Teatro de la Maestranza, sábado 17 de marzo de 2012
Las expectativas que teníamos en torno a la Lucia de Mariola Cantarero quedaron sobradamente satisfechas. Su tesitura ha ido evolucionando con el paso del tiempo, de manera que ya no es la soprano ligera de sus comienzos, cuando empezó a abordar el papel que más veces ha llevado al escenario, sino que ahora puede empeñarse en roles líricos, por lo que no extraña que la suya sea una Lucia que se va acercando más al verismo que al puro bel canto, lo que no le impide seguir luciendo una voz metálica de espectacular coloratura, unas modulaciones sensacionales y un gusto exquisito para ofrecer una de las mejores locas enamoradas imaginables. Todo ello unido a un talento innato para la interpretación, tanto dramática como moderadamente cómica para matizar tan carismático personaje. En su comparecencia hispalense la Cantarero ha revalidado no sólo su dominio sobre la heroína de Donizetti, otra mujer castigada por los hombres, sino también la pasión que le profesa ya de forma incondicional su público sevillano. Desde Il dolce suono al Spargi d’amaro pianto todo fue un festival de trinos, mordentes, sobreagudos, habilidad técnica, dramatismo y expresividad, lo propio en una auténtica prima donna.
Las excelencias de la soprano se vieron muy bien acompañadas por un Edgardo de preciosa voz aterciopelada. El norteamericano Stephen Costello no posee excesiva proyección pero sí una excelente articulación, un brillo muy especial y un fraseo tan elegante como su modulación. El aviso antes del tercer acto de cierta indisposición se antojó innecesario ante tan solventes resultados. También el barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, el gran triunfador de la pasada Luisa Fernanda, dio buenas muestras de su capacidad vocal, seguridad y precisión y una muy adecuada presencia escénica. Pero en su tesitura quien realmente brilló fue el capellán de Simón Orfila; su extraordinaria potencia y su indiscutible habilidad para articular la voz lo colocaron en un lugar preferente de la función. Por detrás quedaron unos correctos Esteve, Tobilla y de Diego. Sólo con tan buenas prestaciones vocales se consigue un montaje en el que brillen el dúo de amor del primer acto, el sexteto del segundo, la legendaria escena de amor del tercero y el solo final, Tu che a Dio spiegasti l’ali.
Will Humberg desplegó en todo momento mucho nervio y enorme dinamismo, en ocasiones incluso excesivo, llegando a eclipsar las voces, pero en cualquier caso cargado de intención y expresividad, y extrayendo de la orquesta excelentes prestaciones, salvo de los dichosos metales. El coro como siempre, estupendo, entonado, conjuntado y brillante. Lástima que la desastrosa escenografía no acompañase tan estimulante espectáculo, pues aparte de poca profundidad – qué pocas veces hemos disfrutado de las enormes posibilidades del nuevo escenario del Maestranza – y de unos diseños literalmente feos, incluidos unos figurines poco creativos, lo peor fue el abrupto suelo, rocoso y lleno de obstáculos; un auténtico desafío para cantantes y figurantes, tan preocupados por su interpretación como por no tropezar. Si se trataba de dejar impronta, mejor confiarse a la música y la interpretación; lo demás sólo es un ridículo ejercicio de ego.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 19 de marzo de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario