No estamos muy seguros de que celebrar la XXIX edición del Festival de Música Antigua de Sevilla durante casi todo un mes, con intervalos de varios días desiertos, sea una buena idea. No parece apropiado con la intención de darle mayor proyección internacional, ya que difícilmente va a encontrar un público dispuesto a venir a Sevilla tantos días y con varios entremedio para perder. Lo que sí quedó claro con el doble concierto de inauguración es que desde el extremo sur de Europa cuesta más demostrar la excelencia en cualquier disciplina artística. Sólo así se explica que la Barroca de Gante, una de las cuatro capitales que junto a Sevilla forman las ciudades europeas de la música, exhiba una agenda envidiable en sólo doce años de vida contando con unas prestaciones más bien discretas.
La B’Rock Baroque
Orchestra Ghent articuló su aportación en torno a una
serie de poco divulgados compositores belgas de mayor interés musicológico que
artístico, con los que el conjunto evidenció un estilo flácido y frágil, indeciso
en ocasiones, pero de acentuados contrastes y correctos juegos dinámicos, y que
nos permitieron descubrir piezas interesantes como un onomatopéyico y
vivaldiano concierto de Henri-Jacques de Croes, o un concierto para flauta
travesera de Jacques Loeillet que el solista Alexis Kossenko abordó con
sorprendente virtuosismo y evidente buen gusto. Un recientemente descubierto
concierto de Telemann que Rudolph
Richter, a la cabeza del conjunto y abordando
las partes solistas al violín, defendió con delicadeza y agilidad, dejó claro
que cuanto mejor es la obra más se luce la interpretación.
Algo que confirmó el repertorio elegido por la Orquesta Barroca de Sevilla, una serie de grandes piezas para cuerda, entre
ellas el Concierto Grosso nº 1 de Haendel y el primero de los tres conciertos para
uno, dos y hasta tres violines que sobreviven en su formato original de los
seis que compuso Bach, del que la formación ofreció una interpretación
antológica comandada por un extraordinario, preciso y radiante Pablo Valetti
como solista. Dos introducciones teatrales de Locatelli y una breve sinfonía de
Domenico Scarlatti completaron un programa que la orquesta abordó con su
habitual ímpetu, solidez y fuerza expresiva. Una lectura conjunta de ambas
orquestas del mismo concierto de Haendel culminó al arranque de un mes de
celebraciones en el que se echó en falta una mayor evidencia de que nos
encontramos en el marco de un festival, y no de una cita cualquiera.
Dominique Visse |
Dos músicos de lujo acapararon nuestra atención en la velada
del sábado, el contratenor francés Dominique
Visse y el clavecinista brasileño Nicolau
de Figuereido, sin duda dos de las figuras más aclamadas de la interpretación de música barroca
desde hace varias décadas.
Henry Purcell es un compositor que no falta nunca a la cita, y en torno a él y
bajo el título Music for a While se
articuló un concierto en el que se alternaron canciones y piezas vocales
teatrales con instrumentales de autores como William Byrd, Bernardo Storace y
Barbara Strozzi. Visse posee una voz en sintonía con su aspecto estético,
particular y extravagante, de generosa y limpia proyección, que modula no
enteramente a su antojo, ya que son numerosas las ocasiones en las que para
alcanzar las notas más bajas acude a abruptos cambios de color, acusando además
monotonía en su estilo canoro, a pesar del tono jocoso y hasta cómico que
adopta cuando la ocasión lo demanda. Figuereido cargó con el mayor peso de la
función, al clave o al órgano, infatigable durante la más de hora y media ininterrumpida
que duró el concierto, evidenciando un dominio absoluto del teclado, un gusto
exquisito para la ornamentación y una sintonía simbiótica con el atribulado
vocalista. Los dramáticos y apesadumbrados O
solitude de Purcell y L’Eraclito
amoroso de Strozzi acapararon los momentos álgidos de la noche.
Vicente Parrilla |
La sorprendente acogida que la música renacentista y barroca
ha obtenido en nuestra ciudad, al abrigo de las estupendas formaciones que en
ella han surgido en los últimos tiempos, vuelve a tener su protagonismo en los
conciertos matinales de los fines de semana, el primero de los cuales se
destinó a presentar el último registro discográfico del grupo More Hispano, liderado por Vicente Parrilla, Glosas. Hasta seis flautas renacentistas, una bajo, dos tenores,
dos altos y una soprano, llegó a tocar el creativo músico en un rico repertorio
de música de alcoba del S. XVI
escrita a cuatro voces. Una oferta sobria y disciplinada, acaso demasiado
rutinaria a pesar de las múltiples posibilidades en timbres y ornamentación que
ofrece el género. Parrilla debería ser más atrevido, abandonar las digitaciones
a las que nos tiene acostumbrados, y experimentar con nuevas variantes y
agilidades. No obstante cada instrumentista dio sobradas lecciones magistrales
en armonía, contrapunto y articulación, destacando el vuelo lírico y la
sedosidad de Johanna Rose en la viola de gamba, especialmente en Chi me dara piu pace de Marchetto Cara,
si bien la pieza que logró un acabado más impecable y sorprendente fue el Une jeune fillette que Montserrat
Figueras popularizó en la banda sonora de la recurrente Todas las mañanas del mundo. Por su parte el excelente laudista Miguel Rincón, también componente del
conjunto, fue el protagonista en solitario de un didáctico segundo concierto matinal
en torno a las mismas célebres partitas para violín de Bach cuyas versiones
originales se pudieron disfrutar en la noche del domingo a cargo de la
especialista japonesa Midori Seiler,
precedidas de las prodigiosas suites para violonchelo del mismo autor en
interpretación del donostiarra Iagoba
Fanlo.
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