Dirección Isaki Lacuesta Guión Isaki Lacuesta e Isabel Campo Fotografía Diego Dussuel Música Gerard Gil Intérpretes Miquel Barceló, Josef Nadj, Amon Dolo, Amasagú Dolo, Bokar Dembele, Alou Cissé, Soumalia Sabata, Mamadou Camara, Djenebou Keita
Estreno 23 septiembre 2011
Cannes bendijo este año un film insólito y experimental, El árbol de la vida de Terrence Malick, y ahora San Sebastián galardona con la Concha de Oro, ante el entusiasmo de Guillermo Arriaga y Frances McDormand, miembro y presidenta del jurado respectivamente, otro film de esas características, ¿serán estos los nuevos derroteros por los que deambulará el cine en un futuro próximo, sustituyendo la narración clásica o que algunos llaman convencional? No lo sabemos, pero sí podemos afirmar que lo que diferencia este trabajo del de Malick es su falta de pretensiones, su sinceridad y su afán único de contar historias de una forma visionaria que quizás algunos consideren paranoica o alucinógena. Desde el escueto presupuesto con el que se presenta hasta esa sinceridad exhibida en unos fotogramas limpios, inocentes y llenos de colorido, todo son diferencias con ese otro seudocine experimental que nos propone actualmente en cartelera el realizador de Días del cielo. Con Lacuesta nos encontramos ante eso que se llama cine inclasificable, difícil, o casi imposible de comprender en toda su dimensión e intencionalidad, pero que llama la atención aunque sólo sea por su originalidad y la fuerza de sus imágenes. Juega con el documental, género con el que el director está muy familiarizado, con títulos como La noche que no acaba sobre Ava Gardner o el guión de Garbo: el espía, y con los géneros, desde la comedia a la aventura pasando por el western, identificado fundamentalmente en la indumentaria del protagonista y la divertida música morriconiana de Gerard Gil. Y todo para poner en imágenes un supuesto sueño del artista también catalán Miquel Barceló, que a su vez versa sobre la supuesta experiencia del escritor y pintor francés François Augieras. Parece que con este cocktail Lacuesta, sin duda un director anticipado a su época, quiera hacer una disquisición sobre el arte y sus intenciones, pero lo cierto es que basta dejarse llevar por lo que sin duda sí que es, un viaje al interior de África desprejuiciado, muy lejos de la miserable y terrible imagen que de ella nos dan los telediarios, divertida, amena, sencilla y afable, aunque esté poblada de bandidos y legionarios. No hay que entenderla, sino simplemente disfrutarla como propuesta exótica y diferente, y si se entiende o se sacan consecuencias, mejor. Pero hay un reproche que hacerle, y no pequeño, y es incidir en ese deporte nacional que es el maltrato de animales, porque Lacuesta se ha cuidado en contarnos que no hay efectos visuales en un espejismo, y que incluye secuencias posiblemente transgresoras, como una de coqueteo homosexual entre un negro corriente y otro albino, pero por esa misma regla de tres intuimos que cuando degüella cabras o cuelga aves, también lo hace de verdad, y eso es sencilla y terriblemente un crimen.