Coincidía
ayer el estreno en Sevilla de esta nueva
producción de la Zarzuela de La
verbena de la paloma, con la celebración del Día Internacional del Teatro.
Una feliz coincidencia por cuanto en esta versión de la popular zarzuela de
Tomás Bretón, un prólogo de
aproximadamente tres cuartos de hora recrea el ensayo previo a la última
función del llorado Teatro Apolo de
la calle Alcalá, antes de que la especulación acabara por destruirlo.
Y
nos vino a la memoria, en tan sintomática fecha, tantos espacios cerrados y aquellos otros que corren el peligro de
hacerlo, empezando por el Teatro San Fernando de la calle Tetuán, o los de
Sierpes, Imperial y Lloréns, a los que declarar bienes de interés cultural no
parece hacerles mucho favor, sin hablar del Coliseo, que aunque no fue
exactamente teatro, hechuras no le faltaban. Ayer mismo tuvo lugar una concentración frente al Lope de Vega
para exigir su inmediata reapertura.
El
dramaturgo, actor y poeta Álvaro Tato
diseña y articula este prólogo, que a la postre se convierte en lo mejor de
esta producción del señero título zarzuelero, cuando todavía recordamos con
enorme satisfacción el extraordinario
sabor de boca que nos dejó hace casi veinte años la anterior producción,
también de la Zarzuela, que pudimos ver cuando el Maestranza la programó por
última vez, entonces con una dirección escénica de Sergio Renán muy deudora del
cine de los años treinta.
Una
primera parte con aspecto de musical
El prólogo se ambienta en 1929, cuando director y compañía preparan con la
histeria habitual la última función
de un teatro que se especializó en eso que llamaron el teatro por horas, y cuya
famosa cuarta de Apolo se reservaba
al título más llamativo. Y entonces todo recuerda a la atmósfera que se ha
seguido respirando en series de televisión tan populares como Aquí no hay quien viva o La que se avecina, y que a nosotros nos
parecen tan deleznables por cuanto retratan una sociedad donde reina el mal humor, la falta de respeto y la mala
educación, como si fueran recursos humorísticos.

A
pesar de ello, Tato acierta al introducir aquí todas las críticas que pudieran hacerse a una revisión no actualizada del
título de Bretón, con proclamas feministas y libertarias y un afán de
modernidad que aún debía esperar dos años a asentarse, cuando se proclamase la
Segunda República. Queda así justificado el carácter presuntamente rancio de lo que habrá de venir, que no es
sino una producción absolutamente fiel al original, salvo por un vestuario
contemporáneo a esa última función del Apolo, echándose en falta los tradicionales trajes de chulos y chulapas.
Con
este pretexto, se hace un documentado repaso a la historia del Apolo antes de
que se reabriese en la Plaza Progreso, hoy Tirso de Molina, donde se
representan musicales como el que
plantea este prólogo, con números de zarzuelas y revistas poco conocidas que sirven para poner en escena coreografías nunca del todo rematadas, siempre en
el límite de lo correcto, sin llegar a
la excelencia, aunque en lo estrictamente musical funcionaron
satisfactoriamente desde el foso y sobre el escenario, destacando el Chotis de la garsón de Jacinto Guerrero,
el Tango del cinematógrafo de
Serrano, y el duelo de valses de Chueca y Valverde.
Una exhibición
de malos modos
Unos
decorados costumbristas y realistas,
de esos que el público aplaude a rabiar, abren paso a una Verbena de la paloma cuyo primer cuadro deja ya en entredicho la
oportunidad de esta nueva producción a raíz del ciento setenta y cinco aniversario del nacimiento del autor. La
combinación entre el dúo de Don Hilarión y Don Sebastián, los chascarrillos del
tabernero y sus amigos y la afligida canción de Julián, no funciona. Falta
dinamismo y emoción, antes de que en el coro
entonando las famosas seguidillas atisbemos en primera línea a Marta
García-Morales y Paula Ramírez, integrantes de la Compañía Sevillana de
Zarzuela, que con pocos medios tan bien sabe quitarle el polvo a estos
títulos decimonónicos.

Se
mantiene la línea dramática, bien
defendida por cantantes y actores, pero que tanto hiere nuestro sentimiento
al evocar esa falta de respeto entre semejantes, buscando en el desprecio y la
mala educación el efecto humorístico,
tan propio de las clases bajas madrileñas tal como se han empeñado en
presentarlas. Y así hasta el final, y sin que nos emocionen las coplas de Don
Hilarión ni nos conmueva el famoso dúo
de los enamorados y el mantón de manila.
En
este contexto, hay que destacar una buena iluminación, un correcto vestuario y
una vistosa escenografía, especialmente en el número de la soleá, muy bien cantado por Sara Salado y bailado por la coreógrafa Cristina Arias. Por su
parte, la directora jienense Lucía Marín,
mantuvo el control de la orquesta, salvo en momentos puntuales en los que llegó
a eclipsar las voces, si bien se mostró más preocupada por sacar brillo que por cuidar los matices de la partitura y su
excelente orquestación.
Entre
esas voces eclipsadas, nos sorprendió la de Manuel de Diego, inaudible en La
verbena y sin embargo tan potente en el prólogo, donde daba vida a un
fotógrafo. De igual manera, pero a la inversa, nos pasó con Ana San Martín, que dio la sensación de
no saber cantar en el prólogo y sin embargo se defendió muy bien en su breve cometido como Casta.
En
cuanto al cuarteto protagonista, buena
voz, controlada y moldeada, la de Borja Quiza, corto sin embargo en expresividad y sentimiento. Carmen Romeu, a quien
aquí hemos visto hasta cantar música antigua en los Jardines del Alcázar,
mantiene su voz espesa y bien articulada,
aunque a veces parece perderse en los cambios de registro. Emilio Sánchez no es el Hilarión perfecto, resulta estridente y acusa
una voz muy tremolante. Amparo Navarro
exagera su tono apesadumbrado, pero en lo vocal mantiene la dignidad de su veteranía.
No
cabe duda de que Nuria Castejón, más
habitual como coreógrafa que como directora de escena, se ha tomado con
seriedad su cometido en esta producción que se estrenó en Madrid la primavera del año pasado, y debía haberse
representado en Les Arts de Valencia en noviembre si no hubiese sido cancelada
por la tragedia de la Dana; pero los
resultados no le avalan a nuestro juicio. Que sus hermanos Rafa y Jesús le
acompañen en la empresa, el primero como tabernero (director en el prólogo) y
el segundo como voz en la radio, nos parece un gesto tan oportuno como entrañable.
Fotos:
Guillermo Mendo