Tras una primera semana dedicada al piano, como es habitual en el Festival de Primavera, la segunda ha tenido un contenido más ecléctico, desde la música vocal de A5 Ensemble a la guitarra de Mª Esther Guzmán, pasando por la música de cámara del Trío Carmen Veneris. La excepcional guitarrista sevillana es una habitual de la escena local, pero un espacio tan recogido como el que ofrece el Salón de Carteles de la Maestranza potencia aún más el carácter poético y la carga mágica de sus interpretaciones, en perfecta comunión no sólo con su guitarra, a la que mira, acaricia y mima como si fuera su bebé, sino también con el reducido público que consigue entrar en perfecta sintonía con la intérprete y su particular universo estético y musical.
Guzmán desgranó en esta velada no sólo su demostrada capacidad a la cuerda pulsada, sino también su talento para transcribir piezas concebidas para otros instrumentos, sirviéndose de sus propios apuntes incluso en páginas que conocen versiones para guitarra muy transitadas.
Un momento de la actuación (foto: Manu G. Maroto) |
Fugas, tientos y diferencias integran el grueso del que fue quizás el más importante compositor europeo para tecla de su época, Antonio de Cabezón, testigo de intrigas palaciegas y gestas épicas de Carlos I y Felipe II, y de quien la sevillana ofreció una página llena de dulzura y delicadeza. No es quizás su toque un prodigio de virtuosismo, sobre todo porque no es eso lo que a ella le interesa, sino más bien extraer de cada obra su esencia y lirismo, y tener la capacidad suficiente para transmitirla, y ahí sí que es prodigiosa. Lo corroboraron los dos primeros movimientos de la Sonata para violín nº 3 de Bach, sobre todo una extensa fuga de intensa espiritualidad, que se enroscaba sin rutina ni cansancio. De la Sonata Giocosa de Joaquín Rodrigo, primera firmada por el autor, allá en 1958, Guzmán potenció más sus disonancias que su carácter folclórico, sin renunciar a su encanto y elegancia y a ese sabor flamenco que respira el vigoroso allegro final.
Más delicadeza aún en el Intermezzo de Goyescas del malogrado Granados, con toda su intensidad orquestal hábil y solemnemente reducida por la propia intérprete, así como la Andaluza y la Romántica de las Doce Danzas Españolas del mismo autor, dechado de elegancia en unas páginas que a menudo se despachan con desmesura. El carácter experimental del Paisaje cubano con campanas, uno de los cincos paisajes cubanos compuestos por quien fuera titular de la Orquesta de Córdoba durante muchos años, Leo Brouwer, se despachó con una interpretación sutil y concentrada. La balalaika de Lara, un Maurice Jarre en estilo Tárrega, y el oboe de Gabriel, de Morricone, se convirtieron por arte de magia en la guitarra de Esther, para deleite de quienes presenciamos un concierto tan hermoso como comunicativo, perfecto colofón para una preciosa edición del Festival que Juventudes Musicales ha dedicado a su mentor, Julio Gº Casas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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