Miguel Rincón, Fahmi Alqhai, Enrique Solinís y Johanna Rose |
Tras el fabuloso e irrepetible fin de semana pasado y repitiendo
el esquema del año pasado, el Festival terminó con su propio director al frente
de la Accademia del Piacere, seguido
al día siguiente de la Barroca de Sevilla, una tradición ya del gran final de
la muestra que no hace sino corroborar nuestra teoría de que esta edición se
parece demasiado a otras anteriores. El primero se celebró en la Iglesia de San Alberto, cuyo párroco tuvo la deferencia de explicar aspectos del edificio y su historia antes de comenzar un concierto que fue una especie de Fahmi y sus amigos, que a lo largo de
este dilatado certamen han ido apareciendo en muchas de sus propuestas. No
discutimos el nivel alcanzado por estas formaciones locales, y nos encantaría
disfrutar de ellas más a menudo, pero muchos y muchas preferiríamos que el
FeMÁS diera más entrada a otro tipo de ofertas, nacionales e internacionales,
todavía a descubrir por nuestro público. De la misma forma que sería saludable
que existiera un mayor esfuerzo en estudiar y desempolvar el magnífico legado
cultural y musical de nuestra tierra, en lugar de someterlo a intervenciones y
manipulaciones a menudo folclóricas, caprichosas y facilonas con la coartada de
la habitual glosa practicada en tiempos pasados.
Iglesia de San Alberto, en la calle Estrella |
Los integrantes del conjunto han dado sobradas muestras en
ésta y otras ocasiones de su virtuosismo técnico, su elegancia y su rotunda
musicalidad, con el siempre magnífico percusionista Pedro Estevan, las
excelentes prestaciones de la familia Alqhai a la viola de gamba o de Javier
Núñez al clave, incluido un desacreditado Juan Ramón Lara al violón. Pero para
estas danzas del XVI y XVII en forma de folías,
marionas y jácaras, se optó por
unos arreglos que hicieron sin duda las delicias de un público entregado aún a
costa de que se desvirtuaran las piezas hasta el punto de mezclar algunas con
el flamenco, para lo que se contó con el percusionista David Chupete y la
maestría una vez más de Enrique Solinís, que domina la guitarra barroca hasta
en estilo agitanado. Todo muy deslumbrante y muy complaciente.
Christophe Coin
volvió a colocarse frente a una Barroca
de Sevilla que hacía tiempo no disfrutábamos tan al completo, y es que el
programa lo demandaba. El lugar elegido fue la Fundación Cajasol, quizás a punto de desaparecer por una pésima gestión y la clásica tozudez sevillana. El francés confirmó ser mejor violonchelista que
director; con él la orquesta suena más destemplada en los tiempos pausados,
como ocurrió en la introducción de la Obertura de La isla deshabitada de Haydn, pero recupera fuelle en los pasajes
enérgicos y briosos. Con una primera parte prácticamente dedicada al compositor
austriaco, con la excepción de una anodina aria de Boccherini cantada con
estilo por Raquel Andueza, lo mejor fue sin duda la intervención de Coin en el
célebre Concierto para violonchelo nº 1,
capaz de emocionarnos con tan sólo rozar la cuerda con el arco, tanto que ni
siquiera molestó alguna tirantez ni exceso de vibrato. Como Boccherini, Gaetano Brunetti también pasó gran parte
de su vida en la corte madrileña. Su música es sin duda de menor categoría y
sirvió en la segunda parte para lucimiento del hermoso timbre de Andueza, que
cantó con elegante fraseo y las agilidades justas, aunque algo más sosa de lo
habitual. Una insustancial broma musical, la Sinfonía nº 33 “El maniático” del mismo autor, puso punto y final a
un concierto quizás de los menos memorables de nuestra querida formación, y de
paso a una edición del FeMÁS en la que ha brillado la organización, capaz de
corregir errores de ediciones anteriores, pero que en general se nos ha
antojado, con contadas excepciones, más de lo mismo.