USA 2014 82 min.
Dirección Levan Gabriadze Guión Nelson Greaves Fotografía Adam Sidman Intérpretes Shelley Hennig, Moses Jacob Storm, Renee Olstead, Will Peltz, Jacob Wysocki, Courtney Halverson, Heather Sossaman Estreno en Estados Unidos 17 abril 2015; en España 17 julio 2015
Últimamente las pantallas se han hecho eco de las nuevas tecnologías de la comunicación de las que tanto se abusan, skype, whatsapp, twitter, Facebook y tantas otras. Así lo hemos comprobado en títulos como 10.000 Km de Carlos Marques-Marcet, Hermosa juventud de Jaime Rosales o Hombres, mujeres y niños de Ivan Reitman. El género de terror, siempre ávido de encontrar nuevas fórmulas para regenerarse y provocar eso que tanto y cada vez más cuesta, que es el miedo, se ha apuntado también al fenómeno, y curiosamente ha sido el cine español el pionero, con películas como Open Windows de Nacho Viaglondo y Matar el tiempo de Antonio Hernández. Ahora esta cinta va más allá, y sin la ambición que caracterizaba esos dos títulos mencionados, reconstruye el subgénero del slasher (películas en las que sistemáticamente un grupo de personas, generalmente adolescentes, va siendo asesinados uno a uno por un psicópata o un espíritu maligno) a través del único escenario de una pantalla de ordenador en la que se van sucediendo mensajes y videoconferencias en torno a un grupo de amigos que en la línea de Sé lo que hicisteis el último verano sufren un particular ajuste de cuentas por parte de la víctima de un suicidio provocado por un embarazoso video subido a la red. Dirigida por el georgiano Levan Gabriadze, apadrinado por Timbur Bekmambetov (Guardianes de la noche, Guardianes del día, Wanted, Abraham Lincoln: Cazador de vampiros y actualmente montando una nueva versión de ¡Ben-Hur!), la cinta exhibe ingenio y ritmo, a pesar de premisas tan encorsetadas, pero apenas acierta a generar inquietud, llegando incluso a aburrir en su artificiosa formulación. Por el camino se apuntan temas tan estimulantes como la hipocresía en la amistad, especialmente en torno a los quince años, la amoralidad, la falta de principios o la adicción a estas nuevas tecnologías de la comunicación. Por todo ello se pasa de puntillas, aunque lo más preocupante acabe siendo esto último, lo que queda patente ante el hecho de que la trama se hubiera abortado sencillamente apagando el ordenador; pero la curiosidad y sobretodo la adicción predomina. Lo peor es que después de tantas horas ante el móvil y el PC los adolescentes vayan al cine a seguir enganchados, a consumir más de lo mismo.
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