Confieso que apenas sabía nada de este pianista sevillano, y desde luego nunca antes había tenido el placer de escucharle; pero lo cierto es que el concierto que dio el pasado jueves en el contexto suntuoso de los jardines del Alcázar y con la complicidad de una noche por fin fresca, fue una delicia en todo su concepto y ejecución. El artista aúna en su pianismo cuerpo y musculatura acompañados de una especial delicadeza y atención al detalle para recrear cada uno de los estilos abordados en este particular viaje cronológico desde el S. XVIII a principios del XX que propuso.
Aldea mimetizó el clavicémbalo en dos de las sonatas o essercizii de Scarlatti, con ornamentos y trinos secos y rápidos, potenciando su carácter danzable y reproduciendo ese clima obsesivo responsabilidad de la mano izquierda. Contenido para no caer en la tentación de volcarse en vuelos líricos más propios del Romanticismo, en el Claro de Luna de Beethoven destiló una profunda melancolía, apacible y sin grandes sobresaltos hasta desembocar en un presto ágil y virtuosístico. Puede que la digitación no fuera siempre precisa, pero lo compensó ampliamente con una concentración y expresividad realmente notorias.
De la suite de Años de Peregrinaje que Liszt dedicó a los frondosos paisajes suizos, Aldea interpretó el Valle de Obermann, acentuando su carácter sentimental pero sin remilgos, y destacando una zona central tumultuosa y temperamental sin abandonar nunca su halo poético. Supo recrear también la fascinante relación entre el hombre y la naturaleza en La isla alegre de Debussy, reproduciendo su estilo mágico y sensual como también lo haría en el Arabesco que tocó de propina. Reflexivo y muy matizado, impresionó con los dos breves preludios de Scriabin seleccionados, y acabó también acertando en bravura, virtuosismo y lirismo con el Allegro de Concierto de Granados.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 26 julio 2015
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