno, pero contestatario y luchador como corresponde a los tiempos, de la mujer, y el uso partidista, en este caso de Estado, de los recursos en favor de causas alejadas del acervo popular y más próximas al anhelo propagandístico de nuestros dirigentes. Gosling pone la cara con poco gesto al protagonista de la gesta y la tragedia, mientras el realizador hace su trabajo con ambición poética, esmero estético y corrección dramática, sin que los resultados lleguen a sobrepasar el mero entretenimiento, el relax visual y la fiesta musical a la que se entrega su compositor, el mismo Justin Hurwitz de las canciones de La La Land, que ahora mimetiza algunos pasajes del Hans Zimmer de Interstellar y la Barcarola de Offenbach.
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