Dirección Pablo Larraín Guión Noah Oppenheim Fotografía Stéphane Fontaine Música Mica Levi Intérpretes Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Billy Crudup, John Hurt, Greta Gerwig, John Carrolll Lynch, Richard E. Grant, Max Casella, Beth Grant, Caspar Phillipson, Julie Judd Estreno en el Festival de Venecia 7 septiembre 2016; en Estados Unidos 2 diciembre 2016; en España 17 febrero 2017
Darren Aronofsky ha vuelto a darle a Natalie Portman el papel de su vida, porque si bien estaba en Cisne negro, que le valió un Oscar, mejor aún está incorporando a la más famosa de cuantas Primeras Damas ha tenido el gobierno de los Estados Unidos, que le debería reportar con toda justicia una nueva estatuilla, aunque las quinielas no estén a su favor. Y es que Aronofsky es como productor quien ha confiado en el chileno Pablo Larraín, tras sus éxitos con películas como No, El club y Neruda, para trazar un retrato doloroso y somero del célebre personaje en los días inmediatamente posteriores al magnicidio de Dallas, con flashbacks necesarios que retrotraen el personaje a un año antes, cuando rodó para televisión el famoso documental A Tour of the White House, dirigido por Franklin J. Schaffner (El planeta de los simios, Patton), punta de lanzamiento en América y Europa de la joven Jackie Kennedy como personaje del papel cuché y reina indiscutible del único principado verdadero que ha tenido Estados Unidos. No se trata por lo tanto de una biografía de Jacqueline Kennedy, que como bien sabemos siguió dando mucho de sí con su lujosa y glamurosa vida posterior, sino de un retrato íntimo del personaje en el momento más sintomático y trágico de su vida. Jacqueline Bisset la incorporó en El griego de oro, aunque con nombre fingido, Liz Cassidy en la biografía que sobre Onassis (Tomasis en la película bajo la piel de Anthony Quinn) dirigió J. Lee Thompson (Los cañones de Navarone, El cabo del terror) en 1978; y actrices como Katie Holmes o Blair Brown la han incorporado como esposa del malogrado presidente norteamericano en series de televisión con mayor o menor acierto. Pero nunca hasta ahora una actriz la había interpretado con tanto esmero y precisión. El trabajo de Portman es inmenso y espectacular, sin aspavientos ni estridencias, potenciando su porte aristocrático y su temperamento de reina dolorosa que acaba de sufrir un acontecimiento pavoroso y ha quedado automáticamente relegada a un segundo plano. No nos sorprende que el trazo de Larraín sea también certero y preciso, con un tratamiento de la imagen portentoso (en la retina queda para siempre la toma casi cenital del coche presidencial fugándose hacia el aeropuerto, escoltado y con una conmovedora piedad llevando sobre su regazo al ensangrentado presidente mesiánico); pero que el guión de Noah Oppenheim, cuyas únicas credenciales hasta el momento eran El corredor del laberinto y La serie Divergente: Leal, contribuyera de forma tan decisiva a la redondez del conjunto, sí que nos ha cogido por sorpresa, a pesar del premio logrado en el Festival de Venecia. A través de dos entrevistas de corte muy distinto, la que le formuló el periodista de Life Teddy White una semana después de la tragedia, y la que un año antes protagonizó para CBS en el documental antes referido, se trazan dos aspectos fundamentales del mito, como perfecta anfitriona de ese Camelot de cuento de hadas que imaginaron Frederick Loewe y Alan Jay Lerner para el musical que por aquel entonces interpretaban en Broadway Richard Burton y Julie Andrews, y cuya música aparece recurrentemente tanto en esta película como en la espléndida JFK de Oliver Stone (allí sólo un momento y de manera circunstancial); y como doliente esposa relegada a segundo plano y volcada en mantener vivo el legado de un presidente irrepetible, que dejó cosas memorables por hacer pero no ultimó ninguna y sin embargo ha quedado para siempre en la memoria colectiva como uno de los más emblemáticos de la Casa Blanca. En los preparativos del funeral, su relación con sus pequeños hijo e hija, su corte encabezada por su cariñosa y cómplice ayudante de cámara (Greta Gerwig), sus fiestas y celebraciones, con Pablo Casals entonando ante un séquito digno de cuadro de Goya el célebre Cant dels ocells, y, sobre todo, sus entrevistas, con mención especial para la de corte espiritual que mantiene con el sacerdote oficiante del funeral, incorporado por el recientemente fallecido John Hurt, asistimos a varias de las aristas de un personaje al que la película hace aún más interesante que como lo conocíamos, y le dota de una humanidad que en gran parte desconocíamos. Portman brilla en sus miradas a cámara, su dolor y su dignidad, llevando con estilo el carismático vestuario diseñado, en especial el trágicamente famoso Chanel que portaba durante el fatídico acontecimiento; pero sobre todo brilla en sus réplicas, al periodista, al presentador, a Bobby Kennedy o al sacerdote, con líneas de diálogo memorables. La música de Mica Levi, Micachu como se le conoce artísticamente, que hasta el momento sólo había compuesto la banda sonora de un film protagonizado por Scarlett Johansson, Under the Skin, destaca potenciando ese ambiente enrarecido que la propuesta reclama, mientras Stéphane Fontaine hace un meticuloso trabajo de fotografía para engarzar imágenes reales con ficticias, así como recreaciones de las primeras, jugando de forma artesanal y precisa con colores y texturas, logrando entre tanto talento una prodigiosa película de cámara cuya dolorosa melancolía perdura mucho después de salir de la sala.
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