No es la primera vez que nos visita el Trío Vega, cuyos compromisos veraniegos les están haciendo recorrer los principales escenarios del país, desde Granada a Santander, lo que da idea de cómo poco a poco la del Alcázar es una propuesta que va escalando peldaños desde el consumo doméstico al más especializado y exigente. Esta vez vinieron con un programa muy intenso y más convencional que el ofrecido hace dos años con mujeres compositoras. Mantienen la misma formación y siguen brillando tanto por separado como en conjunto, alternando como es habitual en estos casos sus labores docentes e investigadoras con las interpretativas.
En el programa dos tríos que son a su vez dos obras maestras, reflejo de la madurez compositiva de sus autores y de la claridad de ideas y objetivos en sus intenciones. El Trío en Do mayor KV. 548 de Mozart deambuló entre el generoso ingenio que reclama, especialmente en relación a sus propuestas armónicas, y su brillantez expresiva, de la que se hizo buen cargo la violonchelista santanderina Orfilia Saiz Vega. Pero hubo en su desarrollo una sensación de ir todo muy medido, demasiado controlado como para dejar atisbar el flujo natural casi improvisado que caracteriza el estilo inconfundible de su autor. Codispoti lució amplias facultades gimnásticas al piano, mientras Paquin al violín acentuó sin estridencias el carácter bailable del rondó final.
El Trío nº 1 Op. 8 de Brahms es un trabajo de juventud, de hecho su primera obra importante, influida por los sentimientos encontrados que generaba en él su admiración por Schumann y su amor por la esposa de éste, Clara. Pero es tan profunda la revisión a la que lo sometió casi cuarenta años después que hoy se considera en realidad su último trío con piano. Los postulados del Sturm und Drang a los que se adscribe se reflejaron perfectamente en una interpretación vigorosa y de emociones contrastadas, con un primer movimiento muy dramático y un escalofriante romanticismo final. Magníficamente empastados, los intérpretes lograron dar impulso, cuerpo y volumen a una recreación sin fisuras de la pieza, en la que destacó también el halo misterioso y solemne del adagio. El elegíaco y contenido preludio de la suite de la banda sonora de The Gadfly de Shostakovich puso final a una muy satisfactoria velada. Lo que no entendimos es por qué Saiz Vega dijo que el autor de la Sinfonía Leningrado es poco apreciado en Sevilla.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 1 de agosto de 2015