|
Simón Orfila es Escamilla |
La mezzo georgiana
Ketevan Klemokidze se ha trabajado a conciencia un rol que ya conocía bien. La suya es una Carmen descarada, desvergonzada, seductora y con mucho carácter, y eso lo supo llevar tanto a la escena como al canto. Su voz no es todo lo gruesa que cabría esperar en su tesitura, y atesora un timbre a menudo metálico más propio de una soprano, pero eso en absoluto es un impedimento para triunfar en el papel, que tantas veces se ha abordado con éxito en voces de registro más agudo. De cualquier forma
logra mantener un timbre y un registro homogéneos y combinar una interpretación dramática de primer orden con un canto lleno de expresividad. Ella es sin duda
la estrella de la función, como debe ser, ya desde una
Habanera cantada con todas las armas de seducción a su alcance, que deriva después en una
Seguidilla socarrona y un arranque en la taberna de Lillas Pastia, reducida a un Mercedes desvencijado, en el que exhibe ese tono justo entre enamorada y esperanzada, del mismo modo que a partir del tercer acto es capaz de transmitir el desencanto propiciado por el carácter celoso y pusilánime de su amante. Todo ello con una
línea de canto sólida, precisa y decidida, con momentos estelares como la escena de las cartas, defendida con un tono adecuadamente trágico y sombrío.
|
Sébastien Gueze seducido por Carmen |
Del resto de este primer reparto
merece destacarse a Simón Orfila perfilando con su voz más de bajo que de barítono, un Escamilla rotundo, que ya desde su aparición con la famosa
Canción del toreador encandila y convence, fraseando a gusto y proyectando con generosidad. Así hasta la oración del último acto, en la que se tuvo que emplear a fondo para controlar su torrente de voz,
modular con discreción y transmitir como fue capaz ese toque piadoso que la pieza exige.
También convenció María José Moreno, que aunque empezó un poco avibratada, fue ganando peso a lo largo de la función, dominando agudos y cambios de registro hasta lograr ese
aire de ternura y compasión que demanda su personaje de Micaela. Lástima que en el plano actoral la encontrásemos algo perdida, lo que también fue controlando según avanzaba la trama.
|
María José Moreno y César Méndez Silvagnoli |
En el lado opuesto encontramos al tenor francés
Sébastien Gueze en el papel de Don José. Le costó más que a nadie aclimatarse a su personaje, y aunque fue dominándolo, no llegó a convencer del todo, al menos en esta su primera función. Como actor dejó bastante que desear, echando mano más de lo conveniente de
gesticulaciones y excesos dramáticos. Y como cantante evidenció muchas
carencias de tipo expresivo y técnico. Se mantuvo rígido prácticamente todo el tiempo, a menudo sofocado, fraseando con dificultad y exhibiendo muchas tiranteces, lo que nada ayudó en sus escenas junto a la heroína. Solo en el dramático desenlace encontramos un trabajo más de peso, equilibrado y en su tono justo. El coro corrigió los desajustes mencionados en la crónica anterior, y todos y todas, incluidas las niñas y niños de la Escolanía de Los Palacios y los figurantes, parecieron volver a disfrutar de lo lindo, especialmente en el
muy jubiloso saludo a los toreros del acto final. Esperemos que no tengan que pasar muchos años para recuperar a
Carmen en su Sevilla natal. Quizás pronto sea el momento de
desempolvar esa producción propia que se quedó en el camino a causa de la pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario