lunes, 31 de mayo de 2021

LA ESTRELLA ES CARMEN

1er reparto de la ópera de Georges Bizet en producción del Teatro del Liceo con dirección escénica de Calixto Bieito y musical de Anu Tali. Con Ketevan Klemokidze, Sébastien Guèze, Simón Orfila y María José Moreno. Teatro de la Maestranza, domingo 30 de mayo de 2021

Ketevan Klemokidze

Hacía mucho tiempo que no necesitábamos en Sevilla dos repartos para una misma producción operística. La crisis de hace una década frenó el buen ritmo de crecimiento que iba cogiendo la afición sevillana y tuvimos que volver al escuálido número de cuatro representaciones como máximo por título, salvo alguna excepción muy aislada. La enorme popularidad del título de Bizet ha propiciado que incluso en estos tiempos tan delicados de pandemia y restricciones, hayamos recuperado la feliz programación de varias funciones seguidas, lo que exige un doble reparto para no agotar las voces principales. Y como todo ahora es diferente, el brote de covid que impidió estrenar el pasado lunes 24 como estaba previsto, ha provocado que fuese el segundo reparto el que estrenase este pasado sábado, con la intención de no cambiar el elenco asignado a cada fecha prevista. Ayer domingo este primer reparto tuvo su oportunidad en la producción finalmente estrenada y que ha sustituido a la inicialmente anunciada del propio Maestranza en colaboración con la Ópera de Roma. La del Liceo
dirigida por Calixto Bieito resulta anticuada para muchos, a pesar de los cambios que ha ido sufriendo a lo largo de sus veintidós años, pero nosotros la encontramos acertada e impactante, beneficiándose además por un espléndido trabajo de reposición de Joan Anton Rechi.

Simón Orfila es Escamilla
La mezzo georgiana Ketevan Klemokidze se ha trabajado a conciencia un rol que ya conocía bien. La suya es una Carmen descarada, desvergonzada, seductora y con mucho carácter, y eso lo supo llevar tanto a la escena como al canto. Su voz no es todo lo gruesa que cabría esperar en su tesitura, y atesora un timbre a menudo metálico más propio de una soprano, pero eso en absoluto es un impedimento para triunfar en el papel, que tantas veces se ha abordado con éxito en voces de registro más agudo. De cualquier forma logra mantener un timbre y un registro homogéneos y combinar una interpretación dramática de primer orden con un canto lleno de expresividad. Ella es sin duda la estrella de la función, como debe ser, ya desde una Habanera cantada con todas las armas de seducción a su alcance, que deriva después en una Seguidilla socarrona y un arranque en la taberna de Lillas Pastia, reducida a un Mercedes desvencijado, en el que exhibe ese tono justo entre enamorada y esperanzada, del mismo modo que a partir del tercer acto es capaz de transmitir el desencanto propiciado por el carácter celoso y pusilánime de su amante. Todo ello con una línea de canto sólida, precisa y decidida, con momentos estelares como la escena de las cartas, defendida con un tono adecuadamente trágico y sombrío.

Sébastien Gueze seducido por Carmen
Del resto de este primer reparto merece destacarse a Simón Orfila perfilando con su voz más de bajo que de barítono, un Escamilla rotundo, que ya desde su aparición con la famosa Canción del toreador encandila y convence, fraseando a gusto y proyectando con generosidad. Así hasta la oración del último acto, en la que se tuvo que emplear a fondo para controlar su torrente de voz, modular con discreción y transmitir como fue capaz ese toque piadoso que la pieza exige. También convenció María José Moreno, que aunque empezó un poco avibratada, fue ganando peso a lo largo de la función, dominando agudos y cambios de registro hasta lograr ese aire de ternura y compasión que demanda su personaje de Micaela. Lástima que en el plano actoral la encontrásemos algo perdida, lo que también fue controlando según avanzaba la trama.

María José Moreno y César Méndez Silvagnoli
En el lado opuesto encontramos al tenor francés Sébastien Gueze en el papel de Don José. Le costó más que a nadie aclimatarse a su personaje, y aunque fue dominándolo, no llegó a convencer del todo, al menos en esta su primera función. Como actor dejó bastante que desear, echando mano más de lo conveniente de gesticulaciones y excesos dramáticos. Y como cantante evidenció muchas carencias de tipo expresivo y técnico. Se mantuvo rígido prácticamente todo el tiempo, a menudo sofocado, fraseando con dificultad y exhibiendo muchas tiranteces, lo que nada ayudó en sus escenas junto a la heroína. Solo en el dramático desenlace encontramos un trabajo más de peso, equilibrado y en su tono justo. El coro corrigió los desajustes mencionados en la crónica anterior, y todos y todas, incluidas las niñas y niños de la Escolanía de Los Palacios y los figurantes, parecieron volver a disfrutar de lo lindo, especialmente en el muy jubiloso saludo a los toreros del acto final. Esperemos que no tengan que pasar muchos años para recuperar a Carmen en su Sevilla natal. Quizás pronto sea el momento de desempolvar esa producción propia que se quedó en el camino a causa de la pandemia.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

domingo, 30 de mayo de 2021

CARMEN DE BIEITO, QUE NO LA DE MÉRIMÉE

Ópera de Georges Bizet con libreto de Henri Meilhac y Ludovic Hálevy según la novela de Prosper Mérimée. Anu Tali, dirección musical. Calixto Bieito, dirección escénica. Joan Anton Rechi, reposición de la puesta en escena. Alfons Flores, escenografía. Mercé Paloma, vestuario. Alberto Rodríguez, iluminación. Con Sandra Ferrández, Antonio Corianò, Raquel Lojendio, Jean-Kristof Bouton, Manel Esteve, Moisés Marín, Felipe Bou, César Méndez Silvagnoli, Laura Brasó, Anna Gomà y Fernando Estrella. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Escolanía de Los Palacios. Producción del Gran Teatro del Liceo, Fundación Teatro Regio de Turín, Fundación Teatro Massimo de Palermo y La Fenice de Venecia. Teatro de la Maestranza, sábado 29 de mayo de 2021

Anu Tali dirige desde el foso

Quien más y quien menos llevaba treinta años esperando que el coliseo sevillano programara la más popular y representada de cuantas óperas existen, símbolo además de una ciudad que ha visto cómo sus calles han servido de escenario para el más nutrido conjunto de títulos líricos jamás concebido. Fue en los fastos del 92, recién inaugurado el teatro, cuando Plácido Domingo como director musical y Nuria Espert como directora escénica desembarcaron en la ciudad para poner en marcha aquella Carmen que protagonizaron Teresa Berganza y José Carreras. Desde entonces Sevilla solo ha podido mirarse en la tragedia de Mérimée a través de otras disciplinas, tan solo pudiéndose recordar una representación rutinaria y rudimentaria de la ópera en el Corral del Hotel Triana, hace ya un buen puñado de años dentro del programa Ópera por Barrios y de la mano de una de esas compañías itinerantes que provienen de los antiguos países del este europeo. Hace algunos años pudimos disfrutar de la proyección en el Maestranza del clásico en celuloide de Cecil B. de Mille, con la música de Hugo Riesenfeld basada en los temas de Bizet, interpretada en directo por la Sinfónica de Sevilla. Eso y el espectáculo lírico-coreográfico-ecuestre que Távora paseó por medio mundo, han sido las pocas ocasiones que en las últimas décadas hemos podido acercarnos en Sevilla a un mito tan asociado a nuestra tierra.

Ferrández baila sobre un Mercedes desvencijado
Muchas han sido las adaptaciones de este clásico de la literatura francesa al cine, desde la protagonizada por Geraldine Farrar en 1915 a la que Vicente Aranda ambientó en localizaciones reales, pasando por la muy kitsch con Giralda al fondo que recrearon el equipo artístico de Gilda, Rita Hayworth y Glenn Ford en el reparto y Charles Vidor en la dirección. La de Bizet también ha visto múltiples adaptaciones, con Francesco Rosi dirigiendo a Domingo y Julia Migenes en Carmona, o la más libre y celebrada de Saura, pasando por toda una joya, la Carmen Jones de Otto Preminger. En esta rareza se adaptaba el musical de Broadway que de la mano de Oscar Hemmerstein, el libretista de Richard Rodgers en títulos como Oklahoma, Carrusel, El rey y yo o Sonrisas y lágrimas, tradujo las canciones al inglés y multiplicó los diálogos. Y es que Carmen es una ópera singular hasta en su estructura, con números cerrados manteniendo la pauta típica de una canción, melodías sencillas y pegadizas y que no exigen en lo vocal un esfuerzo considerable más allá de algunas inflexiones y momentos de lucimiento.

Muy buen trabajo escénico

Brasó, Ferrández, Corianò y Gomà
Como la de Calixto Bieito, también la cinta de Preminger se ambientaba en el 
ámbito castrense, con Harry Belafonte como soldado a punto de desembarcar en Corea que sucumbe a los encantos de Dorothy Dandridge, doblada por Marilyn Horne, solo para destapar así su condición de macho celoso y maltratador, un particular que Preminger resuelve con tanta sutileza como convicción ¡hace setenta años! Bieito, en su condición de provocador nato, necesita mucho más, intentar descolocar al público mostrando toda una sucesión de miserias patrias, desde una bandera intemporal (sin escudos ni emblemas) que legitima los excesos y atropellos de las fuerzas de seguridad, violación incluida, hasta una legión paradigma del machirulo más grosero y primitivo (pero sin cabra), la corrupción representada en la continua presencia de legionarios sobre el escenario, a menudo junto a traficantes y prófugos de la justicia, y esa miseria del pueblo de la que no nos libramos ni después de cuarenta años de democracia. La de Bieito se publicita como ambientada en los setenta en algún lugar del estrecho, pero lo cierto es que ni la escenografía ni los figurines dejan muy claro ese particular (atención a la cabina de teléfono, más bien de unos ochenta muy entrados), por lo que vale igualmente para nuestros días, porque aquí no ha pasado nada y todo vuelve.

Bouton y Brasó
Así, con pocos elementos pero muy buen oficio, Bieito y su equipo consiguen un trabajo teatral de primer orden, con una muy cuidada iluminación y, lo que es más importante, un excelente trabajo de dirección, movimientos de masas bien calculados y articulados e interpretaciones llenas de intención y expresividad por parte prácticamente de todo el elenco, al menos en este segundo reparto con el que, después de retrasos, cambios de producción y amenazas del covid, se ha tenido que estrenar la función. En esta Carmen hay soluciones cinematográficas muy bien aplicadas, como ese torero desnudo bajo la luna y a la sombra del toro de Osborne que acompaña al entreacto del tercer acto y tanto recuerda al novillero de Tú solo, dirigida por otro Escamilla, Teo; o la espectacular forma en la que en el último acto el gentío saluda a los toreros, a quienes no vemos, en una solución muy similar a la de las carreras de Ascot en My Fair Lady. Afortunadamente lo de provocar le queda grande ya a cualquiera que se lo proponga, y desde luego el público sevillano ha demostrado con creces que es difícil de escandalizar, que aquí lo mismo cabe rezarle a la Virgen que besarse en plena calle con una persona del mismo sexo. Solo pudimos reprocharle al afamado director escénico que acentúe tanto todos estos factores para analizar el origen del mal, esa supremacía del macho sobre la mujer que deriva en el feminicidio, como esa niña pequeña que acompaña al elenco durante gran parte de la función, toda vestida de rosa, jugando a las muñecas y mimetizando ademanes de seducción.

Gran espectáculo musical

Corianò y Ferrández
Habiendo dejado clara la satisfacción que nos ha provocado el muy trabajado espectáculo teatral, algo que tanto echamos de menos en otras funciones más sofisticadas en recursos, hemos de dejar constancia también del excelente nivel musical alcanzado en términos globales en esta versión del Maestranza de la ya mítica producción del Liceo en colaboración con varios teatros italianos. La directora estonia Anu Tali marcó con destreza y precisión todas las pautas reconocibles en la partitura. Inflexiones, cambios de registro, ataques, entradas, climas… la suya fue una dirección muy atenta al matiz y al detalle, en cierto modo tan marcial en lo técnico, lírica y sentimental en lo expresivo, estricta y concentrada, que funcionó a la perfección, haciendo que la música fluyera y brillara en todo su esplendor, algo a lo que naturalmente la buena disposición de la orquesta ayudó sobre manera. Una vez más la espléndida acústica del lugar redondeó los buenos resultados. Lástima que esto no impidiera ciertos desencuentros con el coro, sobre todo en sus primeras apariciones; quizás las mascarillas y la lejanía de las voces en algunos pasajes contribuyeran a esos pequeños desajustes. Por lo demás, también la aportación de los y las integrantes del coro alcanzó en general un buen nivel, plegándose a ello el feliz regreso al escenario de los niños y las niñas de la Escolanía de Los Palacios, una vez más embelesándonos con su disciplinada participación.

Lojendio y Corianò
En este segundo reparto quien más brilló a nivel canoro fue Raquel Lojendio componiendo una Micaela de voz rutilante, generosa proyección y timbre tan afinado como hermoso, así en el dúo con Don José del primer acto, Tu la verras, como en un muy emotivo y matizado Je dis, que rien ne m’épouvante del tercer acto, manteniendo siempre el equilibrio técnico y expresivo perfecto y una línea de canto homogénea y precisa. El debut de Sandra Ferrández en el rol principal, al margen de alguna sustitución y versión sucedáneo, se saldó con muy buenos resultados, entonando con calidez y buen gusto sus numerosos highlights, desde una Habanera cantada con garbo a una Seguidilla de acentuado sarcasmo, o un Les tringles des sistres tintaient del segundo acto dinámico y brillante, con la impagable colaboración de Tali a la batuta. Su trágico dúo final con un execrable Don José, estuvo tan bien entonado como trabajado a nivel teatral, logrando que esta durísima versión del desenlace alcanzara un nivel conmovedor casi inaguantable. Aquí también aportó lo suyo el tenor italiano Antonio Corianò, que mantuvo el tipo durante toda la representación, logrando un eficaz y competente La fleur que tu m’avais jetée, con voz no demasiado ancha pero bien timbrada y fraseada, que no decayó en ningún momento.

Algo más endeble resultó el barítono canadiense Jean-Kristof Bouton, que aunque no cantó ni de lejos mal, acusó una voz pequeña para su tesitura, y le faltaron hechuras para llegar a emocionar. El resto, especialmente Mercedes (Anna Gomà) y Frasquita (Laura Brasó), que estuvieron frescas y estupendas, cumplió con solvencia, desde un entonado Morales en la voz del barítono portorriqueño César Méndez Silvagnoli, al muy competente Zúñiga de Felipe Bou y los estridentes traficantes incorporados con acierto por Manel Esteve y Moisés Marín. Mención aparte merece el actor Fernando Estrella, un Lillas Pastia que más bien parece personificar al observador extranjero que desde siempre ha diseccionado nuestra cultura erigiéndose en cronista intelectual de nuestros vicios y virtudes.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

sábado, 29 de mayo de 2021

MARTÍNEZ Y SCHULTHEIS VIAJAN A TRAVÉS DE LA SONATA

Ciclo Alternativas de cámara, en colaboración con Juventudes Musicales de Sevilla. Carlos Martínez, violín. Seth Schultheis, piano. Programa: Sonata Op. 9 nº 3 en Re mayor, de Leclair; Sonata nº 9 “Kreutzer” Op. 47 en La mayor, de Beethoven; Sonata nº 2 Op. 100 en La mayor, de Brahms; Rapsodia nº 1 Sz. 87, de Bartók. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, viernes 28 de mayo de 2021

El último concierto del ciclo Alternativas de cámara, organizado por el Teatro de la Maestranza en colaboración con Juventudes Musicales de Sevilla, fue también la antesala del tradicional
Festival de primavera de esta veterana asociación cultural, que se celebrará durante todo el mes de junio en sesiones matinales de domingo en el Teatro Cajasol, en lugar del Salón de carteles de la Plaza de Toros, como solía ser habitual antes de la pandemia. En este festival figura también Seth Schultheis, el joven pianista norteamericano que interpretó este suculento programa junto al cordobés Carlos Martínez, que por su parte tocará como solista junto a la Sinfónica de Sevilla el Concierto nº 1 de Bruch, en una cita especial organizada igualmente por Juventudes Musicales que tendrá lugar el próximo martes 22 del mes entrante.

Una vez más tenemos que congratularnos por el excelente nivel que exhiben las nuevas generaciones de nuestros intérpretes. Martínez, con un complejo viaje a través de la sonata para violín y piano, que fue del Barroco de Leclair al nacionalismo del siglo XX de Bartók, pasando por el clasicismo de Beethoven y el romanticismo de Brahms, cogiéndole el pulso a cada uno en afecto y estilo, exhibió una madurez interpretativa y un nivel técnico de primera categoría, fielmente acompañado por el lirismo embaucador que desgranó Schultheis, a quien presuntamente conoció hace apenas tres años durante sus estudios en la Manhattan School of Music. Su forma de abordar el repertorio con el que comenzó el programa, una sonata de Jean-Marie Leclair para violín y bajo continuo en cuatro movimientos, no fue precisamente la más ortodoxa para los tiempos que corren. Tendemos a condenar toda interpretación de este repertorio que no se ajuste a los parámetros historicistas aceptados, despreciando la agilidad y la atención al matiz y el detalle que los intérpretes puedan llegar a manifestar, como así ocurrió en una exhibición generosa en claridad y buen gusto a la hora de desarrollar la riqueza melódica de la pieza. Aquí Martínez dejó ya clara su capacidad para la ornamentación, con allegri llenos de vida y un virtuosismo brillante. Solo cupo reprocharle algo más de afinación y destreza en los pianissimi, mientras ambos supieron, con la dificultad añadida del piano al abordar este tipo de composiciones, equilibrar la delicadeza francesa con la pasión italiana y la profundidad alemana.

Tras este preámbulo, dos obras mayores del género

Atreverse con la Sonata Kreutzer cuando todavía se está en una fase de iniciación a nivel interpretativo, supone todo un reto y un ejemplo de valentía del que resulta difícil salir bien parado. Martínez y Schultheis lograron sin embargo un nivel muy aceptable, aunque sus primeros acordes arpegiados fueron algo toscos y faltos de suficiente agilidad, detrayendo de la pieza ese carácter aparentemente improvisado que la define. Pero el resto deambuló con soltura y considerables dosis de bravura, salvando sus continuos cambios de registro y textura, manteniendo en el violín un timbre homogéneo, rara vez estridente y siempre meticuloso para lograr una lectura solemne del presto inicial, con notable capacidad inventiva por parte del pianista, así como cierta calma poética y sentimental en el andante, y una vibrante y dinámica tarantella final. Cierto que faltó esa depuración expresiva, que no técnica salvo en lo apuntado, que llevara la pieza al nivel de la excelencia, pero en general resultó bastante satisfactoria y dejó claro el buen nivel de compenetración entre los artistas.

La Sonata nº 2 de Brahms es un dechado de lirismo y armonía. La que provocara tanta alegría y satisfacción en Clara Schumann se benefició de una interpretación fluida y emotiva, más depurada a nivel expresivo que la anterior, alcanzando un diálogo fluido entrambos. Martínez acertó en su forma de abordar esta Meistersinger o Thuner Sonata, así llamada indistintamente por contener un tema de Los maestros cantores de Wagner y por ser concebida en un apacible verano en la localidad suiza de Thun. El joven violinista exhibió cantabilidad y un depurado sonido, salvando con acierto sus grandes intervalos y episodios contrastados, y acompañado con frescura y humildad al piano. Fue una lectura que incidió en los aspectos tiernos y apacibles de la partitura, de la misma manera que en la Rapsodia de Bartók, una de las que alcanzaron más popularidad en su transcripción para violín y orquesta, acusaron una agilidad y un virtuosismo técnico excelente. Toda una celebración de las danzas y melodías populares rumanas expuestas con una brillantez solo posible si detrás hay un trabajo responsable y un esfuerzo extraordinario. Con el movimiento lento de la Sonata Primavera de Beethoven como propina, rubricaron un concierto de generosa duración, mucha resistencia y resultados muy satisfactorios.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

viernes, 28 de mayo de 2021

DESPIERTA LA FURIA Algunos hombres duros

Título original: Wrath of Man
USA-Reino Unido 2021 119 min.
Dirección
Guy Ritchie Guion Guy Ritchie, Ivan Atkinson y Marn Davies, según la película “Le convoyeur” de Nicolas Boukhrief Fotografía Alan Stewart Música Chris Benstead Intérpretes Jason Statham, Holt McCallany, Josh hartnettr, scott Eastwood, Jeffrey Donovan, Laz Alonso, Raúl Castillo, Eddie Marsan, Niamh Algar, Deobia Oparei, Rocci Williams, Andy García Estreno en Estados Unidos 7 mayo 2021; en España 28 mayo 2021

En su cuarta colaboración tras Lock & Stock, Snatch: Cerdos y diamantes y Revolver, Jason Statham vuelve a incorporar su sempiterno personaje de hombre duro, esta vez rodeándose de otros como él, prestando su figura inerte, su único registro de rostro impenetrable y su rotundo físico de hombre de acción frío y calculador a la nueva aventura adrenalítica del inefable Guy Ritchie.

El director de Sherlock Holmes y The Gentlemen retoma su género favorito tras la extravagancia musical Aladdin con este remake de una película francesa de 2004 cuyo título internacional es Truck Crash. Pero él va más allá, retuerce la trama, introduce más bandas criminales y más personajes con identidad oculta, y nos sumerge en una experiencia catártica de violencia y suspense en el que el desánimo de los guerreros americanos de Afganistán se combina con los atracos a furgones blindados, la investigación de los servicios de inteligencia, la recaudación del Black Friday y una venganza personal, todo sazonado con ultra violencia impune, personajes durísimos y una atmósfera inquietante y tenebrosa en la que se puede respirar el mal gracias entre otras cosas a una monocorde banda sonora de Chris Benstead.

Rocambolesca y enrevesada, la película da lo que se le pide, entretiene y nos descubre a un Ritchie más maduro, capaz de dar fuste a la función y mantener su pulsión dramática a un ritmo perfectamente controlado y sincopado. Le puede la exageración y la desmesura, pero consigue mantener el interés a pesar de sus disparatadas premisas.

UNO DE LOS NUESTROS Malograda por la irrenunciable violencia

Título original: Let Him Go
USA 2020 114 min.
Guion y dirección
Thomas Bezucha, según la novela de Larry Watson Fotografía Guy Godfree Música Michael Giacchino Intérpretes Kevin Costner, Diane Lane, Kayli Carter, Jeffrey Donovan, Lesley Manville, Booboo Stewart, James Blackledge, Otto y Bram Hornung, Will Brittain, Connor Mackay, Adam Stafford, Greg Lawson Estreno en Estados Unidos 6 noviembre 2020; en España 28 mayo 2021


Siempre es agradable reencontrarse con el estilo clásico y genuinamente americano de narrar historias, y con intérpretes solventes llenos de garra y buen oficio. Decir que esta es la mejor película de Thomas Bezucha hasta la fecha, tampoco es lanzar las campanas al vuelo. Las anteriores películas del director, la comedia familiar y sofisticada La joya de la familia, y la comedia romántica adolescente Monte Carlo, no dieron mucho de sí, de manera que no necesitaba esforzarse demasiado para mejorarlas. Sin embargo durante dos tercios de su metraje, Bezucha consigue conjugar eficazmente los excelentes recursos puestos a su disposición, creando una película sobria, elegante, pausada y estimulante sobre unos abuelos que viajan desde su rancho en Montana en los años sesenta del pasado siglo, a Dakota del Norte para recuperar a su nieto y salvarlos tanto a él como a su madre del maltrato que sufre por parte de su nueva pareja.

Con la ayuda inestimable de Costner y Lane, sin cargar las tintas y haciendo gala de unas interpretaciones reflexivas y muy meditadas, la cinta se desenvuelve entre la melancolía y un certero retrato generacional, mientras el viaje les hace encontrarse con esa América profunda tan querida de cineastas y escritores, que arrastra todavía la herencia del salvaje oeste, la aniquilación de los indígenas y la defensa enfermiza hasta lo criminal de la familia, con una espléndida Lesley Manville erigida en mamá sangrienta a la cabeza. Lástima que todas estas virtudes den paso en su último tercio a la irremediable sucesión de violencia, armas descontroladas y situaciones desbocadas al disparate, unos fuegos artificiales finales que malogran el espíritu contenido que apuntaba el producto y su sana vocación de triste alegato contra el salvajismo imperante en una sociedad enferma y herida por los instintos más bajos e infrahumanos.

Una vez más nuestros distribuidores yerran al traducir el título, adjudicándole una reminiscencia de Scorsese al que en su versión original, Déjale marchar, hace más bien referencia a la impotencia frente al abandono de un ser querido, sea el difunto hijo de los protagonistas o el secuestrado nieto que sirve como eje de una búsqueda con tintes de odisea. Su impecable acabado técnico y artístico nos permite disfrutar de unos parajes idílicos, siempre en un tono crepuscular que nos remite al estilo Clint Eastwood, banda sonora de Michael Giacchino incluida. Pero hubo un tiempo en el que una Katharine Hepburn o un Henry Fonda no necesitaban de las armas para hacer un discurso social y sentimental convincente y desgarrador.

lunes, 24 de mayo de 2021

IRENE ORTEGA, LA BÉTICA Y SUS MUÑECAS RUSAS

Temporada 2020-2021 de la Orquesta Bética de Cámara. Irene Ortega, violín. Michael Thomas, director. Programa: Suite Miniature, de Cui; Concierto para violín nº 2 en sol menor, de Prokofiev; Sinfonietta sobre temas rusos Op. 31, de Rimsky-Korsakov; Souvenir d’una nuit de été à Madrid, de Glinka. Espacio Turina, sábado 22 de mayo de 2021


Es motivo de orgullo y satisfacción que la Bética, en su formación originaria de cámara, mantenga un merecido hueco en la programación musical de la ciudad, y sume a las otras formaciones convivientes una tan solvente y comprometida, capaz además de ofrecer programas tan distintos y estimulantes como el presentado ayer tarde en el Espacio Turina, su sede habitual. En este ocasión, bajo el título genérico de Matrioskas, ofreció una selección de piezas de compositores rusos del siglo XIX basadas a su vez en temas populares de su folclore e incluso del nuestro, como es el caso de Glinka, con la particularidad además de tener a Madrid como eje del programa. Fue allí, en este centro del universo, donde se estrenó en 1935 el concierto de Prokofiev, y a ella se refiere el autor de Ruslán y Ludmila en su evocación de las noches estivales a partir de una conocida melodía en forma de jota que sirvió también a Gerónimo Giménez para su célebre intermedio de La boda de Luis Alonso.

Quizás por esa intención de confeccionar un programa muy ruso, se seleccionaron piezas de Rimsky-Korsakov y el menos frecuente César Cui, ambos integrantes del grupo de Los Cinco, empeñados en hacer una música netamente nacionalista, siguiendo las ideas de Glinka, presente también en el programa. De hecho las piezas de los dos primeros siguen pautas muy parecidas, con preponderancia de ambientes pastorales y melodías cálidas y sencillas. Cui era un experto miniaturista, y algunas de sus piezas para piano las tradujo en esta Suite nº 1 que Michael Thomas y la Bética desgranaron con deleite y buen juicio. Contó para ello con un plantel de primera categoría en las maderas, con valores como Jacobo Díaz al oboe, Luis Orden a la flauta o Antonio Salguero al clarinete, que contribuyeron sobremanera al buen acabado formal de esta pieza, alcanzando cotas muy estimables por ejemplo en el Souvenir douloureux, cantado de manera compacta y responsable.

De las tres obras que Rimsky-Korsakov compuso según melodías rusas, una Obertura, una Fantasía y una Sinfonietta, esta última es quizás la menos frecuentada, a pesar de tratarse de un trabajo sólido y tan bien orquestado como suele ser habitual en su catálogo. De ella Thomas ofreció una versión clara y transparente, atenta a las texturas y a la melodía, especialmente en el adagio, donde expuso con mimo y detalle esa melodía sobre la que Stravinski volvería en su Pájaro de fuego. En contraste, la Bética acertó en atacar su brillante final de forma enérgica y contundente.

Emociones encontradas para una excelente violinista

Foto: Gracia Bueno
Pero si algo destacó en este tercer programa del año fue la aportación de Irene Ortega, una jovencísima violinista jerezana con mucha experiencia camerística y en formaciones sinfónicas de diversa índole, especialmente académica y en prácticas, lo que demuestra la importancia de los conjuntos sinfónicos para jóvenes, como la recién anunciada Joven ROSS. Ortega tiene sin embargo muy poca experiencia como concertista, lo que aumenta su valentía y mérito a la hora de abordar un concierto tan complejo como el segundo de Prokofiev. Haber sido compuesto dieciocho años después del primero no significa que su lenguaje sea más avanzado, de hecho en él se atisba una suavización de su estilo tras su regreso a la Unión Soviética, y una estética bastante apartada de su contemporáneo Concierto para la memoria de un ángel de Berg. No obstante se trata de una pieza difícil y muy matizada, de la que Ortega y Thomas ofrecieron una versión aristada.

La joven violinista exhibió en todo momento un control absoluto del legato, un lirismo avasallador, patente en el dulce y sedoso sonido del andante central, y una concentración espiritual y una profundidad emocional solo alcance de solistas muy maduros. También aprovechó para derrochar virtuosismo tanto en las enérgicas modulaciones del contrastado primer movimiento como en el mordaz y dinámico allegro final, resuelto con una poderosa mezcla de gracia, rudeza y agitación. Lástima que el acompañamiento del siempre entusiasta y comprometido Thomas a la batuta no estuviera totalmente a la altura, evidenciando demasiada tosquedad en los ataques, un carácter más disonante de lo conveniente y algún desequilibrio que otro en los planos sonoros y las texturas. Con todo fue una versión muy lograda, un motivo de satisfacción para la violinista, tristemente empañado por el hecho de coincidir con la pérdida de su abuelo, a quien dedicó como propina una delicada y fluida Meditación de Thais visiblemente emocionada. Con el Recuerdo de una noche de verano en Madrid de Glinka terminó esta exhibición rusa, de forma tan respetuosa como distendida, resolviendo con destreza y dinamismo su variada estructura. También aquí brillaron las excelentes prestaciones de la madera y la cuerda, el depurado trabajo del percusionista, castañuelas incluidas como en Prokofiev, y una global pasión contenida.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

sábado, 22 de mayo de 2021

ESTRENO EN SALAS DE FIRST COW

Reseña de la película, publicada en este blog el pasado 29 de marzo de 2021
Estreno en España 21 mayo 2021

ESTRENO EN SALAS DE SWEAT

Reseña de la película, estrenada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla el 10 noviembre 2020
Estreno en España 21 mayo 2021

POLIAMOR PARA PRINCIPIANTES Sin chicha ni limoná

España 2021 97 min.
Dirección
Fernando Colomo Guion Fernando Colomo, Casandra Macías Gago y Marina Maesso Fotografía Ángel Iguacel Música Fernando Furones Intérpretes Karra Elejalde, Quim Ávila, María Pedraza, Toni Acosta, Lola Rodríguez, Eduardo Rosa, Luis Bermejo, Cristina Gallego, Inma Cuevas, Susi Caramelo, Mery Cabezuelo Estreno 21 mayo 2021


En sus veintidós películas como director, Fernando Colomo ha firmado algunas páginas memorables de nuestro cine, especialmente en la transición política, con títulos como Tigres de papel, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? o La mano negra. Después se decantó por un tipo de cine más comercial y complaciente, siempre en la línea de esa comedia madrileña que acuñó junto al otro Fernando, Trueba, y de la que este luego supo desembarazarse. Fue la época de La vida alegre, Bajarse al moro, la simpática Alegre ma non troppo y El efecto mariposa
Unos títulos más ambiciosos fueron indefiniendo su estilo y haciéndolo menos atractivo, con películas como Los años bárbaros o Al sur de Granada aprisionadas por una progresía rancia, hasta que decidió adaptarse al estilo televisivo que impera desde principios de este siglo, y de ahí surgieron las peores de su filmografía, como El próximo oriente o Rivales.

El descenso de su interés prosiguió con La banda Picasso e Isla Bonita, mientras continuaba cultivando ese tipo de comedia televisiva con La tribu. Ciertamente una filmografía muy desigual y desconcertante de la que pareció redimirse con la muy agradable y divertida Antes de la quema. Sin embargo esto no ha resultado sino un espejismo a juzgar por lo decepcionante que nos ha parecido este Poliamor para principiantes. Una comedia rotundamente televisiva y coyuntural, ridículamente autorreferencial y llena de tópicos y situaciones más irrisorias que divertidas. Aquí el auténtico principiante parece él mismo, incapaz de insuflar ritmo y energía a una experiencia alicaída y sin gracia, que no acierta a explicar qué es eso del poliamor ni el por qué de su éxito, ni parece justificarlo ni condenarlo.

Aquí el único ingenio es que el protagonista, un friki al que Colomo adorna no se sabe muy bien por qué con efectos estilo cómic y disfraz de power ranger, tiene que luchar por su amor no contra un o una contrincante, sino contra todo un grupo de amantes de todo género. Mientras, su padre, un esforzado y ridículo Karra Elejalde, ve cómo es su esposa, la omnipresente y siempre en el mismo papel Toni Acosta, es quien aprovecha las mieles de un fenómeno sexual y afectivo del que el programa televisivo First Dates da más claves y con mejores resultados que esta pobretona comedia del inefable Colomo.

jueves, 20 de mayo de 2021

HIJOS DEL SOL Derecho a una vida digna

Título original: Khorshid
Irán 2020 99 min.
Dirección
Majid Majidi Guion Majid Majidi y Nima Javidi Fotografía Houman Behmanesh Música Ramin Kousha Intérpretes Roohollah Zamani, Mahdi Mousavi, Abolfazi Shirzad, Mani Ghafouri, Shamila Shirzad, Javad Ezati, Ali Nassirian, Safar Mohammadi, Ali Ghabeshi, Tannaz Tabataei Estreno en el Festival de Venecia 6 septiembre 2020; en España 14 mayo 2021

Irán sigue apostando por un cine de denuncia que lógicamente solo encuentra eco fuera de sus fronteras, donde únicamente logró un pase especial en un festival especializado medio año antes de exhibirse en Venecia y empezar su periplo internacional. Como en tantas otras ocasiones, este tipo de cine solo es consumido por quienes al menos teóricamente estamos ya concienciadas y concienciados con la problemática que exhibe, luego ni siquiera su andadura internacional cala. De hecho lo estamos viendo actualmente, cómo la comunidad internacional y los medios prestan más atención a la crisis de Ceuta como un conflicto diplomático y político, en lugar de considerarlo lo que realmente es, una crisis humanitaria de especial envergadura, la que padecen millones de personas en todo el mundo que buscan una oportunidad, que persiguen el simple sueño de vivir en unas condiciones tan dignas como las que disfrutamos quienes vivimos a este lado del globo, y que no olvidemos en su mayor parte proviene precisamente de la explotación y el desdén con el que hemos tratado a los pueblos que claman justicia política y social.

Es la herencia que hemos dejado, y la que otros han aprovechado para imponer su religión y voluntad y someter a hombres y mujeres ya desde esa supuesta tierna infancia, robada para todas estas miles de personas para las que la educación es un lujo, y un peligro para quien decide someter, dominar y controlar. En este contexto el director iraní Majid Majidi ha tejido gran parte de su obra, desde aquellos Niños del paraíso, pasando por el problema de los refugiados afganos en Lluvia, tema también presente aunque de manera tangencial en este emocionante y hermoso cuento de las mil y una noches. Porque Majidi es consciente de que cuanto más amena y entretenida sea la función, más calará su mensaje y mayor será su nivel de comprensión. Por eso echa mano de la legendaria habilidad persa para contar historias, y con reminiscencias de Aladino, Simbad y Alí y sus cuarenta ladrones, construir un relato de aventuras, encuentros y desencuentros, en el que cuatro niños y una niña se ven envueltos en una trama aventurera, un reto que les obligará a matricularse en una escuela que funciona gracias a la iniciativa privada y la beneficencia, un paraíso con el que poder salir de las calles y del trabajo infantil, cuestiones tan condenadas en declaraciones internacionales como sistemáticamente despreciadas e incumplidas.

En ese contexto Majidi consigue combinar aventura, emoción, sentimiento, denuncia y drama con tanta frescura como naturalidad, sin que sus aparentes imposturas y fragilidades malogren el espectáculo, y logrando con un guion modélico y unas interpretaciones asombrosas, especialmente la del niño Roohollah Zamani, que realiza un trabajo dramático y físicamente extenuante, que su mensaje cale en nuestro corazón. Se trata simplemente de esa búsqueda legítima de una vida mejor, una vida digna, la que le ha sido robada a millones de personas en todo el mundo y les obliga a llevar a cabo empresas imposibles, tan arriesgadas como cruzar un charco de mar sin saber nadar, víctimas de la desesperación y de intereses políticos encontrados, sin que nadie repare en la obligación que todos y todas tenemos de solidarizarnos, ser generosos y generosas y permitir que nuestra calidad de vida merme un poquito por el bien de una mayor justicia social, no solo poética. Pero el mensaje solo llega a quienes lo conocemos; la taquilla no se nutre de ingenuos y soñadoras, sino de gente en su mayoría tan satisfecha de sí misma que se niegan a prescindir de todos los caprichos a los que una sociedad egoísta, convenida e injusta les ha enganchado.

miércoles, 19 de mayo de 2021

VIVIR SIN NOSOTROS Otro ejercicio de narcisismo gay

Título original: Are We Lost Forever
Suecia 2020 104 min.
Guion y dirección
David Färdmar Fotografía Robert Lipic, Johannes Stenson y Camilla Topuntoli Música Per-Henrik Mäenpää Intérpretes Björn Elgerd, Jonathan Andersson, Micki Stoltt, Nemanja Stojanovic, Victor Iván, Melker Wernberg, Shirin Golchin, Michaela Thorsén Estreno en Suecia 25 septiembre 2020; en España 14 mayo 2021

Hay poco de novedoso en esta historia de desamor gay, que comienza con una ruptura y se entrega durante todo su generoso metraje a analizar el luto, especialmente de quien no acepta el desenlace. Como ocurre tantas veces, se acumulan los clichés y lugares comunes, desde el perfil de los protagonistas, todos atractivos y masculinos, las partes en ruptura y sus nuevas conquistas, hasta los entornos, sus profesiones y ambientes ideales.

Su director parece, como en tantas ocasiones similares, mirarse al ombligo para contarnos una historia personal de aceptación y entendimiento, con pretensiones de trascendencia. Parte de una ruptura sentimental y parece querer plantear una relación de amistad al margen de ese nosotros que les caracterizaba como pareja asentada y aceptada por todo su entorno sentimental. Pero en realidad redunda en el hipotético dolor de una de las partes, su falta de empatía, su sensación de haber perdido los estribos y la ocasión de retener a quien cree sea el amor de su vida.

Constantes y situaciones archivistas que no encuentran en este producto tan aseado como una decoración de Ikea la flama que debía impregnar todo el conjunto, y por el contrario hace que su morosa narrativa y su acomodo en el tópico no encuentre sintonía en un espectador poco proclive a dejarse seducir por tan endeble y por momentos empalagoso material.

TODAS LAS LUNAS ¿Ángel o demonio?

Título original: Ilargi guztiak
España-Francia 2021 102 min.
Dirección
Igor Legarreta Guion Igor Legarreta y Jon Sagalá Fotografía Imanol Nabea Música Pascal Gaigne Intérpretes Haizea Carneros, Josean Bengoetxea, Itziar Ituño, Zorion Eguileor, Lier Quesada, Elena Uriz, Íñigo de la Iglesia Estreno 14 mayo 2021

De Igor Legarreta conocemos dos interesantes trabajos, como guionista en Autómata y como director en Cuando dejes de quererme, una amarga crónica sobre el reciente pasado histórico vasco y sus consecuencias sentimentales en el presente y heridas no cerradas. Ahora presta su atención a ese fascinante pasado mítico tenebroso que siempre ha perdurado en la iconografía del norte de la península y sus raíces decididamente celtas.
 
El fenómeno del vampirismo sirve a Legarreta para ofrecernos una cuidadísima producción tan poética como sugerente, en la que una niña sobrevive a un dramático episodio de las Guerras Carlistas gracias al apoyo de una misteriosa mujer de cuya mano acabará convirtiéndose en una criatura de la noche. Ilargi guztiak contiene las claves de las  que adolecía la celebrada Akelarre. También la Iglesia tiene su lamentable aportación en el devenir de los acontecimientos a los que se somete con tanta dulzura como convencimiento la jovencísima Haizea Carneros, pero el tratamiento es más sutil y preciso que en la cinta de Agüero. La diferencia vuelve a ser la gran enemiga de ese estado de las cosas que tanto conviene y tanto protege una institución anclada en el desconocmiento, el cultivo de la ignorancia y el uso del miedo como arma para conseguir sus propósitos. Sin aspavientos ni exageraciones, sino manteniendo siempre un tono elegíaco, entre la fábula y la magia, Legarreta consigue plasmar estos propósitos y darles forma, gracias también al magnífico trabajo de Josean Bengoetexea, como única persona capaz de entender y proteger a esta niña condenada a la noche eterna, y que solo en el marco de otra conflagración, la Guerra Civil española, encontrará cierta salida a su desdichada existencia.
 
Entre parajes preciosistas, una exquisita partitura de Pascal Gaigne y una cuidadísima ambientación, dosificando siempre en su justa medida cada elemento y episodio, el director vasco consigue un trabajo hipnótico y sugerente al que no le faltan pinceladas intelectuales, trasladándonos con gracia y frescura, siin imposturas ni llamativas costuras a esa actualidad en la que se conjugan la defensa del menor, el respeto y la integración del y la diferente y el cultivo del conocimiento y enriquecimiento del alma humana. Un producto que no solo sabe conjugar todos esos ricos elementos sino que ofrece además un espectáculo reposado, hermoso y carismático.

martes, 18 de mayo de 2021

EJÉRCITO DE LOS MUERTOS ¡Muera Las Vegas!

Título original: Army of the Dead
USA 2021 148 min.
Fotografía y dirección
Zack Snyder Guion Zack Snyder, Shay Hatten y Joby Harold Música Tom Holkenborg Intérpretes Dave Bautista, Ella Purnell, Ana de la Reguera, Omari Hardwick, Garret Dillahunt, Raúl Castillo, Matthias Schweighöfer, Tig Notaro, Nora Arnezeder, Samantha Win, Theo Rossi, Huma Qureshi, Hiroyuki Sanada Estreno en España y Estados Unidos 14 mayo 2021; en Netflix 21 mayo 2021

Aunque algo desequilibrada, la nueva película de Zack Snyder combina atracos a gran escala con zombis, humor y acción y, en menor medida pero más decepcionante, drama sentimental. Snyder revolucionó en cierta medida las películas de zombis cuando debutó en 2004 con Amanecer de los muertos. Desde entonces ha diseñado un estilo visual muy particular con cintas como 300 o Sucker Punch, hasta que su asociación con Christopher Nolan para dirigir las películas que a este no le apetecía hacer, como El hombre de acero o Batman vs. Superman: El amanecer de la justicia, le hizo perder algo de su frescura original y sello personal.

La combinación perfecta de su compromiso con Nolan y la recuperación de su universo estético llegó de la mano de La liga de la justicia, cuya propia versión se vería despreciada al tener que abandonar el proyecto casi acabado y ser retomado por Joss Whedon, que sustituyó todo su material por otro nuevo con resultados desastrosos. El éxito reciente en plataformas digitales de su propia versión en cuatro largas horas, dicen que por empeño de los propios seguidores del director y la saga, antecede en apenas unos meses a este regreso a los zombis y el humor socarrón en que consiste este Ejército de los muertos. No llega a la socarronería de los títulos que al respecto realizó Sam Raimi en los ochenta y noventa, con Posesión infernal a la cabeza, pero consigue que su larga duración - cualquiera le toca el trabajo a este director después de la polémica de La liga - se haga amena, que el producto final resulte entretenido, ágil e interesante. Para eso Snyder ha puesto especial cuidado en el diseño de los personajes, una tribu de mercenarios cuya primera aparición en los muy elaborados títulos de crédito iniciales en estilo cortometraje prólogo, es ya un dechado de acción, poderío visual y escape de adrenalina. Al son del clásico Viva Las Vegas de Presley en versión de Mark Jonathan Davis y Allison Crowe, nos pone ya en situación, una ciudad del juego y la lujuria asediada por muertos vivientes.

Aunque la trama fluye con soltura y agilidad, no puede evitar introducir más de un disparate, más allá del propio despropósito que supone su argumento de por sí, mientras los interludios dramáticos se antojan anticlimáticos y a todas luces innecesarios, por mucho que sirvan para comprender la suerte final de los protagonistas. Es evidente que Snyder pretende además aprovechar el espectáculo, en el que no faltan altas dosis de gore, para reflexionar aunque solo sea superficialmente sobre cuestiones políticas y sociales candentes en su país, si bien frente al apabullante espectáculo de acción y efectos especiales, todo eso quede en un segundo casi insignificante plano. Tampoco hay que pedirle mucho más, combina eficientemente terror, acción y humor y con eso es suficiente. Lo de que sea extremadamente violenta es ya algo inevitable.

viernes, 14 de mayo de 2021

ES LO CONTRARIO DE UN ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

Ópera Innova. Teatro musical. Música y libreto de César Camarero sobre “Los ciegos” de Maurice Maeterlinck y textos de “88 sueños” de Juan Eduardo Cirlot. Juan García Rodríguez, dirección musical. Zahir Ensemble: Alfonso Rubio, flauta; Carlos Lacruz y Félix Romero, clarinetes; Ángel Luis Castaño, Raquel Ruiz y Jesús Mozo, acordeones; José Tur, Agustín Jiménez y Darío Vallecillo, percusión; Óscar Martín, piano; Aglaya González, viola; Aldo Mata, violonchelo; Juan Ignacio Perea, electrónica; Cristóbal Romero, ingeniero de sonido. Intérpretes: Antonio Pereña, Fernando Fernández, Juan Carlos León, Carlos Canalejas, Silvia Micó, Soledad Molano, Carlos Galindos y Julio Cuder. Producción del Teatro de la Maestranza. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, jueves 13 de mayo de 2021

Perdonen que haya echado de tópico para titular esta reseña, refiriéndome a esa famosa novela de José Saramago en la que a través de la enfermedad se analizaba la miseria moral y el egoísmo de la sociedad actual. También la ceguera es el eje central del nuevo trabajo del reputado César Camarero, pero él se ha basado en una obra maestra del teatro simbolista de finales del siglo XIX, Los ciegos de Maurice Maeterlinck, donde un grupo de personas invidentes se encuentran perdidas en una isla, sin saber por qué ni cómo, tras haber sido abandonadas por el guía del sanatorio en el que se encuentran recluidas. Precisamente ahora que hasta la Constitución se pretende modificar para adaptarse al lenguaje inclusivo, denominando personas con discapacidad a quienes hasta ahora se consideraban disminuidas, sumergirnos en la rutina sensorial de personas invidentes debía servirnos para potenciar otras capacidades, aumentar nuestro sentido de la percepción y prestar mayor atención al oído gracias a una experiencia inmersiva. Algo así como hacernos sentir personas con capacidades diversas, que sería en definitiva el término más adecuado.

Para ello Camarero, con la impagable ayuda de Juan García Rodríguez y el imprescindible Zahir Ensemble, que suma así otro reto a tantos ya apuntados, nos invita a cerrar los ojos, claro está con ayuda de un antifaz, y apreciar así con una atención menos dispersa y más condicionada, el sonido de la música, el sentido de las voces y sus palabras, y sobre todo el espacio en el que se desarrolla una leve trama con reminiscencias de Esperando a Godot, a la que nos acercamos a través de nuestra imaginación. Hay tantos Es lo contrario como espectadores se dejan seducir por su propuesta, mientras al contrario que en un espectáculo convencional, aquí somos nosotros los observados y no al revés, acrecentando nuestra vulnerabilidad e inseguridad ante la incertidumbre de qué está realmente pasando a nuestro alrededor.

Sin embargo la experiencia no es novedosa. Aun recuerdo hace muchos años asistir a un espectáculo de La Fura dels Baus en el Teatro Central totalmente a oscuras, mientras los actores y actrices nos manipulaban con su habitual violencia. Y no son pocos los compositores que obligan estrenar sus obras en la oscuridad más absoluta para potenciar la comunión perfecta entre oyentes y música. En esta ocasión el experimento funcionó relativamente, según la disposición emocional de cada persona del público, unos más proclives a la dispersión, otras por completo entregadas a la experiencia. Y aunque pudiera parecer que este espectáculo de teatro musical no necesita puesta en escena, todo lo contrario, el emplazamiento de los músicos en plataformas alrededor del público, y las voces distribuidas por todos los rincones de la sala, contribuyen a provocar todo ese cúmulo de pretendidas sensaciones, con mayor o menor fortuna.

Hay sin embargo mucho lamento y sensación de pérdida y frustración en este grupo de invidentes imaginados por Maeterlinck hace más de un siglo. No hay en su obra ese análisis de las capacidades diversas que hoy caracterizan al colectivo y cuya traslación a nuestra relativa normalidad, si alguna vez existe algo normal, parece perseguir la función de Camarero. Además los diálogos en ocasiones parecen perderse en el espacio y bajo la profusa instrumentación. Zahir Ensemble por su parte logra que la música de Camarero suene a él, a su sello inconfundible, a esos planos sonoros lineales, casi homogéneos, sin apenas texturas, sin apenas contrastes, con notas sostenidas interminables que potencian la sensación de inquietud, a veces insostenible, que caracteriza su música. Sonidos solo esporádicamente interrumpidas por ataques severos e injerencias de diversa índole, desde el ladrido de un perro al llanto de un niño, la rotura de cristales o las pisadas sobre hojas secas que pretende imitar un plástico frecuentemente arrugado, aunque más bien nos recuerde lo mucho que molesta la desenvoltura de un caramelo en pleno concierto. Y entre tanto sonido y sampler, un magnífico trabajo de Cristóbal Romero, el ingeniero de sonido, alguno destinado a situarnos en un escenario exótico, como ese Sweet Leinani de corte hawaiano que Bing Crosby cantaba en Waikiki Wedding y que le valió a Harry Owens un Oscar a la mejor canción en 1937.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

ESTRENO EN SALAS DE BORRAR EL HISTORIAL

Reseña de la película, estrenada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla el 8 de noviembre de 2020
Estreno en España 14 mayo 2021

miércoles, 12 de mayo de 2021

SAINT-NARCISSE Extravagancia erótico-festiva

Canadá 2020 101 min.
Dirección
Bruce La Bruce Guion Martin Girard y Bruce La Bruce Fotografía Michel La Veaux Música Christophe Lamarche-Ledoux Intérpretes Félix-Antoine Duval, Tania Kontoyanni, Alexandra Petrachuk, Andreas Apergis, Jillian Harris Estreno en el Festival de Toronto 10 septiembre 2020; en el Festival Andalesgai de Sevilla 8 mayo 2021


En la abultada filmografía del director canadiense Bruce La Bruce abundan los films de temática gay con aspecto muy bizarro (Gerontophilia, Otto, The Raspberry Reich), incluso con protagonistas provenientes del cine porno homosexual como Tony Ward (Hustler Ward) o François Sagat (Flea Pit). Pero tampoco él escapa a una relajación de las formas y cierta depuración estética no exenta de frivolidades y excentricidades de distinta índole.

Sin embargo lo que más llama la atención en esta nueva extravagancia homoerótica es su ingenuidad, casi como un cuento moral en el que un joven enamorado de sí mismo encuentra el alter ego perfecto en la persona de un hermano gemelo desconocido. Cabe percibir en este vehículo para el disfrute desprejuiciado y poco ambicioso influencias de los más básicos Brian De Palma y Dario Argento, mientras las convenciones y lugares comunes del género se dan la mano en esta absurda nadería directamente conectada con ese recurrente icono religioso gay por antonomasia que es San Sebastián.

AQUELLOS QUE DESEAN MI MUERTE Habilidad para inquietar

Título original: Those Who Wish Me Dead
USA 2021 100 min.
Dirección
Taylor Sheridan Guion Michael Koryta, Taylor Sheridan y Charles Leavitt, según la novela del primero Fotografía Ben Richardson Música Brian Tyler Intérpretes Angelina Jolie, Finn Little, Nicholas Hoult, Jon Bernthal, Aidan Gillen, Tyler Perry, Medina Senghore, Jake Weber Estreno en España 7 mayo 2021; en Estados Unidos 14 mayo 2021


Taylor Sheridan se convirtió para algunos en director de culto tras sorprender con Wind River. Su combinación de thriller y naturaleza se repite ahora en este regreso a las pantallas de Angelina Jolie con papel de mujer traumatizada por un suceso del pasado que encuentra una posibilidad de redención a través de la ayuda a un niño en peligro. Traumas y redención vuelven así a ser ingredientes predilectos de un género que no consigue salirse de unas pautas muy trilladas y molestas.

Lo que más llama la atención de esta película por el lado positivo es su habilidad para generar un desasosiego y una considerable inquietud prácticamente desde el primer minuto, convirtiéndose en una entretenimiento no apto para cardíacos, un film ideal para pasar un mal rato. Por el lado negativo sorprende su base literaria, capaz de aglutinar tantos tópicos y disparates como para malograr las posibilidades que la buena dirección de Sheridan y el competente trabajo del equipo técnico y sus protagonistas habrían generado. Lástima que tratándose de un film de supervivencia y que sus protagonistas, especialmente las mujeres, sean expertas en ello, apenas asomen técnicas novedosas y sorprendentes sobre la materia y todo se reduzca a la habitual persecución sin cuartel de malos contra buenos, con catástrofe de por medio que no viene sino a aumentar la falta de plausibilidad del conjunto por acumulación de infortunios y su facilona resolución.

Aquí también hay McGuffin hitchcockiano, pero apenas se revela su identidad ni tan siquiera al final, con lo que su argumento queda bastante deshilachado. Funciona únicamente como hábil entretenimiento y perfecta excusa para pasarlo mal, quedando tantos detalles por perfeccionar que el conjunto acaba resultando decepcionante y algo indigesto.

martes, 11 de mayo de 2021

EL OLVIDO QUE SEREMOS Santo y mártir laico

Colombia 2020 136 min.
Dirección
Fernando Trueba Guion David Trueba, según la novela de Héctor Abad Faciolince Fotografía Sergio Iván Castaño Música Zbigniew Preisner Intérpretes Javier Cámara, Juan Pablo Urrego, Nicolás Reyes Cano, Patricia Tamayo, María Tereza Barreto, Clara Londoño, Elizabeth Minotta, Kami Zea, Camila Zarate, Whit Stillman, Laura Rodríguez, Luz Myriam Guarin, Aida Morales, Gustavo Angarita Estreno en Colombia 22 agosto 2020; en España 7 mayo 2021

Se nos escapan las razones que han llevado al cine colombiano a confiar en Fernando Trueba para dirigir esta película sobre uno de los hombres más emblemáticos de la lucha reciente en ese país por los derechos humanos y las causas humanitarias. No tanto si en lugar de venderla como una película de encargo lo hubiesen hecho mejor como un proyecto personal del director de Belle Époque para el que ha encontrado financiación en el país que fue patria de Héctor Abad Gómez y su hijo, cuya mirada plasmada en una novela autobiográfica se convierte en narradora de tan entrañable historia. La participación de David Trueba en el guion, que no colaboraba con su hermano desde La niña de tus ojos, hace que la balanza se decante por la segunda hipótesis, dado el carácter afable y eminentemente humanista del realizador de Vivir es fácil con los ojos cerrados. Suya puede ser también la responsabilidad de que Javier Cámara tome las riendas de este proyecto, en un registro muy diferente al que nos tiene acostumbrados, y con resultados altamente estimulantes.

Pero Trueba se ha decidido por el melodrama familiar y romántico más que por la crónica política y social que un personaje como éste demandaba. A la vez la película se erige como un canto de amor de un hijo hacia su padre, repitiendo ese esquema que tanto sorprendió en la inigualable Un lugar en el mundo, donde no asistíamos a ningún acontecimiento del que su infante protagonista no hubiera sido testigo directo. Aquí dos actores incorporan al único hijo entre una pléyade de hijas, el más pequeño con más fortuna que el mayor, pero en cualquier caso dando relieve humano y sentimental a este personaje tan agradecido por haber recibido de su padre una educación en valores fuera de los tradicionales y especialmente los religiosos. Los Trueba lanzan una fina lluvia de estos valores, sin profundidad ni análisis, desde la generosidad y el compromiso con el prójimo al cultivo de los bienes espirituales por encima de los materiales, en un claro ejemplo de progresía burguesa que poderes públicos y capos del narco prefirieron tildar de marxista. Esa lucha por una sanidad universal que encabezó el reputado médico se diluye entre tanto episodio entrañable y melodramático familiar.

No encontramos así en el conjunto un estudio considerable de la situación del país y la época, fundamentalmente década de los setenta del pasado siglo, sino más bien un culebrón familiar en la línea de un Cuéntame como pasó pero con producción de mayor empaque y algunas soluciones estéticas que pretenden proporcionar modernidad a un producto previsiblemente anticuado, un poco rancio. Se agradecen no obstante sus buenas intenciones, el cariño depositado en la empresa tanto por su equipo técnico como por el artístico, y el extraordinario trabajo de un Javier Cámara que merecía haberse lucido en un producto de mayor alcance y relieve.

lunes, 10 de mayo de 2021

AL VOLVER A LA VIDA

8º concierto del Ciclo de música de cámara de la ROSS. Vladimir Dmitrienco y Jill Renshaw, violines. Jerome Ireland y Carlos Delgado Antequera, violas. Nonna Natsvlishvili, violonchelo. Lucian Ciorata, contrabajo. Programa: Quinteto en Do mayor Op. 163 D.956, de Schubert; Sexteto nº 2 en Sol mayor Op. 36, de Brahms. Espacio Turina, domingo 9 de mayo de 2021

Hemos renegado durante mucho tiempo de que en Sevilla prácticamente solo tuviésemos acceso a la música de cámara a través del ciclo que desde hace tres décadas le brinda la Real Orquesta Sinfónica. Problemas mayormente de presupuesto impidieron durante los últimos y muchos años que recalaran con más asiduidad en nuestra ciudad los grandes conjuntos y solistas del género. Sin embargo durante esta insólita época de pandemia y confinamiento hemos llegado a apreciar en su justa y meritoria medida la labor realizada por los maestros y maestras del conjunto sinfónico, y valorar el privilegio que para nosotros y nosotras supone contar con tan alto nivel de excelencia técnica y expresiva, una vez más puesta de manifiesto en este octavo concierto de la temporada. Una entrega que sirvió además para conjugar muchas emociones, especialmente el tan esperado levantamiento del estado de alarma, eso que nos devuelve la libertad que algunos reivindicaron recientemente con los mismos criterios partidistas con los que hoy critican la decisión del gobierno. Una libertad que a la vista de las primeras reacciones, sobre todo del sector más joven de la población, no parece se vaya a saber manejar con la responsabilidad que la situación demanda. No es el caso de estos calculadísimos encuentros culturales en los que la seguridad y el sentido común priman sobre cualquier otra consideración. Eso sí es libertad aplicada con buen criterio e inmejorable razonamiento.

En ese contexto seis excelentes músicos de la ROSS elevaron a la altura de la excelencia dos grandes obras maestras del romanticismo, el segundo Sexteto de Brahms y el Quinteto de Schubert, invirtiendo con buen juicio el orden originalmente previsto. Teniendo en cuenta que el Quinteto de Schubert supone una primitiva aproximación al espíritu romántico decimonónico, compuesto en 1828, el mismo año de su fallecimiento, y que inspiró como Beethoven y Haydn el trabajo de Brahms, este sería el orden perfecto. Además se trazaba así una narrativa muy acorde a los tiempos que vivimos, con esa profunda reflexión schubertiana a las puertas de la muerte convertida en desenfadada literatura en manos de Brahms, como esa recurrente luz al final del túnel que empezamos a ver pero que no podrá evitar que acabemos acariciando la figura de la guadaña, como acaba de hacer Caballero Bonald o hizo Ennio Morricone hace casi un año, dejando la esperanza de la vida tras la muerte con su legado, que en el caso del segundo se tradujo en un sentido homenaje en forma de propina. De su interminable catálogo Nonna Natsvishvili interpretó arropada por sus colegas el tema principal de La Califa, película que protagonizó Romy Schneider en 1970, y que también sirvió para celebrar el cumpleaños de la violonchelista de la ROSS. Como decía, muchas emociones en escena.

Reflexiones sobre la muerte y la vida

El Quinteto de Schubert es una obra grandiosa y profunda en todos los sentidos. Ofrecida con el contrabajo sustituyendo al segundo violonchelo, gracias a una cuidada transcripción de Lucian Ciorata, la pieza cobró aún más relieve, cuerpo y significación. Eso no impidió que Dmitrienco tomara las riendas de la obra y protagonizara un primer movimiento que empezó crispado y continuó haciendo gala de un mayor lirismo y contención sonora. El reforzamiento de los graves potenció también ese ensanchamiento casi sinfónico que caracteriza la pieza, aumentando su suntuosidad, lirismo y vivacidad. De un amplio aliento sinfónico y un acertado desarrollo basado en la yuxtaposición de planos sonoros en el allegro inicial, el conjunto pasó a un más desesperado y fantasmal que melancólico y conmovedor adagio, tal como seguramente debió entenderlo Woody Allen a la hora de elegirlo para ilustrar el carácter atormentado del asesino al que daba vida Martin Landau en la excelente Delitos y faltas. Más desprejuiciado, poniendo el acento en el colorido y la fogosidad, resultó el scherzo, con un gran contraste entre la exuberancia de los extremos y la misteriosa contención del trío central. Y decididamente desenfadado el final vigoroso de espíritu zíngaro que cierra la obra, donde primó el ritmo frenético y un espíritu ingenuo, amable y popular. Una variedad de posibilidades y sensibilidades que el conjunto supo captar a la perfección en un alarde de compenetración y trabajo en equipo.

Los sextetos de Brahms se definen por ser más desenfadados y alegres que la mayor parte del resto de su producción. Así ocurre en este segundo dulce y distendido que muchos apuntan se dedicó a Agathe von Siebold, una supuesta novia del autor cuyo nombre Dmitrienco, en otro alarde suyo de espontaneidad y simpatía, confesó no lograr encontrar entre las notas del primer movimiento, como así se asegura. Aquí los seis integrantes del conjunto supieron expresar el carácter sonriente y distendido de la pieza, así como su inspiración cálida y poética, mientras el contrabajo de Ciorata contribuyó a potenciar su línea melódica, la riqueza de sus texturas y su claridad estructural, de nuevo sustituyendo al violonchelo original. Lució todo el intenso lirismo y ambiente rústico y pastoril del primer movimiento, así como la elaborada riqueza contrapuntística del scherzo, pero el adagio resultó demasiado inseguro e impreciso, perdiéndose ese tono ligeramente doloroso que la página sugiere. Aunque de menor calidad que el resto de la partitura, el allegro final sirvió para que el conjunto recuperara el ímpetu y la energía demostrada a lo largo del resto del estimulante concierto.

Fotografías: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía