USA 2016 135 min.
Guión y dirección Kenneth Lonergan Fotografía Jody Lee Lipes Música Lesley Barber Intérpretes Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Tate Donovan, Erica McDermott, Matthew Broderick, Gretchen Mol, Susan Pourfar, Christian J. Mallen, Frankie Imbergamo Estreno en el Festival de Sundance 23 enero 2016; en Estados Unidos 16 diciembre 2016; en España 3 febrero 2017
Kenneth Lonergan posee una filmografía desconcertante. De ser el guionista de películas tan dispares como Una terapia peligrosa y Gangs of New York, pasó a dirigir sus propias cintas, debutando con Puedes contar conmigo, una tragicomedia sentimental que reportó a Laura Linney y Mark Ruffalo la oportunidad de interpretar unos papeles sólidos y esmerados. Después vino Margaret, una fascinante disquisición sobre la juventud y sus dificultades para relacionarse con el entorno, especialmente a raíz de una tragedia sobrevenida. La película, que tardó más de cinco años en gestarse, entre rodaje, montaje y distribución, fue un rotundo fracaso de crítica y público que la llevó a ese lugar del limbo del que surgen los productos de culto, que es en lo que se ha convertido. Manchester frente al mar ha sido un hervidero de premios y nominaciones desde su estreno en el Festival de Sundance a principios del año pasado. Se ha ido haciendo con premios a todo lo largo y ancho del globo, sobre todo a finales de ese mismo 2016, con reconocimientos unánimes para su protagonista en todos los círculos críticos de Estados Unidos, premios en Gijón, nominación a los César y así incontables galardones hasta llegar a las seis nominaciones a los Oscar con los que parte su estreno en España. Y sin embargo nos ha provocado una enorme decepción en quienes no hemos visto más allá que un tristón melodrama sobre la responsabilidad que surge en el ser humano cuando actúa con imprudencia. Casey Affleck da vida a un taciturno que vive cual zombi dedicado exclusivamente a un trabajo de mera supervivencia, sin alegrías ni ambiciones, y al que una pérdida sobrevenida le hará asumir de nuevo la responsabilidad, en este caso frente a un sobrino de vida irresponsable y desordenada, y para colmo en la única ciudad a la que el protagonista no querría jamás volver. Con este material podría haberse rodado un inquietante ejercicio psicoanalítico sobre las consecuencias de la desgracia y cómo afecta a nuestro ánimo y entorno. Por el contrario, nos encontramos con una frialdad absoluta, un personaje de mirada naturalmente perdida, y una catarsis previsible sin más consecuencia que una justicia inventada que no encuentra indicios en el crimen por imprudencia, y un mundo masculino en el que la mujer es sólo un pretexto para el hombre, más cerebral y capaz de recomponer, también fríamente, su vida e incluso mejorarla rodeándola de ese conservadurismo que como todo el mundo sabe, da más seguridad. Las breves intervenciones de Michelle Williams le han reportado también exagerados reconocimientos. Y si de subrayar la tristeza y la desgracia se trata, nada mejor que convocar al Adagio de Albinoni (enterito), alguno de los pasajes más melancólicos del Mesías de Händel o un Concerto grosso de Corelli. Ambientar la historia en el crudo invierno nevado también ayuda, pero sinceramente toda esta tragedia y pretender ahondar filosóficamente en la tristeza sobrevenida por el religioso sentimiento de culpa sólo nos provoca, tal como lo plantea Lonergan, aburrimiento.
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