Ha pasado más de un mes desde el último concierto de abono del ciclo Gran Sinfónico de la ROSS, aunque en este tiempo la hemos disfrutado en el concierto extraordinario de Juventudes Musicales y en la ópera Nabucco. Casualmente hemos tenido la oportunidad de reencontrarnos en una misma semana, por separado, con el director Lorenzo Viotti, que nos acompañó el pasado lunes junto a la Filarmónica de Viena, y el pianista sevillano Juan Pérez Floristán. Juntos protagonizaron un concierto de la ROSS en abril de 2015. Si no fuera por un colega de profesión no nos hubiéramos acordado de aquella ocasión en la que vaticinábamos un triunfal futuro para el suizo, mientras Floristán ha acumulado madurez y confianza, convirtiéndose en el excelente pianista que es hoy.
Para Marc Soustrot éste supuso su último concierto como director titular de la orquesta, que volverá a dirigir como invitado la próxima temporada. Para su despedida, el maestro eligió piezas muy enraizadas en el imaginario norteamericano. La de Shostakovich es una obra alegre y desenfadada cuyos acordes parecen imitar a las épicas películas hollywoodienses cuyo estilo tanto debe a los grandes compositores eslavos. Bartók posiblemente suavizó sus formas no sólo para adecuarse a las limitaciones de su esposa pianista, ni por aproximarse a sus últimos días de vida, sino por adaptarse a la estética estadounidense, el país en el que residía, menos proclive a fagocitar las corrientes vanguardistas que imperaban en el viejo continente. Y de Dvorák y su última sinfonía poco hay que añadir, sino que de alguna manera cimentó el estilo que tiempo después Copland acuñaría para desarrollar su música a la americana.
Sin embargo, esa sutileza y esa elegancia que siempre hemos asociado al maestro galo, surgió en menor proporción en este concierto de despedida, optando más por una exhibición decibélica y una estética apoteósica, aún a costa de someter el auditorio a una saturación acústica que en ocasiones se tornó incluso estridente. Nada que objetar en este sentido a esa Obertura festiva que Shostakóvich concibió por encargo en los años cincuenta para celebrar el aniversario de la Revolución. Abstrayéndonos de sus verdaderas intenciones, queda la lectura sin dobleces ni ironía de Soustrot, centrada en exhibir fuerza y alegría, con notables intervenciones de los metales, excepto las trompas, que no tuvieron ni en ésta ni en el concierto de Bartók, su mejor noche.
Floristán se reafirma concentrado y responsable
La última obra del autor de El mandarín maravilloso, es sin duda su concierto para piano más amable y distendido, también en lo técnico, aunque reviste las suficientes dificultades y merece la atención al detalle y a su intrincada expresividad que Floristán fue capaz de ofrecerle. El joven pianista se adaptó a su atmósfera tranquila de texturas impresionistas, respetando sus ocasionales resonancias perturbadoras y el ritmo obsesivo y exuberante que de vez en cuando aparece. Especialmente lúcido estuvo en el movimiento lento central, evocando esa hechizante yuxtaposición de radiante coral con una brillante música nocturna casi mística. El dominio del fugato y la vitalidad rítmica sin agresividad primaron en el allegro final. Pero lo mejor devino en la fluida complicidad entre solista y orquesta, gracias al mimo con el que Soustrot acompañó en todo momento. Como propina, parte del sentimiento y la delicadeza que impregnó en el Preludio en mi menor Op. 28 nº 4 de Chopin se perdió debido a las toses, ruidos inclasificables y recurrentes caídas de objetos que lo agredieron.
Soustrot despachó la Sinfonía del Nuevo Mundo haciendo un gran alarde de exhibición pirotécnica, ahora con las trompas más disciplinadas y una tendencia general a lo apoteósico, si bien echamos en falta más presencia de la cuerda grave, lo que acabó provocando un sonido más metálico de lo conveniente e incluso puntualmente estridente. Esto no impidió que el buen gusto del maestro asomara en páginas como el hermoso largo, todo un triunfo melódico del que batuta y conjunto extrajeron su potencial nostálgico y evocador, antes de enfrentarse a los continuos saltos en staccato del scherzo y al vigor y el dinamismo del finale.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía