viernes, 7 de noviembre de 2025

EL ÍMPETU DE LOS JUSSEN Y LA DELICADEZA DE MACÍAS

Sinfónico 5: Impresionismo. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Lucas y Arthur Jussen, pianos; Lucas Macías, dirección. Programa: Hímnica, de Francisco Coll; Concierto para dos pianos y orquesta en Re menor FP 61, de Francis Poulenc; Prélude à l’après-midi d’un faune y La mer, de Claude Debussy. Teatro de la Maestranza, jueves 6 de noviembre de 2025


Llegó el frío, con moderación, y con él la licencia para que los fastidiosos tosedores, menos eso sí que en temporadas anteriores, desafíen a los músicos, malogrando aquellos pasajes que exigen una mayor concentración por parte de intérpretes y oyentes. Lo decimos porque tuvimos como vecino de butaca a un músico retirado de la orquesta y nos confirmó lo mucho que molesta desde el escenario sufrir estos ataques despiadados.

En lo estrictamente musical, el viaje propuesto ayer por Lucas Macías y la ROSS, y que se repetirá hoy, emergió como un rico lienzo en el que se distinguieron multitud de colores, desde los más vistosos a los más discretos, dentro de un programa al que se denominó alegremente impresionismo. Debussy, protagonista de toda la segunda parte, rehuía del término, mientras Poulenc sólo tomaba prestados aspectos concretos de él, combinados con detalles del clasicismo y un modernismo lacerante, y la pieza de Coll deriva de influencias más afines a la segunda mitad del pasado siglo que al recurrente movimiento francés.

Tres valores destacados

Sólo un día después de estrenar en Les Arts de Valencia su ópera Enemigo del pueblo, la música del valenciano Francisco Coll sonó triunfante en el Maestranza, con su pieza Hímnica, de 2021. No podemos considerarla exactamente vanguardista, por cuanto bebe del sempiterno legado de Ligeti, licuado con las influencias cinéfilas de las que tanto han bebido los de su generación, por lo que no es difícil percibir en ella aspectos tantas veces escuchados en Williams, Goldenthal o Shore.

Macías dirigió con criterio y extremo cuidado en las dinámicas y las texturas, esta pieza envolvente que da máximo protagonismo a la cuerda aguda, generando un tejido de fuertes contrastes que va evolucionando conforme avanza y surgen sonoridades diversas desde el uso siempre convencional de la orquesta, permitiéndose apenas el atrevimiento de algún singular instrumento de percusión.

El Concierto para dos pianos de Poulenc es una de sus obras más populares e imperecederas, aparentemente dispuesto para entretener sin más, pero que provoca una sensación de gozo efervescente cargado de referencias y siempre con Ravel en el horizonte. Siguiendo la tradición no oficial de hermanos y hermanas pianistas que hacen carrera juntos, como las legendarias Labèque o nuestros Del Valle, los holandeses hermanos Jussen hicieron gala de un virtuosismo extremo, como no cabía esperar menos, pero también de una potente musicalidad, vigorosos en los pasajes más voluptuosos de la partitura, delicados en los más relajados.


Arrancaron juguetones y traviesos, marcando terreno y pasándose el testigo de uno a otro, aunque la responsabilidad de la melodía recayó más en Lucas que en su hermano Arthur. Las resonancias de Rachmaninov del primer movimiento dieron paso a la parodia mozartiana (el concierto número 21) en el larghetto, tocado con preciosismo y delectación, y un final electrizante que los jóvenes pianistas interpretaron con todo su cuerpo, santes de embarcarse en una propina tocada a cuatro manos, El trompo, La muñeca y El baile de Juegos de niños de Bizet, con idénticas prestaciones de técnica y expresividad.

La caricia de la naturaleza y la brisa del mar

Por muchas veces que se interpreten las dos piezas que conformaron la segunda parte del concierto, su belleza y majestuosidad hacen que siempre sean bien recibidas, más si se ofrecen bajo las excelentes formas con que lo hizo un inspiradísimo Lucas Macías frente a una disciplinada y atenta orquesta.

El flautista cacereño Ignacio de Nicolás Gaya se encargó de conducirnos con sensualidad y dulzura por el suntuoso Preludio para la siesta de un fauno de Debussy, mientras Macías manejó la seductora paleta de colores de la pieza con fluidez y máximo control. Todo fue trasparencia y ensueño en esta interpretación de la célebre obra, transmitiendo todo el candor del atardecer y la frescura de una naturaleza envolvente.

En términos parecidos, acentuando los frecuentes estallidos de color y cambios de registro que presenta la partitura, deambuló la versión que disfrutamos de El mar, partitura incomparable y de una belleza extrema, que en manos de Macías sonó, como la siesta, breve y efímera, y sin embargo intensa. No resultó difícil distinguir la calma y al tempestad, la furia y la placidez de los océanos, sus adversidades pero también sus virtudes relajantes, en esta interpretación llena de luz y drama, con intervenciones fastuosas de maderas y metales, y el siempre distinguido trabajo de la cuerda, con mención especial al relieve que son capaces de aportar chelos y contrabajos, llegándose a sugerir incluso cierta tensión erótica en el conjunto.

Fotos: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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