Guión y dirección Laura Alvea y José F. Ortuño, según la novela del primero Fotografía Fran Fernández Pardo Música Frederick Van de Moortel Intérpretes Clara Durant, Iván Pellicer, Luis Bermejo, Liz Lobato, Chacha Huang, Ángela Molina Estreno en Festival de Sitges 4 octubre 2018; en salas comerciales 5 octubre 2018
Los sevillanos Laura Alvea y José Ortuño ven afianzada su carrera cinematográfica con la más que correcta distribución de su segundo largometraje, después de la irregular The Extraordinary Tale of the Times Table que presentaron hace unos años. Con un género más afín a su particular universo, descubierto en cortometrajes como Relojes de arena, y una fuerte apuesta por una estética tan cuidada como original, así como un tratamiento de la imagen y la retórica narrativa muy deudora de su vocación cinéfila, la pareja adapta en este nuevo film una novela de él en la que intenta analizar de forma casi quirúrgica la mente de un joven con un trauma interior, y la de una joven amiga que mantiene más de un punto de conexión con él y su entorno. No merece, aunque nos tiente, hacer un spoiler de una cinta que guarda su mejor carta para el final, mientras nos sumerge en un viaje de tintes oníricos que nos recuerda de alguna manera a David Lynch, y en el que tienen cabida tanto apuntes discutibles de estilo y recursos retóricos muy recurrentes (algún susto irritante, uso chirriante del sonido, paisajes improbables) como otros más sugerentes (influencias cinéfilas, esmerada ambientación), todo lo cual puede provocar alguna reacción negativa ante el posible ridículo del conjunto, pero del mismo modo resulta tan sugerente que atrapa en su invitación a un viaje sensorial y atípico, evitando el aburrimiento, lo que no es poco. Digamos que mientras nada se explica, o lo hace poco, funciona como viaje metafísico, mientras que desvelado su misterio cobra mayor interés. Lástima que en el camino se denoten muchos altibajos, situaciones que no parecen tener sentido, algunos lugares comunes que lastran su carácter presuntamente original, y unas interpretaciones que no logran transmitir suficientemente el estado anímico y espiritual que experimentan sus personajes. Pero lo que no cabe duda es que Ortuño y Alvea tienen la firme intención de no transitar por caminos trillados, buscar un lenguaje propio y reivindicar esa vocación de cinéfilos que alimenta su trabajo y su vida.
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