Ventura Rico sabe cómo celebrar cada ocasión y emocionar con su proverbial facilidad de palabra, aunque sus parlamentos alarguen de forma más o menos considerable la propuesta musical. Ayer explicó con lucidez la relación de cada concierto de esta temporada con un cuadro de Velázquez, aprovechando el cuarto centenario de la incorporación del pintor sevillano a la Corte de Felipe IV. Tras El aguador de Sevilla, que sirvió de ilustración para el concierto en el que la orquesta tuvo como invitada a la violinista Midori Seiler, llegó Dos jóvenes a la mesa, cuadro que comparte con el anterior exhibirse en el londinense Museo Wellington de Apsley House. En este bodegón de la primera etapa sevillana de Velázquez, dos jóvenes ebrios ocupan el extremo izquierdo de la escena, que el conjunto identifica con quienes disfrutaron en su día de las lecciones magistrales de quien a finales del siglo XVII era considerado el compositor más celebrado e influyente, Arcangelo Corelli. Se trata de George Muffat y Francesco Geminiani, aunque se duda de que este último fuera ciertamente alumno suyo, pero de lo que no cabe duda es que era uno de sus más fervientes admiradores.
Rico aprovechó también para destacar la presencia en los atriles de cinco jóvenes provenientes de la cantera de la Academia de la orquesta, uno de los imprescindibles proyectos de la Asociación de Amigos de la Barroca de Sevilla, todas y todos galardonados con alguno de los premios que otorga la institución anualmente. Una integración perfecta con los maestros y maestras de la formación, y el saludo de bienvenida emocionado y emotivo de su fundador, para quien resulta tan satisfactorio sembrar como disfrutar los resultados, marcaron uno de esos conciertos del conjunto sevillano que brillan por su excelencia y soberbia redondez. Tuvo mucho que ver en ello la mano firme y ágil de la directora invitada, la violinista polaca Martyna Pastuszka, nueva en la ya larga nómina de ilustres colaboradores y colaboradoras de la orquesta, y que lució un sonido brillante y un ritmo frenético, perfectamente contagiado al resto de sus colegas. No hubo en el programa ninguna pieza para su lucimiento exclusivo, pero su voz se dejó notar en muchos de los pasajes de las obras seleccionadas, inspirando al resto de convocados y logrando con ellos y ellas una simbiosis perfecta, aunque dándole réplica frecuentemente el violín de Ignacio Ramal, soberbio también en sus intervenciones.
Conviene redescubrir y revisar la música del excepcional Georg Muffat, alemán de origen escocés y formado en París, un bagaje que da a su música un carácter cosmopolita muy significativo y que se dejó notar especialmente en la Suite nº 1 del Floregium Primum que abrió el concierto. Tras una suntuosa obertura a la francesa en la que sin embargo se dejó notar algún desencuentro entre las voces graves y agudas que enturbió la exhibición, pronto resuelta en el air que le sigue, pero presente de nuevo en la sarabanda, después de la cual ya no hubo resquicio para el defecto o la irregularidad, el resto de la suite deambuló entre melancólicos paseos por la campiña y vertiginosas danzas de muy variado acento geográfico, resueltas con un sentido del equilibrio y del ritmo que se mantendría ya hasta el final del agotador concierto.
Los característicos pasajes fuertemente arpegiados, sus armonías suntuosas y polifonía clara y melodiosa, así como la atmósfera volátil que identifica la música de Corelli encontraron eco en una nutrida y disciplinada orquesta que brilló en los dos conciertos grossi del opus 6 elegidos para la ocasión. Pero fue la música elegante y exquisita de Muffat la que se benefició de los momentos más inspirados de la velada, con un excepcional y contenido diálogo entre el clave de Alejandro Casal y la cuerda en el adagio de la Sonata nº 5 de la colección Armonico Tributo, y la presencia elocuente y majestuosa del joven Guido García al órgano en la nº 4. El dilatado passacaglia final de la Sonata en Sol mayor y el arreglo como concerto grosso que Geminiani hizo de la famosa La Folia de Corelli, sirvieron con sus interminables variaciones para lucimiento de la invitada y el resto del elenco, que aprovechó para imprimir las páginas de una exuberante fantasía y generar ese contraste dinámico perfecto que merece la fascinación y admiración absolutas que nos inspira la Barroca de Sevilla en la mayoría de las ocasiones.
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