
Y eso que no empezó demasiado bien, pues la Obertura de la ópera de Offenbach La vida parisina pedía más frivolidad y picardía para retratar ese ambiente de belle époque de las calles y garitos de París, ciudad donde tuvieron lugar con pocos años de diferencia los estrenos de las tres piezas recreadas en este concierto. Su lectura de esta obra desenfadada y ligera nos pareció por el contrario pesada y algo farragosa; sin embargo con La Arlesiana todo fue transparencia y riqueza melódica, deparando una interpretación fresca de estas dos suites algo endebles en términos musicales. Entre el apasionamiento de los pasajes heroicos y enérgicos, la alegría de los más folclóricos y los fuertes contrastes dinámicos de los minuetos, echamos en falta algo más de drama y conmoción en el adagietto y el intermezzo, si bien aplaudimos rotundamente las fabulosas intervenciones de Juan Ronda a la flauta y Antonio Pérez al saxofón.
Bender y la Sinfónica brillaron especialmente en la página más sombría de la noche, la Sinfonía de Cesar Franck, un prodigio de religiosidad y grandilocuencia que resolvieron encontrando el perfecto equilibrio entre su peso sinfónico y la siempre pretendida ligereza francesa, y además de un solo impulso, sin que a la partitura se le notaran las costuras ni pareciera una pieza fragmentada. El Lento evidenció una dramática pesadumbre, mientras en el Allegretto sobresalió su carisma poético y el Finale se reveló compacto y resplandeciente. Una experiencia casi mística que contagió a un público que, salvo por algunas estrepitosas caídas de objetos, se comportó de manera impecable.
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