Guión y dirección Guillermo García López Fotografía Pablo Burmann Música Zeltia Montes Documental Estreno en el Festival de Valladolid 24 octubre 2016; en salas comerciales 23 diciembre 2016
El laureado documental del joven Guillermo García López incide en las enormes desigualdades económicas que existen en este planeta, el cada vez más elevado nivel de insatisfacción e infelicidad que generan los nuevos modelos de vida y la grave injusticia social que existe en términos globales. Y lo hace a través de las impagables declaraciones del ex presidente uruguayo José Mujica, modelo de virtudes políticas y vida austera cuyo ideario político, social y económico queda expuesto a través de aseveraciones tan lúcidas como emocionantes y hasta apasionantes. La virtud de García López consiste en dar vida y coherencia a dichas declaraciones a través de tres historias muy entroncadas con los mayores miedos del hombre moderno: la esclavitud, la pobreza y la injusticia. El exceso de trabajo que hace al hombre más rico pero menos libre, el incumplimiento sistemático en las sociedades que se llaman modernas y democráticas de los derechos unánimemente reconocidos en sus Cartas Magnas, traducido en desahucios que echan literalmente por tierra el derecho fundamental a una vivienda digna, y la falta de asistencia de los países que fueron colonialistas a quienes sufrieron la devastación de sus derechos, dignidades y recursos durante los largos siglos que cobijaron la esclavitud y la vergüenza, son ilustrados a través de las sabias y conmovedoras palabras de Mujica, hilo conductor de un trabajo que se ve con irritación, vergüenza, impotencia y verdadero horror. El uso del formato panorámico aprovecha de forma proverbial las posibilidades del material dramático expuesto, mientras su estilo visual y narrativo lo acerca a la ficción, merced también a las increíbles historias que cuenta. Por el contrario, el abuso de música revela cierta tendencia a pulverizar conciencias y encolerizar al espectador con artificios que no necesita. Puede que lo que cuenta se hubiera podido reducir al formato cortometraje, pero la fuerza de su efecto prolongado y suspendido quedaría mermada, mientras las declaraciones de Mujica no tienen desperdicio y merecen todo el metraje que se les dedica, aunque a veces su discurso pueda parecer reiterativo, pero su fuerza filosófica no lo es. Luego se sale a la calle y todo parece tan vulgar y tan injusto, con toda esa gente llevando bolsas que portan felicidad efímera, sonriendo porque creen ser felices sin reparar en el estrés (atrasados los llama Mujica frente a los sencillos aborígenes) y la esclavitud a la que estamos sometidos y sometidas; todo ello generando en quienes hemos asistido a esta exposición de la barbarie moderna una sensación aún más fuerte de vergüenza, estupor y, sobre todo, impotencia.
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