![]() |
Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza, Juan García e Israel Sánchez presentando el concierto |
Sólo
gracias a García y su espléndida labor frente a los y las estudiantes del Conservatorio Manuel Castillo,
secundada por el profesorado que colabora en este apasionante proyecto, podemos
disfrutar en Sevilla de programas tan
brillantes, diversos y magníficamente estructurados. Son ya catorce
temporadas y siguen sorprendiéndonos. De los muchos conciertos que han
celebrado, con diferentes plantillas dado su carácter eminentemente académico, hay
algunos que han pasado a nuestra memoria
imperecedera, y éste corre el peligro de hacerlo igualmente.
Para
empezar, haberse celebrado en la
Catedral de Sevilla, prolongar la colaboración con el Coro de la Asociación de Amigos del Maestranza, iniciada el pasado
enero con obras de Mozart, y programar una pieza del empaque, la fuerza y el
magnetismo de Messiaen, son razones más que suficientes para lograr
introducirse en esa lista de conciertos
inolvidables. Si además, como no cabía esperar menos, las interpretaciones
gozan de la brillantez con la que estos jóvenes acometieron las obras, no cabe
duda de que la satisfacción es plena.
Sin
embargo, hemos de puntualizar que el
trabajo del coro no fue del todo convincente. Faltó una mayor fusión entre
las voces femeninas, espléndidas, entonadas y bien timbradas, y las masculinas,
mayoritariamente tremolantes entre
las más agudas y las medias, mejor aunque sin el peso y el volumen que se
requiere, las más graves. De esta forma, motetes de Bruckner como Tantum ergo, de su primera etapa, no
relucieron lo suficiente, si bien la calidad melódica de Locus iste quedó manifiesta, acusando no obstante los mismos
problemas, aunque sin dejar en ningún
momento de marcar su carácter místico y elegíaco, Os justi y Ecce sacerdos,
éste último con la impagable y majestuosa concurrencia del organista titular de
la Catedral, Miguel Ángel García.
Con
el escenario plantado en el trascoro, justo detrás desde el coro sonaron los espléndidos trombones, sin atisbo de
imprecisión ni titubeo alguno, en los aequalis
de Beethoven, el primero y el último de los tres que compuso, y los dos de
Bruckner, dechado de majestuosidad,
lirismo e íntimo recogimiento.
García
y los jóvenes integrantes de la actuales secciones de metal, madera y percusión de la Conjunta, nos regalaron una
sensacional recreación de Et exspecto
resurrectionem mortuorum, con elocuentes
pausas entre las cinco partes en que se divide, resueltas con un
sobrecogedor silencio del público, previamente avisado por el director del
Conservatorio Manuel Castillo, Israel
Sánchez López, en su elocuente presentación del concierto.
Con
título extraído del final del Credo de Nicea, Espero la resurrección de los muertos, la obra de Messiaen es un prodigio de ritmo y drama, en la que es
fundamental centrarse en la concentración de los acordes, así como las notas y
sonidos individuales, exigiendo de cada intérprete una precisión absoluta. Justo lo que García extrajo de cada uno y
una de la cuarentena de intérpretes, que al unísono, en los pasajes más
agitados de la segunda parte, centrado en el poder de Cristo, y sobre todo en
el apabullante final en crescendo, sonaron sensacionales.
Por su parte, la nutrida sección de percusión hizo sonar cencerros, campanas
tubulares, gongs y tamtanes como un auténtico resonar de estrellas acompañando la resurrección.
Un
gran esfuerzo de producción, incluyendo pantallas emitiendo parte del
concierto, textos y títulos de las piezas, ayudó a que esta deuda con el autor
de la Sinfonía Turangalila, quedara feliz y legítimamente saldada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario