Habrá quien piense que es una temeridad abrir cines y teatros en plena pandemia, mientras la mayoría de países de nuestro entorno han optado por una drástica solución contraria. No podemos estar tampoco seguros de que no haya habido brotes en estas manifestaciones colectivas, pero sí de que se han adoptado medidas de protección tan acertadas que casi hemos experimentado una mayor seguridad en estos espacios culturales que en nuestras propias casas, donde por mucho interés que pongamos siempre estaremos expuestos a agentes insospechados externos que pueden alterar nuestro confort. De lo que no cabe duda es que nos colma de alegría que a una misma hora y en una misma calle, solo cruzándola, ayer tarde unos pudieran estar disfrutando de la Barroca y otras personas lo hicieran de nuestro conjunto sinfónico más joven, que aproximadamente una vez al mes nos emociona con su excelente trabajo y esos programas tan atractivos que confecciona su principal responsable, Juan García Rodríguez.
Un estupendo clarinetista
Él fue el encargado de abrir el concierto, acompañando al gaditano y profesor del Manuel Castillo Fran Cantó en un espléndido Concierto para clarinete de Carl Maria von Weber. Se trata en realidad de su Quinteto para clarinete, pero su gramática es tan premeditadamente concertante, incluso si se escucha en su versión original, que se presta casi sin apenas arreglos a interpretarse en versión orquestal, solo aumentando el número de instrumentos por parte y añadiendo contrabajos a la cuerda grave. Apenas una treintena de jóvenes, y más de la mitad chicas, una espléndida idea para ir poco a poco equilibrando una balanza aún muy desigual, acompañaron al estupendo clarinetista, que curiosamente es integrante de un quinteto que lleva el nombre de Heinrich Baermann, el clarinetista y gran amigo de Weber al que éste dedicó la pieza, por lo que también se le conoce como Quinteto Baermann, como su formación, y que así interpretado podemos considerarlo no solo como su Grand Quintet sino como su cuarto concierto para el instrumento (Dos conciertos y un concertino).
Cantó aprovechó la ocasión para hacer alarde de habilidad técnica y efusiva coloratura, con escalas vertiginosas, pasajes muy virtuosos y expresividades a flor de piel que el músico resolvió con maestría. Su clarinete sonó imperioso en el allegro inicial, potenciando el estilo arioso y la ductilidad en el fraseo del bellísimo adagio o fantasía, sereno y a la vez rítmico en el minueto, y diabólicamente ágil en el rondó final, entre ligero y exuberante y siempre atento a subrayar su amplio despliegue de recursos instrumentales. La batuta de García se plegó con mimo y respeto, sin sacrificar fuerza ni intensidad dramática y con un magnífico trabajo por parte de la plantilla.
Taller de dirección
Tres estudiantes de dirección orquestal protagonizaron el resto del programa, emitido en streaming para compensar la estricta limitación de aforo en el templo de la calle Laraña. Juan Ignacio Perea exhibió liderazgo y profesionalidad en las dos Melodías nórdicas de Grieg, cuyo estilo espectral se vio beneficiado por la particular acústica de la iglesia, pues aunque la reverberación y dispersión general suele perjudicar a la música, en este caso potenció el particular espíritu elegiaco del compositor noruego. En estilo folk se estructura sobre una melodía muy popular, que incluso ha inspirado baladas del oeste americano como la que Dimitri Tiomkin compuso para la serie de televisión The Wild Wild West, y en ella Perea estuvo atento a sus inflexiones melódicas y su tono melancólico de delicadas texturas y espíritu desolado y ensoñador, con una escalada de intensa emoción y tono apesadumbrado. También acertó a plasmar el estilo más amable y desenfadado de Kuhlokk-Stabbelaten, la segunda de estas hermosas melodías.
De izquierda a derecha: Agustín Maestre, Amelia Marín y Juan Ignacio Perea |
La Sinfonía simple que Britten compuso con veinte años recuperando piezas concebidas en su infancia, se dividió en dos partes, cada una encomendada a una batuta distinta. Agustín Maestre tuvo que hacer frente a los dos primeros movimientos, en los que Britten juega más a alternar familias orquestales y combinar capas de textura, lo que quedó malogrado por la acústica del lugar y afectó a la labor, por otro lado disciplinada y atenta, del joven director, especialmente en un alegre pizzicato que sonó así algo enmarañado. Amelia Marín tuvo sin embargo la suerte de enfrentarse a la zarabanda sentimental, el más logrado de los cuatro movimientos, que la joven resolvió con un amplio abanico de recursos y un sabio juego de dinámicas, extrayendo de la pieza toda su belleza y emotiva expresividad, hasta culminar con un ágil final travieso. Salvo algún roce aislado sin importancia, la orquesta respondió con un altísimo nivel de calidad, ratificándose como uno de los proyectos fuertes del CICUS universitario.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía