Guion y dirección Tarzan y Arab Nasser Fotografía Christophe Graillot Música Andre Matthias Intérpretes Salim Dau, Hiam Abbass, Maisa Abd Elhadi, Manal Awad, Mohammad Ghassan, George Iskandar, Majd Eid Estreno en el Festival de Venecia 5 septiembre 2020; en España 4 junio 2021
Tras su paso por varios certámenes, obteniendo entre otras la Espiga de Plata y el premio al mejor guion en el Festival de Valladolid, España es el primer país en acoger el estreno de esta pequeña y humilde película realizada en una de las zonas más sensibles y castigadas del mundo, la franja de Gaza, permanentemente hostigada por el régimen israelí y su criminal política colonialista.
Los hermanos Nasser, Mohammed Abou y Ahmad Abou, rebautizados con los exóticos nombres de Tarzan y Arab, firman esta mínima historia de amor otoñal como canto de esperanza y manifestación de que incluso en un lugar tan problemático y peligroso es posible encontrar un rincón para el amor. Y para ello prefieren no cargar las tintas, decantarse por la comedia amable y sencilla para ilustrar esta fábula sobre un pescador de avanzada edad, Salim Dau rubricando con ternura su simpático personaje, apellidado como sus realizadores en tributo a su progenitor, que encuentra en la mirada de una viuda, la siempre excelente Hiam Abbass, la posibilidad de encontrar esa pequeña felicidad que corone sus últimos días. En el proceso el pescador rescata del mar una improbable estatua fálica de Apolo que se supone ha de añadir un elemento mágico y si se quiere incluso fantástico a la historia, dotando al protagonista de la fuerza y la confianza que necesitaba para enfrentarse al siempre espinoso camino de la seducción y el romance.
Pero lo cierto es que toda esa influencia queda velada, apenas tangible en un metraje que somete todo su artilugio a la anécdota y el episodio sin mucha trascendencia ni progresión dramática, de manera que acaba siendo un producto relativamente entrañable y moderadamente entretenido merced a la interpretación de sus protagonistas y esa intención de amortiguar el dolor causado en una zona donde la ilusión y la esperanza quizás puedan acallar las bombas, y permitir sobrevivir a la sinrazón cotidiana y habitual.
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