sábado, 11 de mayo de 2024

GARCÍA DESCUBRE LA CARA TRASCENDENTE DE LA CONJUNTA

6º concierto de la XIII temporada de la Orquesta Sinfónica Conjunta de la Universidad de Sevilla y el Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo. Mario Camargo, violonchelo. Juan García Rodríguez, dirección. Programa: Concierto para violonchelo nº 1 en Mi bemol mayor Op. 107, de Shostakovich; Sinfonía nº 4 en la menor Op. 63, de Sibelius. Auditorio de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería, viernes 10 de mayo de 2024

Foto: Guillermo Mendo

No cabe duda de que gran parte de responsabilidad de que la Conjunta suscite nuestra profunda admiración y asombro la tiene su director titular, el incombustible Juan García Rodríguez, que presentó ayer tarde en su espacio más recurrente, la Escuela de Ingenieros de la Cartuja, el que quizás fuera su entrega más comprometida y trascendental de la presente temporada. No suele prodigarse el finlandés Jean Sibelius en los atriles de las orquestas hispalenses, a pesar de la extraordinaria aportación que hizo al sinfonismo del primer cuarto del siglo XX. Mejor fortuna ha corrido Shostakovich, aunque no se programe tanto como deseáramos. Pero ahí está García, para recuperar estos monumentos imprescindibles de la literatura musical del pasado siglo. Lo que más sorprende sin embargo es que los ponga al servicio de una orquesta en principio tan poco experimentada como la Conjunta, un proyecto académico que sirve de plataforma no sólo para que sus jóvenes integrantes completen sus estudios al más puro estilo Bolonia, sino también para atraer a los auditorios de música clásica a públicos jóvenes que demuestran con su comportamiento todo ese respeto y entusiasmo que echamos en falta en otros públicos más veteranos y acostumbrados.

Sin partitura, prueba de la dedicación que a buen seguro habrá prestado a la compleja pieza de Shostakovich, Mario Camargo ofreció una aseada y competente versión de su Concierto para violonchelo nº 1, en la que asomaron más virtudes que defectos. Fue capaz de deslizar un sonido homogéneo y aterciopelado que no decayó en ningún momento, y de no desfallecer en su desnudo tercer movimiento en forma de larga cadencia cuya aparente espontaneidad esconde una estudiadísima matemática de la armonía y la articulación, y que el joven violonchelista salvó con buena nota a pesar de que echáramos de menos una mayor vehemencia en los ataques. El acompañamiento orquestal fue impecable, siempre atento a las inflexiones del solista, sin eclipsarle y manteniendo ese tono fantasmagórico casi escalofriante del allegretto inicial cuyo apasionamiento se va intensificando paulatinamente. Lástima que la intervención de la trompa resultara decepcionante, pero ya sabemos la enorme dificultad de este instrumento; los clarinetes acertaron en su tono grotesco. Fue García quien logró que una orquesta joven como ésta fuera capaz de transmitir ese miedo amargo y punzante que destila esta partitura de impactante carácter cíclico. Evocado Rostropovich con esta pieza a él dedicada, Camargo hizo lo propio en la propina con Casals, interpretando con altas dosis de lirismo El cant del ocells, tan apropiado en vísperas de elecciones catalanas.


Aún más sorprendente fue que director y orquesta fueran capaces de extraer de la Cuarta de Sibelius todo su potencial sombrío y trascendente, con una interpretación responsable, meditada y disciplinada. Una pieza cuyo desencanto e introspección exige una lectura minuciosa y profundamente intencionada. García sabía lo que tenía entre manos, no en vano es un consumado especialista en la música de nuestra época, y sin duda una pieza como ésta puede considerarse cimiento de contemporaneidad. Lo difícil era contagiarlo a tan jóvenes intérpretes, y lo consiguió. No es que vayamos a saludar esta versión como definitiva ni mucho menos, pero su alto nivel de satisfacción es ya motivo de júbilo y admiración. Fue una visión llena de sentimiento y a la vez carácter amenazador, serena y austera, y desde luego poco o nada complaciente. Algunos de sus momentos más inspirados, como ese arranque en la cuerda grave o su sobrecogedor y devastador tempo largo, lleno de lirismo, encontraron una respuesta contundente en la inexperta plantilla. Con total trasparencia y claridad, quedó manifiesto ese motivo tritono que informa toda la pieza, con aportaciones ejemplares de todas las familias instrumentales y los y las esforzadas solistas. No debiera la organización permitir que siga entrando público una vez empezada la interpretación, con lo que de falta de respeto a intérprtes y oyentes supone.

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