8º Concierto de abono Ciclo Gran Sinfónico de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Michael SchØnwandt, dirección. Programa: Sinfonía nº 9 en Re mayor, de Mahler. Teatro de la Maestranza, jueves 4 de abril de 2024
Debió haber dirigido una Séptima de Mahler la pasada temporada, pero la huelga de la Sinfónica de Sevilla se lo impidió. Tampoco el adagio de la nº 10 (inacabada) pudo interpretarse por el mismo motivo, dejando la voluntad de interpretar el conjunto de las sinfonías de Gustav Mahler en el limbo, como parece demostrar el hecho de que esta temporada sólo se hayan programado un par de ellas. Pero Michael SchØnwandt se ha quitado la espinita dirigiendo esta vez una Novena radiante y espectacular, sin descuidar sus aspectos expresivos más sensibles e intrincados y sacando el máximo provecho de una orquesta reforzada con muchas caras nuevas y jóvenes, un centenar de maestros y maestras llevando a cabo un trabajo extenuante, agotador, y de una calidad indiscutible.
Lo primero que llamó la atención fue la disposición de las y los músicos, con la cuerda aguda en primer plano a un lado y otro del director, la grave detrás, con violonchelos a su izquierda y violas a la derecha, y ocho contrabajos ocupando el extremo izquierdo del escenario. Maderas, metales y percusión mantuvieron naturalmente su posición habitual, mientas el arpa de Iolkicheva sa pasó de un ala al otro. Algo de la celebrada rotundidad de la cuerda grave se perdió por el camino por esta decisión, pero ganó el diálogo y la apuesta por una mayor conjunción entre los instrumentos, provocando una sensación de compenetración extrema, especialmente difícil teniendo en cuenta la enorme cantidad de integrantes convocados.
La Novena de SchØnwandt superó la ya de por sí paladeada de Halffter de hace una década, y desde luego también la muy valiosa y valiente que ofreció la OJA un año antes en 2013. Aunque pareció optar en un principio por tempi rápidos, el ingenio y la habilidad con que la abordó hizo que sin darnos cuenta alcanzara casi la hora y media de duración, quince minutos por encima de la media, y muy próxima a la tan meditada que Bernstein grabó junto a la Filarmónica de Nueva York en la década de los sesenta del pasado siglo. Lo mejor es que esa lentitud que tanto nos costó apreciar, no supuso morosidad ni pesantez, sino todo lo contrario, una auténtica efervescencia de los sentidos puestos al servicio de una escucha atenta y entregada.
La batuta optó por no acentuar demasiado los contrastes, de forma que las transiciones entre los pasajes más reposados e intimistas del doliente primer movimiento, se fusionaron con mucha naturalidad con los más dramáticos y agitados, provocando una auténtica catarsis de pena y desesperación. SchØnwandt logró que los instrumentos cantasen de forma tan poética como lo hace la voz en otros trabajos de su conjunto sinfónico, incluida esa Canción de la Tierra a la que esta sinfonía parece seguir de manera casi mística y religiosa. Su sentido de la narración le llevó a construir una Novena sólida y compacta, como si sus cuatro movimientos, tan diferentes entre sí y en tonalidades distintas, se fundiesen como un todo siguiendo un hilo narrativo perfectamente perceptible, que nos lleva de la nostalgia al adiós a través del dolor y el sarcasmo.
La relación y alternancia entre el caos y lo organizado quedó perfectamente plasmada gracias a la arquitectura del director y las prestaciones de una orquesta en magnífico estado, sin deslices ni fisuras, todos y todas entregadas a la consecución de una obra majestuosa y conmovedora, como piezas de un engranaje imposible de quebrar, sin caída alguna de tensión y con mensajes muy precisos, donde la vida y la muerte se interrelacionan de idéntica forma como lo hacen los ländler y grotescos acordes de los movimientos centrales con los meditabundos y tan llenos de consuelo de ese movimiento final que se difumina con los largos acordes en pianissimo que ponen punto final a una obra descomunal en progresión agónica.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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