Hace apenas dos semanas la violinista Mariarosaria D’Aprile nos sorprendía con sus jugosas aportaciones al Cuarteto Galuppi; por su parte, Tommaso Cogato, también italiano afincado en Sevilla, nos ha deleitado anteriormente con su técnica y buen gusto al piano. Con un programa de color relativamente impresionista tan atractivo como el que trajeron a esta edición de Música en el Alcázar, todas las expectativas eran buenas y ninguna quedó insatisfecha.
Aunque D’Aprile comenzó algo insegura en las notas sostenidas que introducen la penúltima de las seis sonatas para violín solo que Ysayé compuso en 1924, inmediatamente le cogió el tono y el ritmo, ofreciendo una interpretación si no soberbia al menos muy solvente. Logró ser expansiva en el crescendo que caracteriza a la Aurora, atenta a los pizzicati de la mano izquierda y su innovadora percusión, y equilibrada en gravedad y profundidad sentimental. Su agilidad en las articulaciones y su generosa vena melódica se hicieron más patentes en las piezas de Lili Boulanger, destacando un chispeante Cortege que puso final al concierto antes de que, fuera de programa, ofreciesen una estimulante versión para los dos instrumentos del Claro de Luna de Debussy.
Pero sin duda el plato fuerte fue la Sonata de Lekeu, donde el piano de Cogato lució fuerza y musculatura, fundamental para recrear el fuego interior de la partitura. Compuesta en verano, como la mayoría de las piezas convocadas esa noche, la sonata alterna equilibrio, pureza y pasión, exigiendo una perfecta fusión entre los instrumentos, tal como se evidenció, y provocando una elocuencia viva y prodigiosa en expresividad y afinación. El piano, que en esta pieza no es un elemento secundario o de mero acompañamiento, encontró en Cogato un fiel aliado, aportando cuerpo y también sensibilidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 9 de julio de 2015
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