Der König Kandaules. Ópera de Alexander von Zemlinsky completada por Antony Beaumont. Libreto basado en Le roi Candaule de André Gide. Pedro Halffter, dirección musical. Manfred Schweigkofler, dirección de escena. Manfred Schweigkofler y Angelu Canu, escenografía. Mateja Benedetti, vestuario. Claudio Schmid, iluminación. Intérpretes: Peter Svensson, Nicola Beller Carbone, Martin Gantner, Matias Tosi, Christopher Robertson, José Manuel Montero, Mikeldi Atxalandabaso, Vicente Ombuena, Damián del Castillo, David Sánchez, Italo Proferisce, Iegven Orlov. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Producción del Teatro de la Maestranza realizada por el Teatro Massimo de Palermo. Teatro de la Maestranza, lunes 20 de junio de 2016
Cualquier teatro de la ópera que se precie, y más siendo de titularidad pública, está obligado a salir al menos una vez cada temporada del repertorio más trillado y popular para ofrecer títulos más arriesgados, capaces de situarnos en una época más contemporánea y mejor contextualizada, y hacernos avanzar así en gustos estéticos y capacidad de análisis. Sin la profusión ni la capacidad para conectar con el público que tuvo la ópera decimonónica, la del siglo XX ha dado también numerosos ejemplos de una lírica diferente y fascinante a la que el melómano no puede dar la espalda. Un teatro público tiene no sólo que entretener sino también educar, y en ese ámbito entran estos títulos fuera del repertorio habitual pero de una riqueza inigualable. Lástima que no haya ninguna iniciativa al respecto para la próxima temporada, pero ésta no ha podido terminar de mejor forma. Zemlinksy escribió El rey Kandaules (o si se prefiere Candaulo) en 1936, pero la amenaza nazi y su política contra el arte degenerado primero, y la negativa americana de programarla por pudor después, le llevaron a abandonarla sin apenas haber orquestado un tercio de ella. La enfermedad y la muerte hizo el resto.
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Beller Carbone y Svensson |
Tras varias tentativas de terminarla por parte de otros especialistas, y casi siempre con el impulso de su viuda, finalmente fue Antony Beaumont, responsable también del acabado final de Doctor Fausto de Bussoni, quien la llevó a buen puerto, con la ayuda inestimable de las precisas indicaciones del autor en la partitura, estrenándose en Hamburgo en 1996 con Gerd Albrecht en la dirección. Pese al entusiasmo que ha generado en críticos y especialistas desde esa primera vez, aún son pocas las veces que ha recorrido los escenarios del Mundo; en España no se escuchó por primera vez hasta 2005, en versión de concierto con el propio Beaumont frente a la Filarmónica de Gran Canaria. Sevilla acoge ahora su estreno escénico en nuestro país, un mes después de que Dmitri Jurowski la dirigiera en la Ópera de Gante. Los grandes repartos internacionales o audaces gestas como ésta son las que conforman el prestigio y la calidad de un teatro de la ópera, y con su política de acercamiento a este tipo de repertorio, a través de títulos como Lulu de Berg, Der ferne Klang de Schreker, Doctor Atomic de Adams, o Una tragedia florentina y El enano del propio Zemlinsky, Pedro Halffter ha puesto todo su empeño en ello. Que la respuesta del público sea tibia y el aforo presente tantos vacíos como los observados en la noche del estreno, no debe ser obstáculo para proseguir con una política así. Hay muchas formas de compensar estas pérdidas, y ahí entra el ingenio y la imaginación de programadores y gestores para remediarlo. Nunca se debe sacrificar la excelencia y la innovación en favor exclusivamente de la taquilla.
El rey Kandaules representa en toda su plenitud las corrientes artísticas que imperaron en Europa Central en el período de entre guerras, rupturistas e influidas por esos avances en tecnología y psicología que se extendieron al interés de la creación no ya por espacios emotivos o la mera búsqueda de la belleza y el placer, sino ahondando más en la naturaleza humana, su pensamiento y los factores que nos llevan al progreso aunque también a la autodestrucción. Como cualquiera de los grandes exponentes musicales de la época, esta magnífica partitura con reminiscencias de Strauss (mujer castradora como Salomé, voluptuosidad musical), más dura que Korngold pero menos que Schönberg, nos coge del brazo y nos invita a ese extraordinario viaje por el subconsciente, las filias y las perversiones más intrínsecamente humanas. Lástima que lo haga desde el machismo más execrable según el punto de vista de unos personajes que deambulan por una atmósfera de hace casi tres mil años, pero que en su acertada ambientación retrofuturista (la producción de Hamburgo también opta por estos derroteros, aunque desde una perspectiva más feísta y tenebrosa) parece estar avisándonos de que la Historia, como tantas otras veces, se puede repetir y todo lo que hoy hemos avanzado en cuestiones sociales y antropológicas se puede ir al traste con la imposición de políticas equivocadas e inadecuadas, cada vez más presentes en nuestro entorno. Peor aún que el machismo, al fin y al cabo expuesto y denunciado pero no justificado en el libreto que Zemlinsky adaptó del original francés de Gide, es el moralismo del que se erige en portavoz el personaje central de este drama, la reina Nyssia, contraria a las supuestas perversiones sexuales, a la diferencia, al respeto al fin y al cabo a otras formas de deseo y satisfacción sexual que no sean las meramente carnales. Aspectos que disfrutando de una acertada puesta en escena, como es el caso, dejan de resultar demagógicos, controvertidos o evangelizadores para mantenerse en un nivel de mera exposición o representación.
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Nicola Beller Carbone en el primer acto |
El entusiasmo con el que Halffter ha debido acometer la misión de poner en pie este título en el Maestranza, se tradujo en el foso en toda una acertada exhibición de erotismo y exuberante sensualidad, haciendo posible apreciar todos los vericuetos, matices y líneas expresivas de una partitura sensacional. Para eso la orquesta tuvo naturalmente que empeñarse a fondo, como siempre hace paradójicamente cuando el maestro madrileño se pone al frente. Su dirección fue el principal atractivo de un espectáculo que, no obstante, funcionó en líneas generales a pleno pulmón. Lástima que en algunos pasajes su exceso decibélico llegara a eclipsar las voces, quizás como ya han apuntado otros colegas por el poco afortunado emplazamiento de los personajes a veces en un segundo nivel, con los inconvenientes que esa solución escénica suele tener a efectos de proyección de la voz.
La música de Zemlinsky se desliza y enrolla con exultante sensualidad como si de una serpiente venenosa se tratara, y a su son se despliegan las voces de un elenco que, con sus más y sus menos, cumplió con algo más que solvencia. Especialmente destacaron el barítono alemán Martin Gantner como el machista y ambicioso pescador Gyges, que ofreció una actuación convincente y una línea de canto poderosa y homogénea, y la soprano alemana afincada en España Nicola Beller Carbone, sobrada como actriz, de voluptuosa sensualidad y voz capaz para enfrentarse a todo tipo de cambios de registro y elevados agudos, si bien se detectó en algunos pasajes cierta nasalidad en la voz. El experimentado tenor austriaco Peter Svensson, como el libertino y vanidoso rey del título, empezó con mal pie, estridente e inseguro, pero salvó rápidamente estos inconvenientes con otro saldo a su favor. Entre los cortesanos, con varios cantantes españoles en sus filas, destacó Matías Tosi, que aprovechó su momento de lucimiento con brillantez tanto en lo canoro como en su dinámica y jubilosa interpretación. La puesta en escena, sobria y efectiva, nos retrotrajo a un ambiente decadente en un futuro incierto, más por el colorista e imaginativo vestuario que por la escenografía en cierto modo reminiscente del Kursaal de San Sebastián. Una magnífica iluminación así como una estupenda solución formal para crear el efecto de invisibilidad del dichoso anillo tan recurrente en la mitología germana, completaron un sensacional espectáculo, sorpresa erótica incluida en la transición entre los actos segundo y tercero.