En
lo estrictamente musical, el viaje propuesto ayer por Lucas Macías y la ROSS, y que se repetirá hoy, emergió como un rico
lienzo en el que se distinguieron multitud de colores, desde los más vistosos a los más discretos, dentro de un programa
al que se denominó alegremente impresionismo. Debussy, protagonista de toda la
segunda parte, rehuía del término, mientras Poulenc sólo tomaba prestados aspectos concretos de él, combinados
con detalles del clasicismo y un modernismo lacerante, y la pieza de Coll
deriva de influencias más afines a la
segunda mitad del pasado siglo que al recurrente movimiento francés.
Tres
valores destacados
Sólo
un día después de estrenar en Les Arts de Valencia su ópera Enemigo del pueblo, la música del
valenciano Francisco Coll sonó
triunfante en el Maestranza, con su pieza Hímnica,
de 2021. No podemos considerarla exactamente vanguardista, por cuanto bebe del
sempiterno legado de Ligeti, licuado con las influencias cinéfilas de las que tanto han bebido los de su
generación, por lo que no es difícil percibir en ella aspectos tantas veces
escuchados en Williams, Goldenthal o Shore.
Macías
dirigió con criterio y extremo cuidado
en las dinámicas y las texturas, esta pieza envolvente que da máximo
protagonismo a la cuerda aguda, generando un tejido de fuertes contrastes que
va evolucionando conforme avanza y
surgen sonoridades diversas desde el uso siempre convencional de la orquesta,
permitiéndose apenas el atrevimiento de algún singular instrumento de percusión.
El
Concierto para dos pianos de Poulenc
es una de sus obras más populares e imperecederas, aparentemente dispuesto para entretener sin más, pero
que provoca una sensación de gozo efervescente cargado de referencias y siempre
con Ravel en el horizonte. Siguiendo
la tradición no oficial de hermanos y hermanas pianistas que hacen carrera
juntos, como las legendarias Labèque o nuestros Del Valle, los holandeses hermanos Jussen hicieron gala de un
virtuosismo extremo, como no cabía esperar menos, pero también de una potente musicalidad, vigorosos en
los pasajes más voluptuosos de la partitura, delicados en los más relajados.
La
caricia de la naturaleza y la brisa del mar
Por
muchas veces que se interpreten las dos piezas que conformaron la segunda parte
del concierto, su belleza y
majestuosidad hacen que siempre sean bien recibidas, más si se ofrecen bajo
las excelentes formas con que lo hizo un inspiradísimo Lucas Macías frente a
una disciplinada y atenta orquesta.
El
flautista cacereño Ignacio de Nicolás
Gaya se encargó de conducirnos con sensualidad y dulzura por el suntuoso Preludio para la siesta de un fauno de
Debussy, mientras Macías manejó la seductora
paleta de colores de la pieza con fluidez y máximo control. Todo fue
trasparencia y ensueño en esta interpretación de la célebre obra, transmitiendo
todo el candor del atardecer y la
frescura de una naturaleza envolvente.
En
términos parecidos, acentuando los frecuentes estallidos de color y cambios de
registro que presenta la partitura, deambuló la versión que disfrutamos de El mar, partitura incomparable y de una belleza extrema, que en manos de
Macías sonó, como la siesta, breve y
efímera, y sin embargo intensa. No resultó difícil distinguir la calma y al tempestad, la furia y la placidez de los
océanos, sus adversidades pero también sus virtudes relajantes, en esta interpretación llena de luz y drama,
con intervenciones fastuosas de maderas y metales, y el siempre distinguido
trabajo de la cuerda, con mención especial al relieve que son capaces de aportar chelos y contrabajos, llegándose
a sugerir incluso cierta tensión erótica en el conjunto.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía


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