Aunque breve, el séptimo concierto del trigésimo aniversario de la Sinfónica constituye un perfecto ejemplo de coherencia y construcción dramática y narrativa. Nada menos que nos llevó de la tradición alemana a la decadencia vienesa pasando por el esplendor del imperio austríaco, abarcando un arco temporal de apenas medio siglo, desde las canciones de Mahler de finales del siglo XIX a la suite definitiva de El caballero de la rosa según la ópera de Richard Strauss, manteniendo una estética postromántica y expresionista muy en línea con La valse de Ravel, y erigiéndose todas las piezas en prodigio de orquestación, de lo que se hizo perfecto eco una ROSS muy motivada, inspirada quizás por ese valor en alza que es sin duda el joven director luso Nuno Coelho, ampliamente reconocido con premios y oportunidades a uno y otro lado del Atlántico.
El bajo eslovaco Peter Kellner, a quien ya tuvimos oportunidad de admirar como Papageno en La flauta mágica de hace cuatro años, se encargó de abrir el concierto con seis de las entre doce y catorce, según la edición, que integran El cuerno mágico de la juventud. Todo un lujo poder disfrutar de un recital de lieder con orquesta, y un privilegio hacerlo con tan magníficas prestaciones. Una respuesta equilibrada y llena de matices en la batuta de Coelho, y cada uno y una de las solistas impecablemente integradas en estos maravillosos acordes mahlerianos para arropar a una voz en estado de gracia. Kellner arrancó con autoridad y absoluta seguridad, emisión natural y potente y una tesitura acaso más grave de la que estamos acostumbrados en estas páginas, en su mayoría concebidas para barítono. Pero además de sobresalir en timbre y registro, y exhibir un exquisito gusto a la hora de modular y frasear, Kellner fue un excelente intérprete, lleno de expresividad y talento dramático, capaz de llevarnos de la gracia y la ironía del sermón de Antonio de Padua a los peces, el consuelo en la desgracia o los diálogos onomatopéyicos de la alabanza del alto intelecto, a los aires más sombríos y dramáticos de la diana y el tamborilero en los campos de batalla, hasta desembocar en esa búsqueda del cielo con una conmovedora luz primigenia que Coelho trató con tanto mimo como marcados fueron los acentos en las primeras canciones. En esta última, Ulricht, Kellner mantuvo un hilo de voz sobrecogedor que fue modulando hasta una eclosión casi litúrgica de proporciones épicas.
Lejos queda aquel 2001 en que pudimos disfrutar de El caballero de la rosa en el Maestranza, pero la ROSS nunca antes había interpretado la suite extraída de la ópera, al menos no en su versión íntegra con todos sus pasajes instrumentales y estructura narrativa palpable. Toda la grandeza evocadora, nostálgica y ambigua de la Viena imperial quedó elegantemente plasmada en una interpretación generosa en brío, de marcadas dinámicas y gestos sensuales. Ligera por momentos, espesa en otras ocasiones, Coelho logró cohesionar cada pasaje dándole unidad dramática, con especial énfasis en los valses, que ya anuncian esa decadencia que Ravel dejó tan bien expuesta en su particular deconstrucción del género. En La valse, como en el resto del programa, Coelho exprimió al máximo de sus posibilidades el trabajo de los y las integrantes de la orquesta, pero en este caso con mayor dosis si cabe de sensualidad y ese marcado lirismo combinado con sarcasmo y esperpento que da a la página su particular seña de identidad. A algunos el resultado nos sobrecogió, y Kellner, ya entre el público, no dudó en vitorear entusiasmadamente a una batuta y orquesta que se emplearon muy a fondo. Quizás dentro de poco no estemos en disposición de volver a contar en nuestra ciudad con el joven portugués, pero siempre nos quedará esta inolvidable velada de descubrimiento.
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