Cada concierto de una orquesta joven es un motivo de celebración, aunque en esta ocasión estuviera teñida del inmenso dolor que provoca la actual situación de guerra que se vive no solo en la tierra homenajeada sino en el resto de un planeta que sigue sin atender a los más básicos impulsos de humanidad y confraternización. Para acordarnos de Ucrania cuando se cumple casi un año de tan cruel e inaudita invasión, y nos preparamos para despedir otro año trágico con la ilusión siempre puesta en el inminente porvenir, la Fundación Barenboim-Saïd, siempre sensible a este tipo de cuestiones, trazó un programa muy significativo, con dos autores rusos (tres si añadimos la propina), un pianista de la misma nacionalidad y una Puerta de Kiev en la que desembocó la heroica y paradigmática defensa que los y las jóvenes de la orquesta hicieron de tan recurrente pero suculento repertorio.
Ante la fulgurante carrera del director luso Nuno Coelho, cuando hace año y medio dirigió uno de los programas de abono de la Sinfónica de Sevilla nos preguntábamos si volveríamos a disfrutar de su indiscutible talento. Y mira por dónde antes de lo previsto pudimos apreciar su enorme capacidad para extraer lo mejor de cada integrante de la orquesta, con el añadido de que en esta ocasión se tratase de gente tan joven, algunos y algunas todavía en edad infantil. Esta extraordinaria capacidad se puso ya de relieve en su muy meticulosa interpretación del preludio de Tristán e Isolda, una glorificación e idealización del amor absoluto que fluyó entre sus manos como un maná intenso, perfectamente articulado y moderadamente lírico y apasionado, acaso sin ese carácter febril que le imbuyen otras batutas, pero con las ideas muy claras, silencios muy elocuentes y un trabajo espléndido de cada sección de la orquesta, especialmente la cuerda, en la que se aunó vigor y espiritualidad.
Un pianista hercúleo
Desde nuestra posición, muy cerca del escenario, apreciamos en Denis Kozhukhin un pianista vehemente, acaso incluso algo rudo, que con su pulsación fuerte y vigorosa llegó a eclipsar la entrada melódica de la cuerda en esa mágica introducción del Concierto nº 2 de Rachmaninov. Como si de una batidora de notas se tratase, el pianista ruso atacó la página con demasiado ahínco, como si encontrar su voz y personalidad tuviera que pasar por reinventar pasajes y acusar una fuerza hercúlea en la tarea. No es precisamente el estilo y la línea que preferimos en una pieza tan extraordinaria e inventiva como ésta, pero no podemos negar al intérprete dominar técnica y esforzarse en expresividad. A todo ello Coelho se adaptó con enorme respeto y discreción, pero extrayendo de cada intérprete, conjunto y solistas, un rendimiento excelso, lleno de sensibilidad y musicalidad. Lástima que los múltiples móviles empañaron algunos de los momentos claves de la partitura, cadencias del segundo movimiento incluidos. En la propina, una significativa última pieza del Álbum de juventud de Chaikovski, Kozhukhin desarrolló el mismo esquematismo que desplegó en algunos de los pasajes del monumental y majestuoso concierto de Rachmaninov.
Sea en su versión original para piano como en la extraordinaria orquestación de Maurice Ravel, Cuadros de una exposición de Mussorgsky es una pieza muy transitada. Sin ir más lejos, Pérez Floristán la interpretará en apenas un mes; se trata además de la obra con la que debutó la Sinfónica de Sevilla en 1991, un concierto que fue recreado hace apenas dos años con motivo del treinta aniversario de la orquesta. Coelho sirvió una versión excelente de la pieza, atenta a cada detalle, férreamente estructurada, expansiva, más plagada de sutilezas que de esas inútiles exageraciones a las que la someten otros directores. El joven director portugués, actualmente al frente de la Orquesta del Principado de Asturias, supo impregnar la partitura de ese estado emocional contradictorio que la caracteriza, mientras la orquesta se ciñó con naturalidad a cada uno de los múltiples humores reflejados en la obra. Su lectura no fue ni grandilocuente ni vacilante, como tampoco lo fueron las magníficas intervenciones de la orquesta, con rendimientos solistas impensables en una orquesta de jóvenes e infantes todavía en prácticas o arrancando su vida profesional, empezando a vivir disfrutando de esta inigualable experiencia. Así, ante nuestros oídos desfilaron impecables intervenciones de oboe, trompeta, tuba, saxo… siempre disciplinados y logrando dar al conjunto ese relieve que hace de una interpretación una experiencia sensorial completa.
Ver de cerca a los y las jóvenes intérpretes, sus expresiones de emoción y satisfacción, no tiene precio. Y para dejar constancia del intercambio de talentos entre esta y otras orquestas jóvenes de la comunidad, especialmente la OJA, algunos de sus integrantes entonaron a traición, cuando gran parte del público había abandonado la sala, el pasodoble Amparito Roca, auténtica seña de identidad. Y no podemos olvidar el exhaustivo trabajo desplegado por los maestros y maestras que atienden a la excelente formación de estos y estas privilegiadas jóvenes.