El Espacio Turina coronó ayer tarde otra sensacional temporada con un estreno absoluto, tan de agradecer para la buena reputación de la ciudad como para quienes tenemos el privilegio de acercarnos a un trabajo en exclusiva y ser los primeros en opinar sobre sus defectos y excelencias, aunque como toda opinión pueda ser controvertida o incluso digna del desprecio más absoluto. El tan reconocido como valorado compositor sevillano Alberto Carretero fue el maestro de ceremonias de esta botadura, con una partitura rica y regocijante y un control de todos los resortes de la composición realmente encomiable. Otra cosa es el concepto en sí de la pieza y cómo encajaron todos los talentos en liza.
El Trío Arbós se encargó de llevar a muy buen puerto la parte estrictamente musical del proyecto, destacando en compenetración y riqueza de texturas, con una partitura vibrante y enérgica, apabullante de principio a fin, y con la que el talento de Carretero supo transmitir todas sus posibilidades, encajándose como un guante a los diversos episodios que integran el complejo y archifamoso poemario en el que basa su elocuente narrativa. Con un trabajo meticuloso y preciso de Juan Carlos Garvayo al piano, a menudo intervenido, del que supo extraer tanto calidades rapsódicas como de índole meramente percusionista, la cuerda de Trematore al registro agudo y Gómez al grave, logró ensalzar la rica estructura y densas texturas de la música, su carácter agitado y sus calculadas tensiones, adaptándose a cada episodio con sutiles incursiones en el universo del jazz, la canción popular o los sones del Malecón. Buena música sin duda, el tiempo dirá si es grande. La electrónica, asumida desde la mesa de control por el propio compositor, aportó atmósfera con sus sonidos sostenidos y sus efectos envolventes.
No es Poeta en Nueva York un texto fácil, ni siquiera para iniciados. La alternancia de los poemas con las cartas enviadas por el poeta a amistades y familiares, grabadas a pesar de estar presente en la sala por su sobrina Laura García Lorca con un tono algo monocromo al principio, después ya nos acostumbramos, logró contextualizar cada pieza y ligar su significado. Quedó más patente que nunca la decepción del granadino con la urbe que todo lo engulle y deshumaniza, una visión que contrasta con las alegres fotografías, rodeado de amistades, que dan cuenta de su viaje y que no fueron aprovechadas en este montaje. Sí pudimos contemplar algunas imágenes de archivo en movimiento que ilustraban el ritmo de la ciudad en esos finales de los veinte, a las puertas de la Gran Depresión.
Visiones de Nueva York que redundan en su decadencia moral y su desmedida ambición económica, como queda patente en episodios como el dedicado a Wall Street o los millones de animales sacrificados para alimentar a tantísima criatura concentrada. Sólo hacia el final, con Los muchachos, Harlem y, sobre todo, Cuba, asoma un resquicio de felicidad y esperanza. Una escueta, sencillísima, puesta en escena redundó en algo que se ha convertido en tradición desde los lejanos años en los que el Centro Andaluz de Teatro residía en el Cortijo del Cuarto, representar el universo lorquiano con telares blancos. La colada al servicio de la lírica del poeta, sábanas blancas como mantel y como envoltorio de un bailaor, Marco Flores, que se pavonea y retuerce del mismo modo que alterna flamenco con baile contemporáneo. Abunda la simbología, como ese olivo al final que renace de la incomprensión y la inmundicia. Y no falta, para redondear el carácter barroco de la propuesta, las referencias al ingenio pictórico del homenajeado, sobre la pared blanca, con las manos manchadas del bailaor como médium, y en el esmerado libreto que acompañó al evento.
Una mezcla que se repite en la parte vocal de la composición, echando de nuevo mano del imaginario inevitablemente asociado al ilustre granadino, a quien parece no podemos desligar de su pasión por el cante jondo. A él se prestó la voz y la fuerza de El Colorao, mientras el barítono Javier Povedano exhibió una voz rotunda y matizada. Juntos, al final, llegaron a sonar estridentes e incluso un pelín desacompasados. Una combinación en lo escénico y lo musical de música contemporánea y flamenco que a algunos no nos llegó a convencer ni emocionar.
De cualquier forma, tras una noche de estreno y a la espera de debutar en otros espacios, una obra no deja de ser un work in progress, y si algunas de nuestras consideraciones son lo suficientemente acertadas e invitan a la reflexión, estaremos encantados de haber aportado un granito de arena en el acabado definitivo de una pieza que siendo ambiciosa, al menos no nos ha parecido pretenciosa. No sería justo, para terminar, no reconocer el esfuerzo titánico, físico y mental, de cada uno de los seis artistas sobre el escenario, voces, bailaor y trío instrumental.
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