La sana e inmarchitable belleza de Maureen O'Hara me cautivó siendo muy niño cuando la segunda cadena de Televisión Española, creo que todavía entonces la UHF, programó un generoso ciclo de películas protagonizadas por ella, en la primera mitad de la década de los setenta. Su pelo moreno, como se veía entonces que aún no teníamos color, y su extraordinaria mandíbula enmarcada en carnosos labios, llamaron poderosamente mi atención hasta decidir ver todas las películas del ciclo. Hace apenas unos meses me conmovió el alma verla recoger un Oscar Honorífico sentada en una silla de ruedas y portando con autoritaria dignidad una peluca que emulaba el mismo color rojo cobrizo que caracterizó a la que una vez fue reina del technicolor, rivalizando con María Montez e Yvonne de Carlo, aunque superándolas en talento y versatilidad. Llegó afortunadamente a tiempo de recoger ese merecidísimo reconocimiento como gran estrella de la época más dorada que del cine universal conocemos, la que ha labrado la afición y el entusiasmo de millones de personas hacia el Cine en todo el Mundo.
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Junto a John Wayne en El hombre tranquilo (1952) |
Maureen FitzSimons, que así se bautizó católicamente como corresponde a una buena irlandesa, nació cerca de Dublín cuando el siglo XX cumplía dos décadas. Brillante estudiante que a los dieciséis años ganó el premio al mejor expediente académico de las islas británicas, pronto exhibió su entusiasmo por el mundo de la interpretación, y con la ayuda de su madre, que la inscribió en algunas de las mejores escuelas dramáticas de la capital, descubrió su talento en los escenarios, Shakespeare incluido. Su belleza y energía llamó la atención del cantante y playboy Harry Richman, que en 1937 le brindó la oportunidad de hacer sus primeros pinitos en el cine. Su talante enérgico y su temperamento acalorado llamaron a su vez la atención del productor alemán Erich Pommer y el egocéntrico actor inglés Charles Laughton. La posada Jamaica, a las órdenes de Hitchock según la novela de Daphne du Maurier, y Esmeralda la zíngara de William Dieterle según el clásico de Victor Hugo El jorobado de Notre Dame, vinieron así solas en 1939. Pero el protagonismo dictatorial de Laughton eclipsaron en las dos ocasiones la interpretación de O'Hara, apellido que precisamente le asignaron los dos personajes aludidos. El hecho de tener un temperamento fuerte, del que John Wayne llegó a decir que prefería lidiar con un joven fortachón que con el huracán devastador que era ella, no le sirvió para decidir e imponer su voluntad en una carrera errática presidida por la mala suerte, que le llevó a perder los papeles protagonistas de Rebeca y Ambiciosa, en favor de Joan Fontaine y Linda Darnell respectivamente; mientras alternando entre los estudios RKO y 20th Century Fox tuvo que conformarse con ser la compañera fiel y devota de las estrellas del momento, como John Payne, Cornel Wilde y Tyrone Power, con quien trabajó en El cisne negro a las órdenes de Henry King, lo que provocó una serie de películas de aventuras entre las que destaca Simbad el marino junto a Douglas Fairbanks jr. Antes tuvo la oportunidad de enderezar su carrera con uno de sus personajes más emblemáticos, el de la desdichada Angharad de ¡Qué verde era mi valle!, enamorada del párroco Walter Pidgeon pero obligada a casarse con el rico del pueblo en consideración a la pobre familia minera a la que pertenecía. Este extraordinario film, tan nostálgico como cautivador y uno de los que mejor reflejan la melancólica ausencia de nuestros seres queridos, fue la primera colaboración de la actriz con el director también de origen irlandés John Ford. Hasta 1950 no volvería a repetir con él, sucediéndose dos obras maestras junto a John Wayne, Rio Grande y El hombre tranquilo. Junto al fornido e icónico actor protagonizaría otras tres películas: Escrito bajo el sol, El gran McLintock y El gran Jack, pero repitiendo el papel de compañera decorativa que cultivó en la mayoría de películas en las que le tocó intervenir, algunas de ellas tan conocidas como Niñera moderna, donde el papel relevante pertenecía a Clifton Webb, De ilusión también se vive, con Edmund Gwenn y Natalie Wood imponiéndose a ella, o la disneyana Tú a Boston y yo a California, a mayor gloria de la niña redicha Hayley Mills.
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Lady Godiva (1955) |
Ahí no queda la mala fortuna, porque cuando al margen de Ford, que también la dirigió en la espléndida Cuna de héroes, otros grandes directores se hacían cargo de la producción, el resultado no era muy satisfactorio. Fue el caso del rey del melodrama, John M. Stahl, que la dirigió en El sargento inmortal y Débil es la carne junto a Rex Harrison sin mucha fortuna, o de Nicholas Ray, con quien hizo el endeble melodrama criminal Un secreto de mujer, así como el mismísimo Jean Renoir, cuya This Land Is Mine fue eclipsada de nuevo por la intervención vampirizante de Laughton. Para colmo su fichaje por la Universal volvió a relegarla a papeles de heroína exótica, con películas tan mediocres como Bagdad, hasta llegar a una ridícula cinta sobre Lady Godiva en la que exhibió su trucada desnudez con la armadura de su larga cabellera. Su madurez perpetuó el papel de abnegada ama de casa en títulos como Un optimista en vacaciones junto a Fred McMurray, Fiebre en la sangre con Henry Fonda o Una dama entre vaqueros con James Stewart. Su carácter fuerte y decidido se hizo valer, por el contrario, al frente de la empresa que creó junto al amor de su vida, su tercer y último marido, Charles F. Blair, con quien se casó en 1968 hasta su muerte accidental en 1978. Antilles Air Boats, una de las compañías aéreas más carismáticas a la hora de acercar estas islas al continente americano, ha sido su verdadero caballo de batalla hasta su fallecimiento a los noventa y cinco años, plácidamente - otra contradicción con su temperamental carácter - junto a sus seres queridos y los millones de admiradores y admiradoras que de todas las edades y condición ha dejado a lo largo y ancho de este planeta, ahora menos luminoso que nos falta la aureola de su rojo cabello.