De
él se encargó su rutilante concertino, Alexa
Farré Brandkamp, que ejerció de directora y solista en un programa muy
comprometido y diverso, que recorrió el barroco de Bach, el clasicismo de
Mozart y la relativa contemporaneidad de Shostakovich, procurando en la medida
de lo posible adaptarse a cada lenguaje
con rigor y responsabilidad.
El
tercero de los seis conciertos denominados de Brandeburgo o Brandemburgo
convoca tres coros de la misma familia
de la cuerda, violines, violas y chelos, con contrabajo añadido, en un
ejercicio de complicidad y diálogo en el que cada uno se opone y se mezcla con
los demás en perfecto equilibrio,
tal como pudimos observar en la interpretación
ejemplar que nos brindaron Farré y un reducido conjunto de diez maestros y
maestras de la ROSS. No hubo cadenza
alguna en ese seudo segundo movimiento que consta de tan sólo un par de acordes
al clave, defendido con discreción por Tatiana Postnikova, pero sí mucha fuerza, nervio y coraje en el allegro final, frente a la calma algo alicaída
con la que se abordó el primer movimiento, a pesar de una limpieza y una nitidez extrema en el juego de voces que ofrece
la partitura
Después,
Farré en modo Anne-Sophie Mutter incluso en su brillante vestimenta, pero con gestos
más relajados y menos alambicados, nos brindó un tercer concierto para violín
de Mozart de hechuras impecables. La
suya fue una interpretación caracterizada por su amplitud, una expresión muy
sostenida y un elocuente diálogo con la
orquesta, ya más amplia y con un sonido definitivamente terso y aterciopelado.
De
la luz a la oscuridad
Y
de la luz que irradian estas dos esplendorosas páginas, pasamos en la segunda
parte a la oscuridad de una pieza tan dolorosa
y autobiográfica como el Cuarteto nº
8 de Shostakovich, en la adaptación para orquesta de cuerda que realizó
Rudolph Barshai con permiso del autor en 1967, convirtiéndola en la primera y
más famosa de las cinco sinfonías de cámara que surgieron de idéntica
operación. El trágico asedio de Dresde en la Segunda Guerra Mundial sirvió de
inspiración a la partitura, previo encargo de una banda sonora de película que
no llegó a cuajar, para que Shostakovich derramara ahí toda su trágica desazón, con citas continuas a otras partituras
propias y ajenas, y sonidos onomatopéyicos que sugieren la amenaza del régimen
soviético que tanto lo encumbró como vilipendió.
Farré
y la plantilla emprendieron la difícil tarea de transmitir todo este tormento de pie, quizás para potenciar aún más
su carácter agitado y nervioso. Los resultados fueron espléndidos, emotivos y aterradores a la vez, con pasajes
tan magistralmente resueltos como la danza diabólica o el vals irónico, pero también marcados por la tristeza y el descontento
en el movimiento inicial y el largo y doloroso epílogo. Si no disfrutaron de
este magnífico concierto ayer, no duden en hacerlo hoy.
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