martes, 28 de febrero de 2017

BILLY BUDD ENCUENTRA NUEVOS VIENTOS CON LOS QUE NAVEGAR

Billy Budd, de Benjamin Britten. Libreto de Edward Morgan Forster y Eric Crozier, según la novela de Herman Melville. Ivor Bolton, dirección musical. Deborah Warner, dirección escénica. Michael Levine, escenografía. Jean Kalman, iluminación. Chloé Obolensky, vestuario. Andrés Maspero, director del coro. Intérpretes: Jacques Imbrailo, Toby Spence, Brindley Sherratt, Thomas Oliemans, David Soar, Torben Jürgens, Christopher Gillett, Duncan Rock, Clive Bayley, Sam Furness, Francisco Vas, Manel Esteve. Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Producción del Teatro Real en coproducción con la Opéra National de Paris, la Ópera Nacional de Finlandia y el Teatro dell’Opera di Roma. Teatro Real de Madrid, sábado 25 de febrero de 2017

Entre la muy sustanciosa y atractiva programación diseñada por el Teatro Real para celebrar su doscientos aniversario, con un envidiable repertorio barroco y contemporáneo además de los inevitables títulos clásicos y populares, destaca la ópera Billy Budd de Benjamin Britten, un título poco divulgado de su vasta producción lírica, junto a una de sus óperas de cámara incluidas en su trilogía de parábolas religiosas, Curlew River, que se representa el próximo 4 de marzo. Coincide además su puesta en escena con el estreno absoluto de la ópera de la sevillana Elena Mendoza La ciudad de las maravillas, detalle que en estas páginas dedicadas fundamentalmente a lo que se puede ver y oír en nuestra ciudad, no podíamos pasar por alto. Se dice que la ópera británica languideció tras Purcell, para revivir casi doscientos cincuenta años después con Peter Grimes, la primera ópera de Britten que disfrutó de un considerable éxito, y que como ésta evoca ambientes marineros. El drama redentor de Billy Budd se desarrolla de hecho en su totalidad en un buque de guerra, un siglo antes de lo que imaginara el autor de su referente literario, una novela de Herman Melville (Moby Dick) que además acaecía en una nave americana y no británica como sucede en el libreto del gran escritor E.M. Forster. Una historia con triángulo protagonista en el que los vértices del bien y el mal, el protagonista y el maestro de armas John Claggart, buscan equilibrio en la templanza y la capacidad de reflexión del capitán del buque Indomable, Edward Vere, y que Britten y Forster aprovecharon para abordar su tema homoerótico, en el que la represión del deseo y los sentimientos provocan fantasmas de dolor y aniquilación tan difíciles de sobrellevar, lo que la convierte en precedente directo del film Querelle de Fassbinder.

Brindley Sherratt y Jacques Imbrailo
Hay en la dirección escénica de la también británica Deborah Warner más pros que contras, pues se nota su dominio de la escena, fundamentado sobre todo en sus numerosos trabajos para Shakespeare, con un diseño del movimiento ágil y convincente, tanto en los continuos cuadros de masas como en los más íntimos y recogidos encuentros entre dos o varios personajes. Un trabajo teatral bien articulado, nada rancio y muy sugestivo, aunque el aspecto sexual se haya reprimido considerablemente, limitándolo a un par de sugerentes roces y a los mensajes entre líneas del libreto del autor de Pasaje a la India y Una habitación con vistas. Para ello Warner ha contado con una espléndida escenografía de Michael Levine, deudora en ciertos aspectos de la de Francesca Zambello para la producción del Covent Garden de 1995, en la que una plataforma volante sube y baja generando a un mismo tiempo un doble nivel narrativo y un efecto opresor para los marineros que se hacinan sucios e incómodos en las bodegas del barco. Un decorado más conceptual que realista, en el que cuerdas y velas evocan un paisaje tan marino como carcelario. Y cuenta además con un elenco, también británico en su mayoría, con lo que la producción del Real en colaboración con otros coliseos europeos procura arriesgar lo menos posible, que se revela no sólo eficaz en el aspecto canoro sino también en el dramático. La pega se la ponemos al vestuario, pues mientras Britten cambia la época del drama de Melville para ambientarlo a finales del siglo XVIII con el fin de reflejar los nuevos aires para los derechos humanos que supuso la Revolución Francesa, los uniformes más contemporáneos con los que Chloé Obelinsky viste a sus oficiales no aportan nada a la dramaturgia, y una vez más añaden anacronismos innecesarios a la narración.

En el aspecto estrictamente musical el espectáculo resultó muy satisfactorio a nivel vocal y no tanto en lo instrumental. El director musical del Real, Ivor Bolton, también inglés, puso mucho empeño y oficio en su trabajo como director, procurando infundir en la orquesta el empuje y la agilidad que la partitura exige, que sin ser atonal debe mucho al expresionismo eslavo cultivado dos décadas antes por compositores como Janacék (Katia Kabanova) y Shostakovich (Lady Macbeth de Minsk), lo que exige por parte de la orquesta una capacidad para emocionar y evocar estados de ánimo que no siempre acertó a trasmitir. Únicamente en los pasajes más líricos confiados a la cuerda se logró ese nivel de emotividad, mientras los más turbulentos y los únicamente descriptivos se resolvieron de forma esquemática y poco fluida, con aportaciones en los metales rozando lo decepcionante. Y es que la Sinfónica de Madrid no es precisamente la mejor de nuestras orquestas, y la acústica del Real se nos sigue antojando seca y poco proclive al relieve ambiental que un título como éste en especial demanda. Por su parte el tenor sudafricano Jacques Imbrailo da perfecta talla física al personaje, con exhibición gimnástica incluida que le obliga a cantar satisfactoriamente subido a una cuerda o tumbado en escorzo. En lo vocal su sedosa y bien proyectada voz logró en su plegaria final, Look, un efecto cautivador, mientras el bajo Brindley Sherratt afrontó su Claggart con una estética avibratada pero altamente turbadora en fraseo y modulación. Por su parte, el tenor Toby Spence aportó el carácter nostálgico y melancólico que su personaje requiere, empatando en potencia y capacidad expresiva con sus compañeros de batalla. El resto del elenco deambuló entre la calidez del veterano Christopher Gillet, la energía contagiosa de Duncan Rock, la estimulante solvencia de Clive Bailey, que ya dio vida al compañero de fatigas Dansker en la grabación de Richard Hickox de 2000 que tuvo como protagonista a Simon Keenlyside, y el eficaz trabajo contrapuntístico de los tres oficiales que condenan a Budd, con el barítono holandés Thomas Oliemans a la cabeza. Magníficas las voces masculinas del Coro Titular del Teatro Real, especialmente en Deck Ahoy! al principio del segundo acto, y eficientes también los Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid, en esta oportunidad única de disfrutar de la excelente música del autor de War Requiem en su versión revisada de 1960, tan escasamente difundida en escena (grabaciones hay unas cuantas), aunque con esta producción en la que intervienen varios teatros importantes de Europa, quizás encuentre nuevos vientos con los que navegar.

lunes, 27 de febrero de 2017

FENCES Vallas entre el cine y el teatro

USA 2016 139 min.
Dirección Denzel Washington Guión August Wilson, según su propia novela Fotografía Charlotte Bruus Christensen Música Marcelo Zarvos Intérpretes Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson, Jovan Adepo, Mykelti Williamson, Russell Hornsby, Saniyya Sidney Estreno en Estados Unidos 25 diciembre 2016; en España 24 febrero 2017

La tercera película de Denzel Washington como director, tras Antwone Fisher y la inédita entre nosotros The Great Debaters, se ha convertido en su mayor éxito hasta la fecha detrás de la cámara. Y se lo debe a una obra con la que ya triunfó en Broadway hace una década y en la que da vida a un ex jugador de béisbol cuya carrera se vio truncada por el racismo y que sobrevive como puede de su sueldo como basurero y de la pensión que le reporta la herida de guerra de su hermano. Así mantiene a su familia, sobrellevando un carácter a veces agrio y exigente, otras alegre y exaltado, y siempre con la recurrente bebida como telón de fondo en el que se ahogan frustraciones que revierten en los hijos. El material promete, más teniendo en cuenta que forma parte de un decálogo teatral a través del cual August Wilson retrató la imagen del negro americano a través del siglo XX. Lástima que Washington haya optado por respetar escrupulosamente su origen teatral, hasta el punto de que el guión no es sino el propio libreto, ya que el autor murió hace más de una década. Lo lamentamos porque el teatro no es el cine, son lenguajes distintos que aceptan distintos recursos. La casualidad quiso que sólo un día antes viera en el Teatro Bellas Artes de Madrid La velocidad del otoño, una obra de Eric Coble que aquí se podrá ver en abril, dirigida con brío por Magüi Mira y protagonizada por Lola Herrera y Juanjo Artero donde se dan cita los recursos elementales de una sencilla y eficaz pieza de teatro, con un solo escenario y dos personajes bien definidos e interpretados que evocan una serie de sensaciones a través de unos textos muy elaborados que permiten expresar en poco tiempo un sinfín de emociones; la proximidad del público y la complicidad con los intérpretes logran ese poder de seducción, de la misma forma que estos medios no lo hacen cuando se trata de cine. Washington y sus acompañantes recitan magistralmente unas líneas de diálogo que sin embargo no funcionan, no traspasan la pantalla porque se antojan artificiosas y poco o nada convincentes, provocando eso que llamamos un espectáculo rancio. Cierto que esa es la intención del actor-realizador, potenciándolo incluso con una escenografía escueta, apenas la cocina y el patio de una casa de barrio obrero, y una fotografía luminosa y colorista cual bañada por unos focos escénicos. Viola Davis, que a estas alturas debe conocerse el papel de memoria teniendo en cuenta que también triunfó con él sobre las tablas, es quien más beneficiada ha salido de esta por otro lado sutil crónica sobre las consecuencias indirectas de la marginación y la esclavitud, y donde el machismo asoma también de forma contundente. Ella es quien ha cosechado con su interpretación todos los premios a mejor secundaria del año, desde el Globo de Oro al Oscar pasando por el Bafta y muchos más. No le podemos negar resultar la más convincente y emotiva en este artificio inflado en el que sólo una secuencia montaje ilustrada con un tema de Dinah Washington tiene verdadera enjundia cinematográfica.

UN HOMBRE LLAMADO OVE El viejo que saltó del drama a la comedia

Título original: En man som heter Ove
Suecia 2015 116 min.
Guión y dirección Hannes Holm, según la novela de Fredrik Backman Fotografía Göran Hallberg Música Gaute Storaas Intérpretes Rolf Lassgard, Bahar Pars, Filip Berg, Ida Engvoll, Tobias Almborg, Klas Wiljegaard, Catharina Larsson, Börje Lundberg, Stefan Gödicke Estreno en Suecia 25 diciembre 2015; en España 24 marzo 2017

El cine sueco ha encontrado un nuevo filón de oro en las adaptaciones literarias de recientes éxitos editoriales, como Millennium o El abuelo que saltó por la ventana y se largó. A la segunda, obra que catapultó a Jonas Jonasson a la fama mundial, se parece más esta adaptación que ha alcanzado un éxito notable donde se ha estrenado. De nuevo tenemos un personaje central en edad anciana recordando su pasado y viviendo un presente que le depara pocas esperanzas de cara el futuro. En lugar de saltar por la ventana, Ove prefiere poner fin a su vida, pero un sinfín de impertinencias se lo ponen difícil, especialmente una familia multiétnica que se muda a la casa de al lado. Cual Clint Eastwood en Gran Torino, el protagonista es un viejo amargado y gruñón que, previsible al cien por cien, logrará cambiar su talante y redimirse gracias al cariño que le profesan estos nuevos vecinos. Sólo que mientras en el film de Eastwood el personaje progresaba justificada y convincentemente, el de Ove lo hace incomprensible y convencionalmente. Las situaciones que plantea, tanto en el presente como en un pasado en el que no falta el viaje a la España del turismo de los setenta con canción de Demis Roussos de fondo, son arquetípicas, igualmente previsibles, y muy poco atractivas, incluso cansinas. Mientras el humor negro que pretende invadir la propuesta apenas tiene gracia, desequilibrando mucho el conjunto el hecho de que el pasado se desarrolle en forma de drama romántico, y el presente como una comedia negra. Se trata por lo tanto de una película dirigida con talento limitado por un director que no obstante ha estrenado entre nosotros las muy olvidables Eva y Adán, o las dos entregas de la familia Andersson y sus viajes alrededor del mundo, logrando ahora muchos reconocimientos y colándose en los Oscar incluso con una segunda nominación al maquillaje a cargo de los mismos que ya lo estuvieron por El viejo…, y que no sabemos muy bien cuál sea su mérito, ni entonces ni mucho menos ahora. Llegamos incluso a pensar que el mismo actor interpretara a Ove de joven y de viejo, pero comprobamos que no y por lo tanto ni siquiera ahí estaba el supuesto genio de los maquilladores.

viernes, 24 de febrero de 2017

VIDA E INCLUSIÓN EN EL 6º DE ABONO DE LA ROSS

6º concierto de la 26ª temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Paçalin Zef Pavazi, violín. John Axelrod, director. Programa: La flor más grande del mundo, de Emilio Aragón; Concierto para violín, de Alban Berg; Con brío, de Jörg Widmann; Sinfonía nº 7, de Beethoven. Teatro de la Maestranza, jueves 23 de febrero de 2017

Jerome Ireland, de la ROSS, trabajando con jóvenes de
Mosaico de Sonidos
La última cita de la Sinfónica tuvo un marcado carácter sentimental y humano con la participación de un nutrido grupo de Mosaico de Sonidos, que con la coordinación de Mikel Acuña, convoca a Plena Inclusión y la Asociación de Orquestas Sinfónicas Españolas en un proyecto de educación e integración a través de la música de personas con capacidad intelectual especial. La incorporación en Sevilla de Danza Mobile dejó constancia de la pasión y entrega que sus integrantes ponen en cada nuevo proyecto en el que se implican, demostrando además que tienen algo que la mayoría no tenemos, la eterna juventud. Sólo así se explica que bailarines que conocemos desde hace tanto, como José Manuel Muñoz, Irene Crespo, Daniel Parejo o Helliot Baeza, sigan desplegando tanta energía y flexibilidad sobre las tablas. La presencia de varios de los maestros y maestras de la ROSS junto a los participantes en este valioso proyecto, desarrollando sus habilidades a la percusión o en solos destacados, en esa continuación que le brindaron a la pieza de Emilio Aragón con la que se abrió el concierto, volvió a evidenciar la implicación de nuestros músicos en la mejora de nuestra cultura musical a todos los niveles.

Miembros de Danza Mobile
Con un evidente arraigo en la composición cinematográfica, la música del polifacético Emilio Aragón a partir del cuento La flor más grande del mundo de José Saramago, en torno a la inocencia y la infancia, tiene un eminente carácter ilustrativo que acompañó a la esmerada narración de Rafael Gómez con influencias de Ravel y, en mayor medida, de los grandes maestros de la música de cine norteamericana, con John Williams a la cabeza, que también cuenta con trabajos similares. Música amable y bien construida a la que Alban Berg le sirvió de contraste con su concierto para violín A la memoria de un ángel, prodigiosa composición que celebra también la inocencia y la belleza de la juventud, aunque con el drama de la muerte como fondo desgarrador y terrible, emociones que una buena interpretación debe saber encauzar. Hace tiempo que la Sinfónica no puede permitirse solistas de renombre y tira de plantilla, con buenos resultados la mayoría de las veces. Pavazi es un buen concertino y un profesional muy implicado, pero su versión de la pieza sonó endeble, le faltó garra y lirismo, y sobre todo fuerza, contraste y proyección. El solista salvó la pieza en su gramática pero no en su espíritu, acompañado por Axelrod a la batuta con desgana y falta de tensión dramática.

La obertura Con brío de Widmann ya fue interpretada por la ROSS en 2012, un año antes de la revisión estrenada en esta ocasión. Un homenaje festivo y efectista del compositor y clarinetista a las sinfonías 7 y 8 de Beethoven, ejecutada con sentido del espectáculo y notable dominio técnico antes de embarcarse en una Séptima del músico de Bonn que volvió a sonar esplendorosa, gracias a una disciplina férrea del conjunto y una batuta que supo subrayar la monumentalidad del movimiento inicial, la solemnidad del allegretto, la energía desbordante del presto y el ritmo vertiginoso y vibrante del allegro final. El sonido impactante y electrizante de la orquesta se puso de manifiesto tanto como el talento de Pavaci abordando su función de concertino en esta segunda parte, aún después del esfuerzo desplegado en la primera como solista.

martes, 21 de febrero de 2017

LA BARROCA DE SEVILLA Y AMANDINE BEYER: CLASICISMO EN ESTADO PURO

Temporada 2016/17 de la Orquesta Barroca de Sevilla. Amandine Beyer, directora-concertino. Programa: Sinfonía en Re menor F.65, de W.F. Bach; Concierto para violín K.207, de Mozart; Sinfonía en mi menor Wq 178, de C.P.E. Bach; Sinfonía en La mayor Hob. I/65, de Haydn. Teatro de la Maestranza, lunes 20 de febrero de 2017

“Bach es el padre…” es la consigna que sirvió a Amandine Beyer para diseñar un programa en torno a la dinastía de los famosos músicos y su influencia en compositores inmediatamente posteriores de la talla de Mozart y Haydn. Johann Sebastian como padre natural de Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel, y éste a su vez como padre espiritual e inspirador de los grandes nombres del Clasicismo. Beyer acudía por tercera vez a la capital hispalense, si la memoria no nos falla. Estuvo con su conjunto, Gli Incogniti, en la Iglesia de Santa Ana en 2012, y en el Espacio Turina con la Barroca en 2015; y como ella refirió, cada vez la acogemos en auditorios más grandes, motivo para expresar su satisfacción y humilde agradecimiento.

Con la plana mayor de la orquesta sobre el escenario, una veintena de intérpretes, el concierto dio comienzo con el Adagio y Fuga F.65 del segundo de los hijos de Bach, una especie de sinfonía en bloque con dos partes bien diferenciadas, que la Barroca convirtió en prodigio de misterio y espiritualidad, con las flautas de Ruibérriz y Teixeira protagonizando el tono melancólico de una pieza que después se convierte en pura furia apoyada en el diálogo de la cuerda aguda con los contundentes y muy expresivos violonchelos de Ruiz y Baraviera. La imaginación de Mozart quedó patente en los solos correctamente articulados y fraseados de Beyer, cuyo sonido seco y puntualmente áspero no dañó en absoluto una pieza que en nuestro subconsciente acostumbramos a asociar con texturas más aterciopeladas. La violinista brilló especialmente en las cadencias finales de los movimientos extremos, mientras el adagio lo despachó con soltura y notable cantabilidad, acompañada por un conjunto conciso y sostenido.

En la segunda parte la Wq. 178 de Carl Philipp Emanuel, cuya versión sin vientos fue la única sinfonía de las berlinesas publicada en vida de su autor, sirvió para evidenciar la combinación de tensión y fuegos artificiales que ofrece una obra de fuertes contrastes, abordada con la furia característica de la orquesta sin traicionar su claridad arquitectónica. El vivace inicial de la Sinfonía nº 65 de Haydn, ejecutado también con brío y energía, introdujo el paseo que Beyer quiso evocar en un andante de espíritu campestre. Las difíciles trompas, que en otros pasajes protagonizaron desajustes apreciables, consiguieron brillar en esa imponente pieza de caza que es el final de la sinfonía. Como propina Beyer hizo llorar su violín en el majestuoso andante del Concierto para violín BWV 1041 de Bach padre.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

lunes, 20 de febrero de 2017

GABRIELA Y LAS VARIACIONES MONTERO

Gabriela Montero, piano. Programa: 4 Impromptus Op. 90 D.899, de Schubert; Carnaval Op. 9, de Schumann; Improvisaciones sobre temas dados por el público, de Gabriela Montero. Teatro de la Maestranza, domingo 19 de febrero de 2017


Joven y en activo desde tan temprana edad que parece imposible, la venezolana Gabriela Montero se ha labrado una reputación como artista de virtuoso exhibicionismo y considerable aliento romántico y, sobre todo, como creadora sobre la marcha de extraordinarias improvisaciones y variaciones sobre temas libres o conocidos en cada uno de los recitales que conforman su apretada agenda. Y de todo eso dio buenas muestras en su primera comparecencia sevillana.

La generosa primera parte estuvo protagonizada por dos páginas de referencia en el repertorio romántico pianístico, el primer ciclo y más popular de los Impromptus de Schubert y el que a Schumann sugirió las letras, convertidas en notas, del lugar de origen de la joven de la que estuvo enamorado en su juventud. Improvisaciones y variaciones que sus autores dejaron bien atadas en sus partituras, sólo a merced de la impronta del o la intérprete. Montero la tiene, traducida en un temperamento a veces machacón y contundente, de morosa delectación en el Impromptu nº 1, seguida de una agilidad convencional en el Allegro y de delicadeza en el Andante, si bien echamos en falta una mayor carga emocional, más evidente en el Carnaval de Schumann, donde los diversos caracteres y humores convocados encontraron en su digitación perfección técnica y habilidad expresiva, siempre sin partitura y con un elevado nivel de concentración.

Pero lo insólito vino en la segunda parte, donde la artista exhibió su talento para recrear notas sugeridas por el público en una serie de variaciones y escritura libre que exige mucha experiencia para no caer en el bloqueo. Su línea se instala en un romanticismo muy asumido, sin concesiones para la atonalidad ni la disonancia, para progresivamente articular el lenguaje de la pieza propuesta o elegida, una Tocata y fuga de Bach en estilo Busoni, una Sonata Claro de Luna de inconfundible aire beethoveniano, o una sevillanas cuyo tarareo por el público provocó una caótica situación de comedia, en estilo Albéniz. Hubo espacio también para homenajear a su pueblo con un Caballo viejo que fue de la melancolía al patetismo, al nuestro con Granada, y aún componer sobre tema libre. Sin duda una habilidad admirable.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

domingo, 19 de febrero de 2017

EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN Blackheart

Título original: The Birth of a Nation
USA 2016 119 min.
Dirección Nate Parker Guión Nate Parker y Jean McGianni Celestin Fotografía Elliot Davis Música Henry Jackman Intérpretes Nate Parker, Armie Hammer, Jackie Earle Haley, Gabrielle Union, Aja Naomi King, Penelope Ann Miller, Aunjanue Ellis, Mark Boone jr., Colman Domingo, Roger Guenveur Smith, Griffin Freeman Estreno en el Festival de Sundance 25 enero 2016; en Estados Unidos 7 octubre 2016; en España 17 febrero 2017

En su epopeya histórica de 1915, El nacimiento de una nación, David Wark Griffith ensalzaba el papel del Ku Klux Klan en la erradicación de las rebeliones afroamericanas y el freno a la liberación de la esclavitud conseguida tras la victoria yanqui de la Guerra Civil. Quizás de manera cínica Nate Parker ha titulado igual el reverso de ese legendario y cinematográficamente valioso testimonio, ilustrando la rebelión que lideró el esclavo Nat Turner treinta años antes de la guerra. Parker tiene a sus espaldas una carrera de diez años como actor secundario hasta Non-Stop de Jaume Collet-Serra, y un solo protagonista en la romántica Beyond the Lights, hasta asumir labores de director, guionista, productor y actor protagonista en esta película de tan loables intenciones como discutibles logros cinematográficos. Su triunfo en Sundance, donde cosechó el Premio del Público y el Gran Premio del Jurado, hacía presagiar una carrera más fructífera, abortada por el nulo caso que se le ha hecho en plena época de reconocimientos anuales. Sus premisas son válidas, presentándonos a un esclavo instruido, lo que le ha valido el puesto de predicador, partícipe a la vez del legado de sus tradiciones como oriundo africano, y dispuesto a asumir su papel de esclavo en el seno de una familia más tolerante y amable de lo que suele retratar el cine en estos casos. Pero todo eso ocupa tanto metraje antes de estallar la rebelión tipo Espartaco que desequilibra mucho el conjunto, mientras las atrocidades perpetradas contra los negros no distan mucho de las ya mostradas en otras célebres incursiones sobre el género, con Raíces y 12 años de esclavitud a la cabeza. Intenta en eso ser contenida, a pesar de dos momentos especialmente duros, y procura ser detallista y minuciosa en su tratamiento cinematográfico, pero acaba resultando un tanto redundante, aunque no por ello menos necesaria, pues la barbarie humana nunca se denuncia suficiente, y la identidad del ser humano como individuo y como sociedad, merece siempre un digno reconocimiento y reivindicación. Españoles y portugueses contribuimos a esa vergüenza de la esclavitud de forma definitiva y no escapamos por ello al nauseabundo y extremadamente cruel episodio que durante más de un siglo protagonizó la tierra de las oportunidades, pionera en democracia, derechos y libertades, y que hoy vuelve a peligrar cuando creemos que somos más civilizados y que los atropellos al ser humano son monopolio de las civilizaciones más atrasadas. Bien por Parker por acercarse a sus raíces y al dolor de su pueblo, pero si lo hubiera conseguido con más ahínco y talento para enganchar, como hizo Mel Gibson con su William Wallace de Braveheart, lo hubiéramos agradecido más.

JACKIE Retrato íntimo y doloroso de una aristócrata de breve pero brillante reinado

USA-Chile-Francia 2016 95 min.
Dirección Pablo Larraín Guión Noah Oppenheim Fotografía Stéphane Fontaine Música Mica Levi Intérpretes Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Billy Crudup, John Hurt, Greta Gerwig, John Carrolll Lynch, Richard E. Grant, Max Casella, Beth Grant, Caspar Phillipson, Julie Judd Estreno en el Festival de Venecia 7 septiembre 2016; en Estados Unidos 2 diciembre 2016; en España 17 febrero 2017

Darren Aronofsky ha vuelto a darle a Natalie Portman el papel de su vida, porque si bien estaba en Cisne negro, que le valió un Oscar, mejor aún está incorporando a la más famosa de cuantas Primeras Damas ha tenido el gobierno de los Estados Unidos, que le debería reportar con toda justicia una nueva estatuilla, aunque las quinielas no estén a su favor. Y es que Aronofsky es como productor quien ha confiado en el chileno Pablo Larraín, tras sus éxitos con películas como No, El club y Neruda, para trazar un retrato doloroso y somero del célebre personaje en los días inmediatamente posteriores al magnicidio de Dallas, con flashbacks necesarios que retrotraen el personaje a un año antes, cuando rodó para televisión el famoso documental A Tour of the White House, dirigido por Franklin J. Schaffner (El planeta de los simios, Patton), punta de lanzamiento en América y Europa de la joven Jackie Kennedy como personaje del papel cuché y reina indiscutible del único principado verdadero que ha tenido Estados Unidos. No se trata por lo tanto de una biografía de Jacqueline Kennedy, que como bien sabemos siguió dando mucho de sí con su lujosa y glamurosa vida posterior, sino de un retrato íntimo del personaje en el momento más sintomático y trágico de su vida. Jacqueline Bisset la incorporó en El griego de oro, aunque con nombre fingido, Liz Cassidy en la biografía que sobre Onassis (Tomasis en la película bajo la piel de Anthony Quinn) dirigió J. Lee Thompson (Los cañones de Navarone, El cabo del terror) en 1978; y actrices como Katie Holmes o Blair Brown la han incorporado como esposa del malogrado presidente norteamericano en series de televisión con mayor o menor acierto. Pero nunca hasta ahora una actriz la había interpretado con tanto esmero y precisión. El trabajo de Portman es inmenso y espectacular, sin aspavientos ni estridencias, potenciando su porte aristocrático y su temperamento de reina dolorosa que acaba de sufrir un acontecimiento pavoroso y ha quedado automáticamente relegada a un segundo plano. No nos sorprende que el trazo de Larraín sea también certero y preciso, con un tratamiento de la imagen portentoso (en la retina queda para siempre la toma casi cenital del coche presidencial fugándose hacia el aeropuerto, escoltado y con una conmovedora piedad llevando sobre su regazo al ensangrentado presidente mesiánico); pero que el guión de Noah Oppenheim, cuyas únicas credenciales hasta el momento eran El corredor del laberinto y La serie Divergente: Leal, contribuyera de forma tan decisiva a la redondez del conjunto, sí que nos ha cogido por sorpresa, a pesar del premio logrado en el Festival de Venecia. A través de dos entrevistas de corte muy distinto, la que le formuló el periodista de Life Teddy White una semana después de la tragedia, y la que un año antes protagonizó para CBS en el documental antes referido, se trazan dos aspectos fundamentales del mito, como perfecta anfitriona de ese Camelot de cuento de hadas que imaginaron Frederick Loewe y Alan Jay Lerner para el musical que por aquel entonces interpretaban en Broadway Richard Burton y Julie Andrews, y cuya música aparece recurrentemente tanto en esta película como en la espléndida JFK de Oliver Stone (allí sólo un momento y de manera circunstancial); y como doliente esposa relegada a segundo plano y volcada en mantener vivo el legado de un presidente irrepetible, que dejó cosas memorables por hacer pero no ultimó ninguna y sin embargo ha quedado para siempre en la memoria colectiva como uno de los más emblemáticos de la Casa Blanca. En los preparativos del funeral, su relación con sus pequeños hijo e hija, su corte encabezada por su cariñosa y cómplice ayudante de cámara (Greta Gerwig), sus fiestas y celebraciones, con Pablo Casals entonando ante un séquito digno de cuadro de Goya el célebre Cant dels ocells, y, sobre todo, sus entrevistas, con mención especial para la de corte espiritual que mantiene con el sacerdote oficiante del funeral, incorporado por el recientemente fallecido John Hurt, asistimos a varias de las aristas de un personaje al que la película hace aún más interesante que como lo conocíamos, y le dota de una humanidad que en gran parte desconocíamos. Portman brilla en sus miradas a cámara, su dolor y su dignidad, llevando con estilo el carismático vestuario diseñado, en especial el trágicamente famoso Chanel que portaba durante el fatídico acontecimiento; pero sobre todo brilla en sus réplicas, al periodista, al presentador, a Bobby Kennedy o al sacerdote, con líneas de diálogo memorables. La música de Mica Levi, Micachu como se le conoce artísticamente, que hasta el momento sólo había compuesto la banda sonora de un film protagonizado por Scarlett Johansson, Under the Skin, destaca potenciando ese ambiente enrarecido que la propuesta reclama, mientras Stéphane Fontaine hace un meticuloso trabajo de fotografía para engarzar imágenes reales con ficticias, así como recreaciones de las primeras, jugando de forma artesanal y precisa con colores y texturas, logrando entre tanto talento una prodigiosa película de cámara cuya dolorosa melancolía perdura mucho después de salir de la sala.

FRÁGIL EQUILIBRIO El ideario utópico de un político modélico

España 2016 83 min.
Guión y dirección Guillermo García López Fotografía Pablo Burmann Música Zeltia Montes Documental Estreno en el Festival de Valladolid 24 octubre 2016; en salas comerciales 23 diciembre 2016

El laureado documental del joven Guillermo García López incide en las enormes desigualdades económicas que existen en este planeta, el cada vez más elevado nivel de insatisfacción e infelicidad que generan los nuevos modelos de vida y la grave injusticia social que existe en términos globales. Y lo hace a través de las impagables declaraciones del ex presidente uruguayo José Mujica, modelo de virtudes políticas y vida austera cuyo ideario político, social y económico queda expuesto a través de aseveraciones tan lúcidas como emocionantes y hasta apasionantes. La virtud de García López consiste en dar vida y coherencia a dichas declaraciones a través de tres historias muy entroncadas con los mayores miedos del hombre moderno: la esclavitud, la pobreza y la injusticia. El exceso de trabajo que hace al hombre más rico pero menos libre, el incumplimiento sistemático en las sociedades que se llaman modernas y democráticas de los derechos unánimemente reconocidos en sus Cartas Magnas, traducido en desahucios que echan literalmente por tierra el derecho fundamental a una vivienda digna, y la falta de asistencia de los países que fueron colonialistas a quienes sufrieron la devastación de sus derechos, dignidades y recursos durante los largos siglos que cobijaron la esclavitud y la vergüenza, son ilustrados a través de las sabias y conmovedoras palabras de Mujica, hilo conductor de un trabajo que se ve con irritación, vergüenza, impotencia y verdadero horror. El uso del formato panorámico aprovecha de forma proverbial las posibilidades del material dramático expuesto, mientras su estilo visual y narrativo lo acerca a la ficción, merced también a las increíbles historias que cuenta. Por el contrario, el abuso de música revela cierta tendencia a pulverizar conciencias y encolerizar al espectador con artificios que no necesita. Puede que lo que cuenta se hubiera podido reducir al formato cortometraje, pero la fuerza de su efecto prolongado y suspendido quedaría mermada, mientras las declaraciones de Mujica no tienen desperdicio y merecen todo el metraje que se les dedica, aunque a veces su discurso pueda parecer reiterativo, pero su fuerza filosófica no lo es. Luego se sale a la calle y todo parece tan vulgar y tan injusto, con toda esa gente llevando bolsas que portan felicidad efímera, sonriendo porque creen ser felices sin reparar en el estrés (atrasados los llama Mujica frente a los sencillos aborígenes) y la esclavitud a la que estamos sometidos y sometidas; todo ello generando en quienes hemos asistido a esta exposición de la barbarie moderna una sensación aún más fuerte de vergüenza, estupor y, sobre todo, impotencia.

sábado, 18 de febrero de 2017

HEDI, UN VIENTO DE LIBERTAD Una quimera para el ser humano

Título original: Inhebek Hedi
Túnez-Bélgica-Francia 2016 88 min.
Guión y dirección Mohamed Ben Atia Fotografía Frédéric Noirhomme Música Omar Aloulou Intérpretes Majd Mastoura, Rym Ben Messaud, Sabah Bouzouita, Hakim Boumeddoudi, Omia Ben Ghali Estreno en el Fesitval de Berlín 12 febrero 2016; en Francia 28 diciembre 2016; en España 17 febrero 2017

El título español de esta sencilla y austera película incide en sus límites espacio temporales, inmediatamente posteriores a la primavera árabe en un país tan proclive a la occidentalización como Túnez. Pero su mensaje va mucho más allá, convirtiéndola en una experiencia con la que resulta fácil identificarse aún en nuestra burbuja de supuesto bienestar. El joven protagonista pertenece a una clase acomodada, tiene un trabajo ejecutivo y agresivo económicamente y una boda concertada con la guapísima hija de quien se presume un importante e influyente personaje político. Su vida, en cierto modo muy parecida a la nuestra, se combina con ese fuerte sentimiento religioso que profesan incluso los árabes más acomodados, lo que conlleva unas tradiciones fuertemente arraigadas. Pero al fin y al cabo lo que nos cuenta Mohamed Ben Atia, con la inestimable ayuda de los hermanos Dardenne, cuya huella se percibe perfectamente en sus formas narrativas y su cámara nerviosa, es extrapolable a toda persona que viva bajo unos principios y premisas de los que resulta difícil, aunque no imposible, salirse. Nadie somos completamente libres, aunque unas sociedades sean más permisivas que otras. Ese gran y vertiginoso salto que supondría tomar de verdad las riendas de nuestra vida y nuestro destino, pocas personas se atreven a darlo. Somos esclavos y esclavas de tantas convenciones que apenas nos damos cuenta de ello. La rutina nos ahoga y ni siquiera reflexionamos sobre ello. Hedi necesita una oportuna estancia casi vacacional, coyuntura en la que apreciamos lo más parecido a una libertad absoluta, propiciada por un viaje de negocios justo antes de esa boda concertada, para darse cuenta de lo que verdaderamente ansía en la vida, profesional y, sobre todo, sentimentalmente. Los mayores aciertos de este ensayo sobre la libertad, o más bien sobre la falta de ella, los encontramos en los personajes femeninos. Que sea ella el espíritu libre que abra los ojos al protagonista, y que la futura esposa sea bella y encantadora, no son elementos al azar, sino eslabones muy pensados y matizados para que el espectador medio comprenda el verdadero valor de la libertad, esa que lleva a las personas más vitales y arriesgadas a superar las barreras de las convenciones, las que nos han impuesto desde muy arriba para controlarnos y conseguir así ese poder absoluto que ha convertido desde siempre al hombre en el más nauseabundo y execrable ser que existe sobre la tierra. En Berlín supieron entenderla y la reconocieron como mejor ópera prima y mejor actor, un Majd Mastoura que concentra en su mirada taciturna todo el estupor que le provoca no ser capaz de dar ese salto mortal, mientras en la Seminci simplemente se paseó por la sección oficial.

jueves, 16 de febrero de 2017

CALLBACK Una historia de frustración y violencia contada por unos románticos

España 2016 80 min.
Dirección Carles Torras Guión Carles Torras y Martin Bacigalupo Fotografía Juan Sebastián Vásquez Intérpretes Martin Bacigalupo, Lilli Stein, Larry Fessenden, Timothy Gibbs, Dave Bobb, Rigoberto García, Kathryn Kuhn, Butch McCain, Johnny Serret Estreno en el Festival de Málaga 27 abril 2016; en salas comerciales (limitado) 20 enero 2017

De poco le ha servido a Carles Torras ganar la Biznaga de Oro en el pasado Festival de Cine Español de Málaga, donde también cosechó los premios al mejor actor y guión, todos muy merecidos. Por si fuera poco también obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Bruselas y el de mejor guión en Cinespaña Toulouse. Sin embargo ha sufrido una distribución raquítica y nuestros premios Forqué, Feroz y Goyas han pasado olímpicamente de la que es sin duda una de las propuestas más interesantes del cine español del pasado año. Cine hecho por románticos, porque hay que serlo y mucho para rodar tan precariamente y que ni siquiera se note; en este caso gente que vive y trabaja en Nueva York, con Carles Torras que filma con ésta su cuarta película, demostrando un talento que no se refleja en una carrera de la que aún no puede vivir. Su aventura neoyorquina no es especialmente original, vislumbrándose en ella retazos del primer Scorsese, fundamentalmente Taxi Driver, e incluso de la sordidez que invadía la primera película de Jaime Rosales, Las horas del día. El asunto es el archinombrado sueño americano, del que el protagonista es portavoz y víctima al tiempo, condenado a imitar la vida, emular comportamientos y anhelar una existencia que no es la suya, en la que no encaja. Una frustración que no debería ser tal, al menos no debería provocar las consecuencias que genera, una vorágine de violencia que se convierte en espejo de ese sueño; dos conceptos tan ligados a la cultura de un país todavía tan nuevo, ingenuo y ambicioso a la vez, perturbador siempre. Viviendo allí el perspicaz Torras se ha dado aún mayor cuenta de lo que todo eso significa y ha construido una película en la que todo funciona perfectamente. Para empezar disimula su falta de presupuesto, logra una interpretación inquietante del chileno Martin Bacigalupo y consigue una narración fluida y lógica en la que todos los elementos están encajados con precisión, sin que falte en su somero y certero análisis el papel de esa Iglesia redentora evangélica a la que se acude con tanta esperanza como descrédito. Torras además demuestra ser un gran observador, incluyendo detalles aprendidos en nuestro país, como esos robos ochenteros en los que los ladrones acababan dejando un desagradable recuerdo en la casa desvalijada. Es una lástima que el film no haya conocido una mejor y mayor distribución, algo que unos merecidos reconocimientos por parte de nuestra deficiente industria, esa que sólo premia lo notorio, comercial y correcto, le hubieran supuesto un empujoncito. Porque ni es rara ni antipática, da mucho juego para pensar, y más ahora que empezamos a sufrir la era Trump, y resulta una experiencia tan inquietante como turbadora. Ojalá su realizador y equipo sigan luchando por encontrar el lugar que merecen y que otros sí han sabido reconocerles. Ya se sabe, si todo el aparato mediático se centra en las dichosas sombras más oscuras, un único pase especial en nuestra ciudad de un título tan interesante como éste pasa desapercibido hasta para la cinefilia local.

miércoles, 15 de febrero de 2017

FELICES SUEÑOS El dolor de Edipo en clave setentera

Título original: Fai bei sogni
Italia-Francia 2016 134 min.
Dirección Marco Bellocchio Guión Valia Santella, Edoardo Albonati y Marco Bellocchio, según la novela de Massimo Gramellini Fotografía Daniele Cipri Música Carlo Crivelli Intérpretes Valerio Mastandrea, Bérénice Bejo, Guido Caprino, Barbara Ronchi, Fabrizio Gifuni, Emmanuelle Devos, Nicolò Cabras, Dario Dal Pero, Linda Messerklinger, Ferdinando Vetere, Roberto Herlitzka, Piera Degli Esposti Estreno en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 12 mayo 2016; en Italia 10 noviembre 2016; en España 10 febrero 2017

La veteranía y la larga filmografía de Marco Bellocchio le hacen merecer los generosos elogios que recibe con cada nuevo trabajo que presenta, a pesar de que si uno mira hacia atrás no encuentra grandes títulos. Vincere, Buenos días, noche, El diablo en el cuerpo o incluso Las manos en los bolsillos, su segundo y muy celebrado en su momento (1965) largometraje, no pueden considerarse grandes obras, aunque sí escalones en el trabajo de un director tan artesano como comprometido con aquello que cuenta. Por su parte, el escritor y periodista Massimo Gramellini logró un enorme éxito de ventas con su novela autobiográfica Fai bei sogni, en la que se inspira este drama edípico, un gran y emotivo homenaje a la madre como fuente de amor e inspiración. El protagonista pierde con nueve años a su madre en extrañas circunstancias. La falta de claridad sobre lo sucedido, el secreto a voces que mantienen sus más allegados y una vida condicionada por esa falta de referente espiritual, debieron marcar tanto al redactor del Corriere della Sera que devino en este tributo sentimental que Bellocchio ha llevado en parte a su terreno. Resulta sintomático que el realizador repita en algunas de sus películas constantes con las que parece querer retratar una época y un ambiente que le son muy familiares y responden a muchas de las preguntas que hoy se hacen millones de italianos tan decepcionados y hasta estafados como nosotros los españoles. La Carrá en la televisión, los grandes shows televisivos de fin de año, la celebración en la calle y con fuegos artificiales de la llegada del nuevo año y con él la esperanza de que todo se solucione y nuestros miedos desaparezcan, son factores que hemos visto en otras películas suyas, como Buenos días, noche, donde en clave semidocumental y con aires un tanto tediosos, se narraba el secuestro y asesinato de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana Italiana y ex primer ministro de su país, por parte de las Brigadas Rojas. Precisamente Roberto Herlitzka, que dio vida a Moro en aquella película, protagoniza aquí una de las secuencias más emotivas del film, cuando como sacerdote intenta consolar a un ya adulto Massimo en relación a esa pérdida que no ha logrado superar y condiciona toda su existencia. Porque es en la calidez de algunas de sus secuencias donde reside el mayor atractivo de la cinta, donde la palabra escrita y magníficamente interpretada da un mayor sentido a esta por otra parte larga y a menudo morosa película. En realidad se trata de un bucle resuelto en demasiado tiempo y lastrado por efectos de enorme artificio, así como detalles imperdonables como el ridículo envejecimiento de algunos de sus personajes, o una música que ocasionalmente acentúa el carácter ñoño de la función. Podría haber sido una magnífica película sobre el amor a una madre, pero se queda en una cinta correcta y estimable, con el encanto de lo anticuado y la belleza de los buenos sentimientos.

martes, 14 de febrero de 2017

LA FUERZA DE LA AFICIÓN QUE TANTO NECESITA LA CULTURA

He tenido acceso a un artículo publicado en la revista de contenidos educativos que se edita en el Centro de Educación del Profesorado de Bollullos-Valverde, y que firma alguien a quienes estamos muy agradecidos y agradecidas mucha de la gente aficionada a la música en Sevilla, por su dedicación a divulgar todas las noticias que sobre la materia tienen lugar en nuestro entorno, su participación en el mecenazgo del Teatro de la Maestranza, como queda bien reflejado en su inclusión en el libro conmemorativo del veinte aniversario del coliseo y la Sinfónica, y su labor como agente activo en todo lo que es potenciar la música y la cultura en nuestra ciudad y alrededores. En el artículo glosa cómo llegó a cultivar esta pasión por la música y la danza desde sus orígenes como maestro, y cuánta dicha nos ha proporcionado el Maestranza con su esmerada programación, de la que da buena fe el excelente espectáculo que se escenifica estos días, La flauta mágica que ha montado su director artístico Pedro Hallfter. Les dejo con el artículo en el que nuestro querido amigo Rafael Cabrera da buena fe de todos estos extremos, una memoria valiosísima de lo que el Maestranza ha supuesto para la melomanía de la zona. Muchas gracias por todo, maestro; esperamos algún día recompensarle toda la atención y el aprecio que nos brinda y que tan felices nos hace.


La revista en sí es un emotivo ejemplo de lo que mucha gente comprometida y trabajadora hace por mejorar la calidad de vida y el nivel intelectual de Andalucía. No tiene precio.

lunes, 13 de febrero de 2017

LA FLAUTA MÁGICA: UN RITUAL DE INICIACIÓN. MUCHO FRENTE A NADA

La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Johann Emanuel Schikaneder. Pedro Halffter, dirección musical. Roberto Andó, dirección escénica. Riccardo Masa, reposición de la puesta en escena. Gianni Carluccio, escenografía e iluminación. Nanà Cecchi, vestuario. Iñigo Sampil, director del coro. Intérpretes: Roger Padullés, Peter Kellner, Erika Escribá-Astaburuaga, Sara Blanch, Javier Borda, Mikeldi Atxalandabaso, Estefanía Perdomo, Ruth Iniesta, Gemma Coma-Alabert, Anja Schlosser, David Lagares, Beñat Egiarte. Niños y niñas de la Escolanía de Los Palacios. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro Regio de Turín. Teatro de la Maestranza, domingo 12 de febrero de 2017

La dirección del Teatro de la Maestranza se jugaba mucho con esta fuerte apuesta, y no por la dirección escénica, al fin y al cabo en manos de un director consagrado en la escena y el cine como es Roberto Andó, una de cuyas últimas propuestas cinematográficas, Viva la libertad, protagonizada por Toni Servillo (La gran belleza) nos dejó muy buen sabor de boca. Más bien por decantarse por un reparto de voces casi o totalmente desconocidas, un elenco joven y en principio inexperto del que cabía esperar o un descubrimiento feliz o justo lo contrario; mucho frente a nada. Pues bien, resumiendo, en el apartado musical ésta ha sido una Flauta mágica que si se grabara sería un buen disco, y en el escénico los más cinéfilos no pudimos sino recordar a Tom Hulce relamiéndose de gusto y dicha cuando en Amadeus imaginaba su última aventura lírica mientras le iba dando forma sobre el papel, pues en el escenario del Maestranza parecía justo se estuviera reproduciendo esa fantasía descrita por Peter Shaffer, sólo que menos artificiosa y recargada con el fin de adaptarse a nuestro tiempo, siempre más minimalista y conceptual, así como a los bolsillos de una cultura tan mermada por la crisis y la incompetencia.

Es cierto que Mozart dejó mucha libertad a escenógrafos y directores para montar su última ópera, sin exigencias ni de época ni de espacio; pero algunas indicaciones dejó, y todas estuvieron presentes en la producción del Teatro Regio de Turín. Tamino es un príncipe japonés; la escena se recrea en un Egipto imaginario en el que sobresalen las referencias a la masonería que profesaban el músico y su amigo libretista, Schikaneder; la flauta es dorada, Paganeno es un pajarero romántico en toda regla, la Reina de la Noche aparece desde lo alto en medio de una enorme espiral oscura, los caballeros de las pruebas portan crestas de fuego y la aparición de animales a lo largo y ancho de la platea multiplica la sensación de júbilo del espectáculo, a lo que hay que añadir que Papageno hace sonar su propia flauta de pan, como en el estreno vienés de 1791; y así un sinfín de detalles que nos retrotrajeron a la ingenuidad y la inocencia con la que todo esto se gestó hace doscientos veinticinco años. Por eso todo se confió a la magia del teatro, sus recursos más sencillos y eficaces, entre ellos una magnífica iluminación, sin artificios ni tecnología punta. Más que una escenografía propiamente dicha, se trata de elementos escenográficos orientados a potenciar todo lo que supone este cuento musical, su fantasía y su ritual de iniciación, como metáfora de la eterna lucha entre el bien y el mal, que Andó completó con la idea de que del mal se aprende (la flauta y el carillón son armas del mal que los protagonistas utilizan para hacer el bien) y pueden dar como resultado la redención; quizás por eso al final Sarastro y la Reina de la Noche, posibles cónyuges separados y padres de Palmina, como presumieron Bergman y Branagh en sus adaptaciones cinematográficas, parecen reconciliarse. Para llegar a la sabiduría hay que conocer todos los parámetros que mueven el universo, y el mal se encuentra entre ellos. 

Halffter venía de Trieste, donde coincidió en otro montaje de este mismo título con el barítono eslovaco Peter Kellner, cosechando buenas críticas. Y es que su Mozart acertó a contener ligereza de espíritu pero cuerpo y peso en su estética, acompañando pero sin enturbiar ni apabullar. Se limita a dotar al conjunto de la solemnidad, la frescura y la fluidez de la música del genio de Salzburgo, a lo que los integrantes de la ROSS respondieron con tanto sentido práctico como de probada profesionalidad. Un empeño que se extendió a todas las familias instrumentales, destacando la labor de Vicent Morelló y Tatiana Postnikova, naturalmente a la flauta y la celesta respectivamente. Lo mismo podemos decir del coro, sensacional en las escasas partes que les brinda la partitura, y los niños y niñas de la impagable (e imparable) Escolanía de Los Palacios, que permitió que papeles concebidos para voces blancas fueran encomendadas a ellas y no a sopranos ligeras como es más habitual. Lo más difícil en una ópera que contiene tantos cuadros y escenas es conseguir continuidad y fluidez narrativa, y la batuta de Halffter así como la dirección escénica lo consiguieron con nota alta.

En La flauta mágica tiene que funcionar el elenco vocal en su totalidad, y también en esto se acertó con creces. Aunque sobreactuado, la interpretación de Kellner como Papageno fue una delicia, puro jolgorio en lo escénico y sensacional en lo vocal, interactuando incluso con el público. Voz rotunda y perfectamente modulada también en los diálogos (generosos en este montaje), en sus solos o acompañado de Palmina o de Papagena en el célebre dúo cómico del segundo acto. Hace dos veranos en los Jardines del Alcázar apenas nos causó impacto la voz y la expresividad de la soprano valenciana Erika Escribá-Astaburuaga; o entonces nos equivocamos o mucho ha mejorado, porque dio perfectamente el perfil de Pamina, ingenua y desenfadada, y con un dominio técnico y una riqueza tímbrica extraordinaria, culminando en un Ach, ich fühl's, es ist verschwunden lleno de emotividad y dulzura. Nada que reprochar a Roger Padullés a nivel vocal, pero en cuanto a expresividad fue el más soso de todo el elenco, algo que si lo trabaja más acompañará perfectamente a una voz bien timbrada y un fraseo impecable. Javier Borda ofrece a Sarastro una imponente presencia, potenciando su nobleza y dignidad, si bien posee una voz demasiado profunda que languidece en las notas extremadamente graves. La primera aparición de la Reina de la Noche, con agilidades algo frenadas e inseguras, y su voz declamada no hacían presagiar un Der Hölle Rache tan satisfactorio, llegando con holgura a sus difíciles sobreagudos y denotando así un considerable grado de virtuosismo. Todos los demás, incluido un habitual de nuestro teatro, el onubense David Lagares, impecables, destacando las tres damas de la noche, sensuales y perfectamente conjugadas y afinadas, y la sensación global de alegría y desenfado que transmitió un espectáculo que si se tradujera al castellano (Kenneth Branagh y Stephen Fry lo hicieron al inglés para la película de 2006) daría para un par de funciones para escolares y familias. Al fin y al cabo trata sobre un ritual de iniciación, y tal como se ofreció el domingo noche en el Maestranza, resultó un vehículo perfecto para iniciarse en la ópera y añadir belleza a una vida que es efímera y merece llenarla de gozo.

domingo, 12 de febrero de 2017

FUERZA Y CONTENCIÓN EN LA VOZ DE BERNA PERLES

Berna Perles, soprano. Francisco Soriano, piano. Programa: Obras de García Abril, Turina, Luna, Moreno Torroba, Mozart, García, Bizet y Donizetti. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, sábado 11 de febrero de 2017

Aunque pese a su juventud ya no se le puede considerar nueva, el último recital de la malagueña Berna Perles en el marco de la Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza supuso casi como un descubrimiento del talento y la fuerza arrolladora, incluso atronadora, de su voz, bendecida además por un hermosísimo timbre. Se le ha visto recientemente en la Carmen de la Bienal que montó Axelrod en el Alcázar y en la ópera de cámara Un avvertimento ai gelosi de García, de cuya L’isola desabitata fue una de sus protagonistas en los Teatros del Canal de Madrid hace apenas un par de años. De todo eso dio buena muestra en este recital que convirtió en algo así como un sincero agradecimiento a todas esas oportunidades que han jalonado su aún breve trayectoria.

Pero lo que le trajo a la sala íntima y recogida del Maestranza fue su triunfo en el último certamen de Nuevas Voces Ciudad de Sevilla, cuyo recuerdo también estuvo presente en el recital en forma de propina. Con dos partes bien diferenciadas, en la primera abordó canciones españolas que fueron del estilo tonal y el encanto melódico de García Abril y dos de sus Canciones de Valldemosa, Agua me daban a mí y No por amor, no por tristeza, ambas según poemas de Antonio Gala inspirados como el resto del ciclo en la estancia de Chopin en la cartuja mallorquina, al casticismo madrileño de las zarzuelas El niño judío y La Marchenera. En las primeras asomó su estilo primoroso y contenido, en comunión con una perfecta modulación de la voz. En las últimas tal contención le fue en contra, pero destacó su capacidad en contraste y color. El Poema en forma de canciones de Turina según textos de Ramón de Campoamor, que descubrí en la versión del recientemente fallecido Nicolai Gedda junto al gran Gerald Moore en una grabación de 1965, lo entonó con excelente dicción, poniendo el acento en sus hermosas letras, sin exageraciones melodramáticas ni siquiera en los desgarradores Cantares. Sólo en ese ciclo tuvo pausa para la recuperación, gracias a la introducción en forma de Dedicatoria reservada al solo de piano de Francisco Soriano, uno de los agentes más activos de la música sevillana gracias a sus proyectos con Zahir Ensemble o la Orquesta Conjunta, por citar un par de ejemplos. Su pianismo quizás no fuera impecable técnicamente pero sí muy expresivo y evocador, y desde luego sumamente respetuoso como acompañante.

Debido a la tesitura de su voz, creemos que Perles podrá en un futuro abordar papeles de mezzo, pero de momento su repertorio canoro se reserva al de soprano, como la Fiordiligi de Cosí fan tutte o la Micaela de Carmen que cantó con sentimiento y muy buen gusto. El mismo que emergió en la muy melancólica Ah che in van per me pietosa de la versión de García de La isla deshabitada, y en el complejo Regnava nel silenzio de Lucia di Lammermoor, que le dio oportunidad de lucir agilidades, si bien a lo largo del recital acusó dificultad para cambiar de registro y echó mano de inconvenientes cambios de tono para llegar a las notas más graves. Sus poderosos agudos por el contrario entusiasmaron al público, destacando ese popular jaleo americano de unas estudiantes que participaron en la abultada presencia de espectadores extranjeros, un potencial que la gerencia del teatro debería trabajar más en profundidad con hoteles y touroperadores. En la propina, Perles mostró su agradecimiento por el premio obtenido el año pasado entonando con dulzura y contención el Canto a la Luna de Rusalka, que Soriano acompañó con inusitada delicadeza.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

sábado, 11 de febrero de 2017

MOONLIGHT Blue Boyhood

USA 2016 111 min.
Guión y dirección Barry Jenkins, según la novela de Tarell Alvin McCraney Fotografía James Laxton Música Nicholas Britell Intérpretes Trevante Rhodes, Ashton Sanders, Alex R. Hibbert, Mahershala Ali, Naomie Harris, Janelle Monáe, André Holland, Jharrel Jerome, Jaden Piner, Patrick Decil, Duan Sanderson Estreno en el Festival de Toronto 10 septiembre 2016; en Estados Unidos 18 noviembre 2016; en España 10 febrero 2017

Menos mal que Barry Jenkins, tras una larga carrera como cortometrajista y un solo largometraje anterior en su haber, Medicine for Melancholy, no ha necesitado más de quince años para rodar su multipremiada y alabada película, aunque resulta tan pretenciosa y errática como Boyhood de Richard Linklater. Y es que narra, como aquella, las vicisitudes de un joven desde su infancia hasta su toma de conciencia con el mundo y consecuente llegada a la madurez física, emocional y sentimental. Pero Jenkins ha contado para ello con tres actores que dan vida al mismo personaje en su niñez (Hibbert), adolescencia (Sanders) y madurez (Rhodes), razonablemente parecidos los dos primeros, nada que ver con ellos el tercero. Y es que el personaje no sufre progreso alguno a lo largo de sus casi dos horas de metraje y más de diez años de vida, salvo en el aspecto físico, tras un conveniente paso por el gimnasio, uno de los pocos refugios que según parece tienen los afroamericanos en una tierra tan soleada y alegre como Florida. Suponemos que los otros dos son la mafia del narcotráfico y la cárcel. De mirada taciturna y comportamiento autista, el protagonista no es capaz de absorber en toda la película ni una sola enseñanza de las que le proporciona la experiencia y la suerte de toparse con unos seres extraordinarios capaces de suplir con creces sus carencias familiares y emocionales. Mira que tiene oportunidades el chaval de mejorar su vida y psicología, pero ni al novelista ni al director les parece oportuno que lo haga, forzando unos personajes además tan reprochables como narcotraficantes de sensibilidad exquisita, moralidad intachable y valores supremos. Igualmente es forzada la relación sentimental del protagonista a lo largo de todo este tiempo, sin correspondencia y con consecuencias tan extremas como poco convincentes, más cuando acaba transformándose, profesional y físicamente, en lo que se convierte. Cierto que todo está rodado con mucho gusto, una fotografía esmerada, momentos tan bellísimos como la lección de natación en el mar, interpretaciones impecables, una música puntual y amable, y un sentido del ritmo y el entretenimiento irreprochable; todo lo cual la hace medianamente disfrutable, y delata su vocación de gustar a todos y todas. Pero cuando llega la redención y el consuelo, ha pasado demasiada tragedia sin motivo ni razón, en ese tono azul tristón que sirve de metáfora a una película de negros bañados por la luz de la luna. Menos mal que a pesar de todo no llega a los extremos de calamidades tan vergonzosas como aquella otra película de afroamericanos también hiperreconocida hace unos años, Precious.

jueves, 9 de febrero de 2017

EL VIOLÍN MÁGICO DE DIDIER LOCKWOOD

Didier Lockwood feat. Antonio Faraò Trio. Didier Lockwood, violín. Antonio Faraò, piano. Jerome Regard, contrabajo. Andy Barron, batería. Teatro Lope de Vega, miércoles 8 de febrero de 2017

Antes de que asome la flauta en el Maestranza el próximo domingo, la verdadera magia instrumental la trajo a Sevilla el gran Didier Lockwood y su violín. El espléndido ciclo de jazz que el Lope de Vega viene ofreciendo desde hace un par de temporadas se anotó otro tanto importante esta semana con el magnífico concierto del violinista francés, acompañado por el no menos emblemático pianista italiano Antonio Faraò y sus dos acompañantes, el también francés Jerome Regard y el baterista inglés Andy Barron. Como suele ocurrir en estas exhibiciones, el espectáculo fue de menos a más, lo que tardó en calentarse el conjunto y conseguir que el público, en cierto modo escaso para lo que suele ser habitual en estos eventos, hiciera lo mismo.

No compartimos la necesidad de amplificar en todo caso estos conciertos de jazz, menos cuando los instrumentos convocados se prestan a una interpretación tan acústica como fue el caso. De hecho la amplificación generó más distorsión de la conveniente, demasiados decibelios para una propuesta como la que traían estos magníficos intérpretes, quienes además manifestaron su incomodidad ante las mezclas y el equilibrio provenientes de la mesa técnica. Sólo se justificó en puntuales intervenciones de Lockwood en las que la tecnología se hizo imprescindible, el resto hubiera salido mejor parado sin ella, y el Lope de Vega lo hubiera agradecido. La magia emergió ya antes de que lo hiciera el circo, con una estupenda jam session en la que cada cual tuvo su momento de gloria. Después llegó un fascinante Good Morning, Lady Sun de ritmos sensuales y electrizantes, en los que Faraò dio buenas muestras de atesorar unos dedos de prodigiosa agilidad. La dosis de sensibilidad melódica llegó con La balada de Pat y Robin, precedida de un improvisado couplet entre los dos protagonistas y con Lockwood dando buenas muestras de virtuosismo y emoción, y prosiguió con Beautiful Night.

El discípulo de Grappelli y Solal hace mucho que demostró tener un estilo propio y personal, a veces furioso y haciendo sonar su instrumento como si fuera una guitarra heavy, incluso cuando homenajea al mítico artista parisino, como en aquel estupendo disco de 1993. Con apenas media docena de temas, convenientemente alargados mediante vertiginosas ornamentaciones, el punto álgido llegó con un solo del francés al violín eléctrico, con acompañamiento de caja grabadora y repetidora, como hiciera Richard Bona en este mismo teatro hace dos temporadas, pero con un dominio y un control técnico extraordinario. En la pieza recorrió músicas de todo el Mundo, desde la Alemania de Bach a la música bohemia pasando por el celta irlandés, el flamenco, el norte de África y la Venecia de Vivaldi, y paseándose por toda la platea. Es ahí donde magia y circo del bueno, ese que tanto respeto nos merece, emergió para deleite de un público alucinado.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

martes, 7 de febrero de 2017

BETICÁMARA EN FEBRERO: ROJO Y NEGRO, APASIONADO Y SOBRIO

Concierto de cámara de la Orquesta Bética. María Rosaria D’Aprile, violín. Michael Thomas, viola. Ana Sánchez Barrueco, violonchelo. Tommaso Cogato, piano. Programa: Cuartetos para piano K.478 de Mozart y Op. 26 de Brahms. Espacio Turina, lunes 6 de febrero de 2017

Maria Rosaria D'Aprile
En apenas unos años la violinista italiana Maria Rosaria D’Aprile se ha convertido casi en una imprescindible del panorama musical sevillano, tanto como docente como en este caso intérprete. Actúa frecuentemente junto al pianista, también italiano, Tommaso Cogato, igualmente afincado en nuestra ciudad y con el que de la misma forma hemos disfrutado de su musicalidad, talento y sensibilidad en múltiples ocasiones. Hace unos días la veíamos formando parte de la plantilla de la Barroca para el Concierto de Santo Tomás y ayer ambos comparecieron junto a Michael Thomas y la violonchelista de la Bética de Cámara, Ana Sánchez Barrueco, en la segunda de las muy recomendables citas de cámara con las que la formación nos está amenizando esta temporada.

Con elegantes ropas en riguroso rojo y negro, en perfecta conjunción quizás para potenciar la sensación de apasionamiento y seriedad que acertaron a transmitir con el programa elegido, los cuatro intérpretes hicieron gala de una humildad extraordinaria, la que se necesita para abordar con éxito las dos piezas seleccionadas. Y es que tanto el Cuarteto con piano nº 1 de Mozart como el nº 2 de Brahms exigen tal compenetración y empaste que apenas dan oportunidad para el lucimiento personal y obligan a los músicos a destacar sus matices, giros y colores al unísono, sin vanidades ni impertinencias. Si se consigue se triunfa, y ellas y ellos lo hicieron.

Ana Sánchez Barrueco
Son sin duda dos piezas muy complejas; tal es así que la de Mozart conminó al editor Hoffmeister a liberar al genio de completar otras dos encargadas, debido a la dificultad para venderlas al público aficionado al que iban dirigidas. Sin embargo, los de la Bética lograron un difícil equilibrio psicológico y musical, alcanzando altas cotas de tensión armónica y contraste entre los movimientos más vitales y musculosos y los más dulces y delicados, sin duda fruto de un análisis concienzudo de la partitura. El de Brahms es aún más complicado, y si no se pone imaginación y creatividad puede resultar seco y aburrido. Pero la fantasía con la que lo abordaron D’Aprile y Thomas, el característico y disciplinado trabajo de Cogato y la enorme capacidad de seducción de Sánchez Barrueco, lograron una versión rotunda, introspectiva y a la vez enérgica, sin imposturas ni atisbo de artificiosidad. La única pega, que había poco público y merecen mucha más atención.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

lunes, 6 de febrero de 2017

CINE ESPAÑOL EN SALA DE RECUPERACIÓN Impresiones de una gala de los Goya vista desde las gradas

Fotos: Luis Pascual

Penélope mira altivamente, porque ella puede
Volvió a repetirse: la gala no gustó por igual a todos y todas. Desde casa mucha gente la encontró aburrida, mientras otra disfrutó con el siempre ágil y dicharachero Dani Rovira, aunque su protagonismo se viera en cierto modo mermado en una propuesta que dio menos espacio a sus intervenciones. El espectáculo mudó al auditorio del Hotel Marriott de Madrid, con aforo considerable pero un escenario tan reducido que dio poco margen para la escenografía y el movimiento de los presentadores y presentadoras. La Film Symphony Orchestra no ayudó precisamente a ampliar ese margen de movimiento, aunque su intervención en la gala fue todo un acierto. La música tuvo un importante papel en esta trigésimo primera edición de los premios de la Academia, y eso siempre es de agradecer, aunque no siempre los temas elegidos fueran los más acertados. El problema principal de los Goya para no gustar a un amplio sector de la audiencia es que ni se han visto las películas ni se conocen a las supuestas estrellas, por eso con los Oscar pasa lo contrario, debido a la invasión de cine americano que desde siempre oprime nuestra industria.

La reina de España y el rey de Cannes
Figúrense que incluso en la alfombra roja había reporteros, gráficos y redactores, que no conocían a muchos de los actores y actrices que posaban como divinidades, algo que se repetía también en sala de prensa y aledaños. Y eso que gente como Almodóvar o Penélope Cruz mostraron toda su disposición para atender sin discriminación a todos los medios. El primero mostró su satisfacción por presidir el jurado del próximo Festival de Cannes, mientras ella estaba entusiasmada por coincidir con tantos y tantas compañeras con las que ha trabajado en su etapa más española. Afortunadamente atrás quedaron aquellas primeras ediciones en las que se podía recoger un Goya en camiseta, pantalones roídos o incluso en pijama. Hasta Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, que aquí cuando recoge premio al mejor guión habla un poquito más que en los premios de su tierra, los Asecan, iban bien arregladitos. La etiqueta manda y hoy todas y todos lucen, cada cual en su estilo, dignificando la que debe ser la gran noche del cine español.

Anna Castillo besa su Goya
Sobre la alfombra deslumbraron la ya citada Pe, Amaia Salamanca, Leonor Watling, la flamante ganadora del premio a la mejor actriz revelación Anna Castillo, Paz Vega, Laura Sánchez o la homenajeada Ana Belén, que acudió acompañada de su marido, Víctor Manuel, y su hija Marina, y que ofreció un discurso leído más rancio de lo esperable en una mujer de su talento. Por cierto, Anna Castillo estaba alojada junto a nuestra habitación, y al salir coincidimos, momento que aprovechamos para decirle que le darían el Goya seguro, y acertamos. Entre ellos triunfaron Miguel Ángel Muñoz, el director de orquesta Pablo Heras Casado o el actor catalán Marc Clotet. Mientras el mayor desatino lo cometió Álex García con un modelo estrafalario que no hacía justicia a su porte; quizás le informaron que este año no iría Óscar Janeada y decidió ser él quien diera la nota. Dani Rovira había decidido el año pasado no volver a presentar la gala, debido a los injustificados ataques de que fue víctima en las redes sociales, especialmente en twitter. Pero finalmente claudicó y eso le pasó factura con unas intervenciones más comedidas y menos frescas; ni siquiera el tan socorrido recurso de los títulos de películas hilados le quedaron bien, algo que repitió Víctor Manuel San José en la canción Porque somos lo que somos, especialmente compuesta para la ocasión, y que interpretaron con elegancia Manuela Vellés y demasiado temperamento y estridencia Adrián Lastra.

El fotógrafo, Luis Pascual, adora a
Leonor Watling, la voz de Marlango,
bella y polifacética
Aun así, Rovira soltó perlas como que Tarde para la ira se conocía en España como Sálvame, que estudiaba inglés para no ser presidente del país, que los ganadores en categorías cortometrajistas y documentalistas subían en equipo porque eran los únicos de la profesión que no cobraban y por lo tanto trabajaban con mayor pasión, o que con El hombre de las mil caras Alberto Rodríguez por fin había salido de Andalucía. Además bromeó con el deficiente castellano de Yvonne Blake, toda una leyenda del vestuario en el cine, que vive y trabaja en nuestro país y ejerce desde hace apenas unos meses la labor de Presidenta de la Academia. Y como ella fue la responsable del vestuario de Christopher Reeve en Superman, Rovira no dudó en disfrazarse del héroe en un momento determinado, al igual que hizo al calzarse unos tacones en homenaje a una mujer por la que de nuevo se reivindicaron más y mejores papeles. Entre lo más acertado su comentario sobre que la cultura es necesaria, porque nos ayuda a conocernos mejor y saber cómo sentimos.

Martínez-Orts "Matrix"
Constantino Martínez-Orts lleva años paseando su Film Symphony Orchestra, radicada en Valencia, por toda la geografía española, con programas de música de cine popular, es decir mayoritariamente americana, que tanto se demanda y tan poco se programa. A Sevilla ha venido varias veces, siempre a Fibes. Sus composiciones originales, de tono épico y melódico, amenizaron las entradas y salidas de artistas, y se completaron con la Suite de Augusto Algueró, la sintonía de los Goya de Antón García Abril y el Canto de los pájaros que inmortalizó Pau Casals y recreó magníficamente Iagoba Fanlo al violonchelo mientras por la pantalla desfilaba la gente de cine que nos ha dejado en este último año. La interpretación de las bandas sonoras originales nominadas fue otro de los platos fuertes de la orquesta, dejando claro que la profesión de músico de cine en España está pasando por su mejor momento. El año pasado Lucas Vidal ganó por partida doble, este le ha tocado el turno a Fernando Velázquez por la emotiva música de Un monstruo viene a verme, y ambos, junto a Iglesias, Baños o Navarrete, trabajan asiduamente en Hollywood.

Raúl Arévalo, cuatro importantes Goyas para su ópera prima
En cuanto a los premios es ya tradicional que unos pocos títulos copen la mayoría de las nominaciones, lo que produce la penosa sensación de que se ha hecho poco cine a lo largo del año en nuestro país. Y es que son muchos los títulos que sólo se pueden ver en festivales o canales autonómicos de televisión, debido a una cartelera saturada por una serie de títulos que los exhibidores nos obligan a ver como si fueran imprescindibles. Ni siquiera la triunfadora del Festival de Málaga, Callback, que no ha conocido aun estreno en Sevilla, figuró en estos Goyas que solo bendicen lo que ya ha triunfado en taquilla. Así ocurrió lo previsible, que Un monstruo viene a verme acaparó todos los premios técnicos, así como el de mejor director, categoría en la que J.A. Bayona no tuvo que competir con Raúl Arévalo, que ya ganó previamente el premio al mejor director novel por su estupenda Tarde para la ira, la otra gran triunfadora de una noche que marginó la mejor y más delicada película que sobre el dolor hemos visto en mucho tiempo, Julieta de Pedro Almodóvar.

Dos Goyas para Emma
Emma Suárez sí se llevó el Goya a la mejor actriz e hizo doblete, la gran sorpresa de la noche, como mejor actriz de reparto por La próxima piel, repitiendo la proeza que protagonizó Verónica Forqué en los premios del 87 con La vida alegre y Moros y cristianos. Antes de comparecer ante la prensa la emoción le hizo darse la vuelta y esperar hasta contener las lágrimas. Entre bambalinas confesó que para preparar estos dos papeles, que coinciden en mostrar a una madre privada de su hija e hijo respectivamente, aunque por razones bien distintas, pensó en cosas que le hicieron sufrir mucho en la vida. Roberto Álamo repitió al recoger su premio por Que Dios nos perdone, el discurso que dio en el Maestranza cuando le dieron el Forqué, pidiendo más y mejor trabajo para actores y actrices, sobre todo en paro, y a los periodistas nos aseguró que la primera persona en la que pensó al recoger el premio era su madre.

Ana Belén, Historia del Cine Español
Ana Belén demostró que los discursos leídos son aburridos y que su sentido del humor se ha vuelto rancio, incluido el rollo de la botellita de agua para no quedarse seca entre tanta palabrería (bien) leída. El montaje visual que precedió su homenaje no hizo justicia a su espléndida carrera, pero por fin pudo desquitarse de esas cinco ocasiones en que fue nominada y no ganó el Goya. Ya en la fiesta posterior en los salones del Marriott, Manolo Solo exhibió su exultante felicidad y nosotros le trasladamos nuestra satisfacción porque un actor de nuestra capital ganara tan preciado premio (actor de reparto por Tarde para la ira). La mayoría de los premiados abandonaron pronto la fiesta porque según confesaron tenían muchas ganas de compartir su felicidad con sus seres queridos. Algunas de las personas premiadas imploraron a la prensa, siempre con amabilidad y emoción, que les dejaran llamar a sus seres queridos. En fin, los discursos oficiales volvieron a ser triunfalistas y esperanzadores, cantinela que se repite todos los años, y así todos y todas fuimos invitados a ir a ver unas películas españolas que, para ser justos, cada vez intentan más ser comerciales y conectar con un público mayoritario.

Versión combinada de los artículos publicados en la web y en la edición impresa de El Correo de Andalucía el 6 de febrero de 2017