Oksana Dyka |
Con
estas premisas, y un decorado muy ingenioso que da juego a sus tres actos
simplemente confiando en un mecanismo
rotatorio, notablemente ornamentado con preciosas proyecciones que dan al
todo un aspecto mágico, ayer pudimos una vez más congratularnos con esta puesta
en escena y gozar de la ópera tanto
musical como dramáticamente. Había que convencer de ese poder transformador
y los intérpretes lo hicieron con unas actuaciones en lo vocal y lo
estrictamente teatral, ejemplares al menos en un alto porcentaje, con los matices y las inflexiones dramáticas
precisas para convencernos de su en principio disparatado argumento, inspirado
en leyendas ancestrales que Carlo Gozzi convirtió en pieza teatral en la Italia
del siglo XVIII.
Dignos
de una bellísima partitura
Hoy
podemos considerar la insistencia de Calaf como el comportamiento de un
acosador, mientras la sed de venganza de Turandot podría estimarse como un
feminismo llevado a las últimas consecuencias. Extremismos nunca aconsejables que tanto afectan a la multitud, y
así aparece también en esta obra inmortal, con un popolo di Pekino prácticamente omnipresente que da al coro la
posibilidad de lucirse a fondo, demostrando el excelso nivel que atesora, combinado con la siempre brillante
intervención de las voces blancas de la Escolanía de los Palacios, y el trabajo sensacional de la Sinfónica, de
nuevo en las manos especializadas del
maestro Gianluca Marcianó, de
cuya Tosca, tan felizmente
controvertida en lo escénico, dio buena muestra hace dos temporadas.
Miren Urbieta-Vega y Jorge de León |
Sin
menospreciar el talento que sin duda le ha abierto tantas puertas, la Turandot
de la soprano ucraniana Oksana Dyka no estuvo
sin embargo a la altura. Su voz no es esencialmente dramática, como
requiere el papel. De hecho fue el único pilar que tambaleó en este suntuoso
espectáculo. Su voz estridente se nos antojó directamente chillona, anclada en el agudo permanente, sin
color ni matiz alguno. Empeñada en el aspecto cruel y despiadado del personaje,
entonó un In questa reggia sin atisbo de emoción ni sentimiento,
nada voluptuoso. Y así el resto de su actuación, que en lo estrictamente
actoral se saldó con una gestualidad que
a menudo rozó lo cómico.
Jorge de León destacó como Calaf, poniendo toda la carne en el asador, tanto en lo
actoral como en lo musical, con agudos refulgentes, un control absoluto del
instrumento, sintiéndose cómodo y
fluyendo en todo su recorrido emocional. Intenso y heroico en todo momento,
logró sin embargo que el habitual monocorde personaje alcanzara cotas
emocionales sorprendentes. Convenció en Non
piangere, Liú, aunque no resultó suficientemente poético ni consolador.
Pero firmó un Nessun dorma sobresaliente,
sin intención de epatar, con limpieza,
respeto y seguridad.
Pero
quien mereció las más encendidas ovaciones fue la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega, entregada en cuerpo y
alma a su desgraciada Liú. Acometió Signore
ascolta con más vehemencia de lo habitual, sacrificando dulzura y
emotividad para centrarse en el ruego
enérgico, dando así una dimensión diferente al personaje. En el tercer
acto, incluyendo un Tu che di gel doloroso
y conmovedor, hizo gala de una riqueza
de matices, una claridad y una proyección extraordinarias.
Del
trío de ministros, destacamos la intervención
seria y con autoridad del barítono Pablo Ruiz, bien arropado aunque con
menor cuerpo y un registro más humilde, de los
tenores Manuel de Diego y Jorge Franco. Sus personajes tienen tanto peso y
carga que bien merecerían voces alternativas en el segundo reparto. Muy bien el
movimiento escénico de sus podríamos decir sombras, con acrobacias y agilidades muy entretenidas. Magnífico y profundo en
sus breves intervenciones el bajo ruso Maxim
Kuzmin Karavaev, y buen nivel también desplegado por el resto del elenco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario