El pasado martes 16 de abril cumplió cien años Henry Mancini, y el próximo 14 de junio hará treinta que nos dejó. Por lo mucho que ha representado para nosotros, que hemos seguido su carrera con devoción y escuchado su música con deleite, no podíamos dejar la oportunidad de dedicarle unas palabras de sentido homenaje y sincero agradecimiento. Ya entonces, cuando falleció, le dedicamos cuatro programas en Radio Aljarafe, donde por aquel entonces realizaba un programa de cine con su gemelo sobre bandas sonoras. Repasamos toda su carrera cinematográfica con el material con el que por entonces contábamos, fundamentalmente el catálogo de RCA Victor con el que grabó muchas de sus bandas sonoras convenientemente arregladas para disfrute doméstico en discos de vinilo que apenas superaban los treinta minutos de duración. Empezaban también a proliferar por aquella época recopilatorios de su música grabadas por él mismo al frente de la Mancini Pops o la Royal Philharmonic, además de un impresindible disco en el que Erich Kunzel se contenía un poco para ofrecer lo mejor del compositor con toda la elegancia que su música requiere, dirigiendo la Cincinnati Pops y los coros del propio Mancini. Precisamente sus coros han sido marca de la casa, y aunque ese estilo armónico y contrapuntístico de entonar las canciones no lo inventó él, ya sonaban así por ejemplo en La colina del adiós de Fain y Webster o en El Álamo de Tiomkin y Webster, no cabe duda de que él les imprimió un estilo muy particular y perfectamente reconocible para cualquier aficionado o aficionada.
Desde aquel ya lejano 1994 son muchas las bandas sonoras de Henry Mancini que han conocido una edición más completa y fiel al original, de forma que las clásicas grabaciones de Desayuno con diamantes, Charada, Hatari o Dos en la carretera conviven hoy con sus ediciones extraídas directamente de las bandas de sonido de las películas, con mayor duración y los temas principales sometidos a un sinfín de variaciones. En este tiempo incluso se han editado bandas sonoras que permanecían inéditas, con sólo sus temas principales grabados por el propio Mancini y su orquesta. Es el caso de la imprescindible Días de vino y rosas o de Momento a momento, un mediocre thriller romántico de Mervyn LeRoy protagonizado por Jean Seberg del que sólo contábamos con su tema principal a piano y orquesta, y con coros sólo en la versión de Kunzel.
Otras bandas sonoras míticas de su catálogo permanecen inéditas, como Querido corazón o Su juego favorito, teniéndonos que conformar con sus temas principales regrabados para los recopilatorios que Mancini editaba frecuentemente alternando temas propios con otros de colegas de profesión como Francis Lai, Michel Legrand o Nino Rota. Pero el caso más flagrante es el de la canción Life in a Looking Glass, que casi cuarenta años después de ser nominada al Oscar por la película semiautobiográfica de Blake Edwards Así es la vida, la versión original cantada por Tony Bennett sigue inédita. El estilo Mancini, con esa proverbial forma de trabajar el contrapunto y la armonía, perceptible en la melodía acompasada con un toque melódico y tonal alternativo para potenciar la elegancia de la partitura, caló también en otros compositores como Neal Hefti, Quincy Jones e incluso un incipiente Johnny Williams, que había trabajado con Mancini en sus primeras grabaciones, antes de encontrar su propia voz inspirándose en el sinfonismo del Hollywood clásico.
Como tantos otros compositores, el estilo de Mancini fue resultado de su bagaje cultural y profesional. La escuela de composición ligera norteamericana, con Gershwin, Porter, Berlin, Kern y Rodgers a la cabeza, influyó considerablemente en el suyo propio, así como su trabajo junto a Glenn Miller y su orquesta, lo que le propició arreglar varios de sus temas para el biopic que protagonizó James Stewart en 1954, Música y lágrimas. Su trabajo para películas de terror y fantasía de bajo presupuesto que tanto proliferaron en el cine de los cincuenta inspirado por la amenaza nuclear, le permitió cultivar ese estilo sinfónico que también dominó pero que pronto abandonaría para adaptarse el lenguaje televisivo. Aquellos trabajos sinfónicos, a la sombra de los maestros resposables de los estudios Herman Stein y Hans J. Salter, en películas como La mujer y el monstruo o Tarántula, fueron recuperados en un disco titulado Mancini in Surround, mientras su estilo sirvió al autor para enfrentarse ya en los ochenta a trabajos tan exóticos como Lifeforce o Santa Claus.
Huelga decir lo mucho que representó para su carrera y reconocimiento conocer a Blake Edwards y entablar a raíz de esta colaboración una amistad inmarchitable con Julie Andrews. Ella y Audrey Hepburn definieron a la perfección su música y estilo, especialmente la protagonista de Mary Poppins, para quien compuso sus dos únicos musicales, Darling Lili y ¿Víctor o Victoria?. El fracaso del primero contrasta doce años después con el éxito del segundo, que propició incluso su único salto a la escena de Broadway. Por cierto, nuestra ciudad, que nunca logró que el compositor se asomara a ella aunque fuese a propósito de los añorados Encuentros de Música de Cine, inspiró The Shady Dame from Seville, que entonaba primero Julie Andrews y más tarde, en clave cómica, Robert Preston. Pero no fue la única ocasión en que el músico citó la ciudad, que un año después compondría unas sevillanas mal entendidas para La maldición de la pantera rosa.
Dicen que Blake Edwards se interesó por Mancini a raíz de la impresión que le causó su música para Sed de mal de Orson Welles, uno de los ejemplos más evidentes de la influencia del jazz en el cine, aunque la suya siempre fue en un tono tímido, ligero o quizás mestizo en consonancia con Un tranvía llamado deseo de Alex North o El hombre del brazo de oro de Elmer Bernstein, en lugar del más puro ejercido por Duke Ellington en Anatomía de un asesinato o Miles Davis en Ascensor para el cadalso. Mancini reinventó a su manera el foxtrot y la bossa nova en los sesenta y el soul en los setenta, con puntuales incursiones en el country. Lo cierto es que Edwards contó con él para sus series de televisión Peter Gunn y Mister Lucky, a las que siguió el largometraje de ambiente estudiantil protagonizado por Bing Crosby High Time. Pero los productores todavía no confiaban en el joven Mancini y encargaron la canción principal, The Second Time Around, a Sammy Cahn y James Van Heusen, autores de las exitosas Love Is the Tender Trap, All the Way o High Hopes, a la mayor gloria de Frank Sinatra.
Mancini tendría que esperar a 1961 para encargarse de la partitura completa, canción incluida, de Soltero en el paraíso de Jack Arnold, y sobre todo Desayuno con diamantes, que le reportó dos Oscars a la mejor banda sonora y mejor canción por la icónica Moon River. Edwards sólo prescindiría de Mancini en cuatro ocasiones, Dos hombres contra el oeste, con música de Jerry Goldsmith, Diagnóstico asesinato de Roy Budd, La semilla del tamarindo de John Barry y Micki y Maude de Lee Holdridge con canción de Michel Legrand. El resto cuenta con puntales fundamentales, además de las ya mencionadas, como la saga de La pantera rosa, La carrera del siglo y El guateque. Sus colaboraciones con Howard Hawks, especialmente Hatari, para la que compuso el popular Baby Elephant Walk, Stanley Donen, precisamente centenario dos días antes que Mancini, con Arabesco intentando emular el éxito de Charada, y Vittorio de Sica contribuyendo en gran medida a hacernos llorar con la trágica historia de amor protagonizada por Sofia Loren y Marcello Mastroianni en Los girasoles, son otros de los trabajos memorables del compositor.
Nunca abandonó la televisión, para la que en los setenta ilustró las aventuras de Sam Cade, El caballero de azul, los detectives agrupados bajo el título de Misterio o el pequeño relato Traficantes de dinero. Y en los ochenta volvió a triunfar con la banda sonora de El pájaro espino y los glamurosos temas principales de Hotel y Remington Steele. Pero volvemos a 1979 para terminar con una secuencia inimitable, la de Dudley Moore conduciendo su Mercedes descapotable al son de He Pleases Me en la voz de Julie Andrews por las soleadas y costeras carreteras de Los Angeles, admirando la juventud circundante antes de reparar en la deslumbrante belleza de Bo Derek acudiendo en un Rolls Royce a la iglesia bajo el velo de novia, mientras el tema acentúa su potencia con un elocuente crescendo. Se trata por supuesto de 10, la mujer perfecta, trabajo que ejemplifica a la perfección el universo de Blake Edwards y su particular visión del sexo y la madurez, donde el Bolero de Ravel no conseguía eclipsar la magnífica banda sonora de Mancini, incluyendo otros dos temas estelares, It's Easy to Say y Don't Call It Love, el primero, como la banda sonora, nominado al Oscar. Un film excelente no suficientemente reconocido que ejemplifica a la perfección el mundo elegante y sofisticado al que Mancini puso música de la forma más extraordinaria y placentera posible.