Guion y dirección Pilar Palomero, según el relato de Eider Rodríguez “Un corazón demasiado grande” Fotografía Daniela Cajías Música Vicente Ortiz Gimeno Intérpretes Patricia López Arnaiz, Antonio de la Torre, Marina Guerola, Julián Lóez, Ramón Fontserè Estreno en el Festival de San Sebastián 4 septiembre 2024; en Estados Unidos y España 4 octubre 2024
Consagrada con su ópera prima, Las niñas, y corroborada con La maternal, Pilar Palomero presenta ahora su tercer largometraje ahondando en ese cine de sentimientos y emociones íntimas que le caracteriza, centrando su atención ahora en el retrato de una mujer cuya evolución emocional le lleva de un pasado que se intuye en sus alegrías y miserias, a un presente doloroso en el que su presencia y su ayuda se antojan tan relevantes como reveladoras. Patricia López Arnaiz, premiada en San Sebastián por este complejo papel, lleva así todo el peso de un film en el que sin embargo se ve rodeada de eficientes y esforzadas interpretaciones. De la Torre sufre otra de esas transformaciones a lo Robert de Niro que tanto le caracterizan para convertirse en un hombre al final de su existencia, consumido por la enfermedad, mientras la joven Marina Guerola deslumbra humanidad y esperanza con su papel de hija entregada y responsable, cariñosa y llena de ternura, y hasta Julián López sorprende con una interpretación madura de la pareja de la protagonista, que parece tener poco que decir y sin embargo sirve de catalizador neutral de toda una gama de sentimientos, colores, gestos y sensaciones que Palomero dosifica con esa contención y elegancia marca de la casa que tanto la ha encumbrado.
Esos destellos que se producen de una vida pasada, otra presente y, sobre todo, futura, tanto como los que acaban cegándonos para hacernos comprender que quizás lo más importante de la vida, y lo que le da sentido, sea el amor de los más próximos y la comprensión de quienes nos rodean, acaban proyectándose sobre nosotros y nosotras mismas, haciéndonos preguntarnos si obramos bien o no en episodios de nuestra propia existencia, o si damos a cada cosa la importancia que tienen. En este sentido, resulta muy revelador el detalle con el que la cámara se fija en cada libro, objeto y rincón de los espacios en los que se desarrolla la trama, el mismo con el que la protagonista se deleita en una película en la que abundan los silencios y los tiempos supuestamente muertos, aunque la habilidad de Palomero consiga que ni una cosa ni la otra llegue a aburrir ni provocar desinterés.
Y entre toda esta eclosión de intimidad y generosidad, una secuencia que sirve de bisagra y no oculta su concepción documental, cuando Ramón Fontserè ayuda a De la Torre a afrontar el final con optimismo, sin tabúes ni prejuicios, cerrando este ensayo sobre nuestro propio epílogo en el que se convierte esta emotiva y aparentemente sencilla película. Pero una tarde luminosa frente al balcón escuchando la música que proviene de una verbena, o un agradable baile entre un padre y una hija en la cocina, pueden dar tanto sentido o más a toda una vida, por muy al final que nos encontremos del camino.
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