Thaïs de Massenet
Coproducción de la Ópera de Gotemburgo y la Ópera Nacional de Finlandia.
Pedro Halffter, dirección musical. Nicola Raab, dirección escénica. Iñigo Sampil, director del coro. Johan Engels, escenografía y vestuario. Linus Fellbom, iluminación. Intérpretes: Nino Machaidze, Plácido Domingo, Antonio Gandía, Stefano Palatchi, Micaëla Oeste, Marifé Nogales. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
Teatro de la Maestranza, 28 de octubre de 2012
De la colaboración entre Plácido Domingo y Pedro Halffter en el Teatro Real hace un par de temporadas con Cyrano de Bergerac, surgió la promesa de volver a trabajar juntos en Sevilla, que ahora ha dado sus frutos, aunque sea a remolque de una producción presentada en la primavera pasada en el Palau de las Arts. Una promesa que ha devenido en el reencuentro del tenor, ahora también barítono, con el público sevillano, tras trece años de ausencia, cuando abordó el papel protagonista de El Cid, curiosamente compuesta por el mismo Massenet. Y ha devenido igualmente en la puesta en escena de una ópera raramente programada y escasamente divulgada, de la que apenas se conoce su célebre Meditación, pieza de repertorio para cualquier violinista que quiera exhibir su potencial sentimental, como así hizo el concertino de la ROSS, Eric Crambes, con sensibilidad pero sin resultar empalagoso. Su programación en el Maestranza es un motivo para regocijo, pues nos encontramos ante una partitura mucho más interesante de lo que parece, relegada como ha estado siempre a un puesto muy por debajo de otros títulos del autor, como Werther, Manon y el propio El Cid. Una partitura rica en detalles y matices, melodiosa como es habitual en Massenet, llena de elementos exóticos y sensuales a costa de su ambientación orientalizante. En suma, una obra plenamente disfrutable, merecedora de mayor atención de la que se la ha prestado tradicionalmente, algo que va cambiando en parte por el interés que desde hace más de una década ha suscitado en la soprano norteamericana Renée Fleming, muy amiga por cierto de Plácido Domingo.
El tenor regresa así a la capital andaluza y nos trae además consigo un regalo en forma de festival con el que recuperamos en la ciudad el placer de escuchar buena música de cámara en directo. Viene con una voz tan regenerada en su tranformación de tenor a barítono que prácticamente resulta difícil, por no decir imposible, identificar su particular timbre, a pesar de lo cual no son pocas las ocasiones en las que tiende a abordar el papel desde la tesitura de su tradicional registro. Y es que él mismo reconocía en declaraciones personales que el papel de Athanaël está concebido de forma tal que permite una combinación de ambos registros. Y ciertamente es fácil imaginar muchos de sus pasajes cantados con voz de tenor, a lo que el cantante añade que para él ha sido una suerte que Massenet finalmente se decantara por la voz de barítono, así ahora puede incluirlo en su repertorio, lo que demuestra que si se ha decantado por este nuevo registro en esta época de su vida es por adaptar la voz a su edad y poder seguir disfrutando de su gran pasión y de paso hacernos disfrutar a nosotros. Lo cierto es que siempre ha sido de esos raros talentos que son capaces de abordar ambos registros con éxito, y lo ha demostrado satisfactoriamente.
Pero Thaïs es fundamentalmente una ópera de soprano, y en este sentido ha sido un placer también descubrir en nuestro escenario la voz potente, arrolladora y poseedora de tan bello timbre, de la georgiana Nino Machaidze, una de las grandes revelaciones operísticas de los últimos años, debutando con un papel que volverá a abordar en Los Angeles muy pronto. Su voz no presenta ningún problema en la zona aguda, pero cuando se enfrenta a las notas graves pierde brillo y acusa dificultad para mantener el equilibrio y dejarse oír. Eso provocó que no hiciera justicia al precioso aria Qui te fair si severe, hasta el punto de que si no fuera por la intervención final del coro apenas se hubiese percibido su preciosa melodía en todo su esplendor. Y es que Machaidze estuvo demasiado afectada en todo momento, acentuando un carácter apocado y melancólico de su heroína por encima del sensual y decidido. Mejor resultó el otro aria estrella, Di moi que je suis belle, así como el dúo del tercer acto junto a Plácido Domingo, donde primó la coordinación y la química entre ambos intérpretes. Antonio Gandía como Nicias exhibió un bello timbre si acaso con una proyección no muy generosa, mientras Stefano Palatchi fue un Palemón de voz tremolante; Micaëla Oeste y Marifé Nogales vieron su participación muy reducida con la supresión de Celle qui vient est plus belle, un hermosísimo interludio vocal entre las habituales danzas de las óperas francesas, también naturalmente suprimidas.
La acción se trasladó caprichosamente de la Alejandría del S. IV al París del S. XIX, con Thaïs como diva de un teatro que casi parecía un calco de la escenografía del célebre musical de Lloyd Webber El fantasma de la ópera. Este cambio de época y espacio suele ser una práctica muy extendida, poco respetuosa con el libreto, dando fruto a incoherencias y falta de correspondencia entre lo que vemos y lo que oímos. No existe una explicación convincente para ello en este caso, pues igual nos acerca el tema si se representa en la belle époque que si se hace en las antiguas bacanales; si acaso la confrontación entre espíritu y carne queda mejor reflejada en ese ambiente de seducción oriental llena de simbología sexual que en este otro más conceptual. Dio para un vestuario muy vistoso y unos decorados que acusaban horror vacui. Mejor nos parece respetar la ambientación original recurriendo a la imaginación para no resultar repetitivos, simplificar y conseguir ser más creativos. Así visto Athanaël parecía El fantasma, Thaïs la pobre y recatada Christine, y Nicias el enamorado Raoul, con la única diferencia de que éste renuncia a su adorada. Ya desde la escena de la visión se preveía otro espectáculo rancio, patético y ridículo, que sin embargo ha cosechado los aplausos de crítica y público desde su paso por Valencia. Entre los momentos escénicos que más celebramos estuvo el alejamiento del camerino de Thaïs cuando ésta decide renunciar a su mundo de lujo y vicio para convertirse en sacerdotisa (otro típico argumento lírico disparatado en el que la mujer se sacrifica para redimir al hombre, lo que nos hace pensar si no sería más saludable interpretar estas joyas musicales en versión concierto y repudiar sus aspectos escénicos, generalmente abocados al derroche), Y otro momento que aplaudimos fueron las idas y venidas entre saltos y carreras de los cenobitas (aquí una especie de masones), que recordaban a los bailarines del Follies Bergere que acompañaban a las chicas del can-can. Por cierto que en ese tercer acto hemos pasado del París de finales de siglo al desierto y a un convento no de monjas sino de extrañas sacerdotisas. Y todo eso en una ópera en la que, aparte de los ballets suprimidos, hay mucha parte instrumental que se hubiera favorecido de alguna danza, proyección o solución visual más satisfactoria, de forma que en conjunto el espectáculo resultara menos frío, lento, mortecino y, en general, apagado.
Para Halffter estos repertorios románticos son muy agradecidos, aunque su batuta estuvo más contenida de lo habitual y pasó factura a la hora de emocionar con sus sinuosos, suntuosos y atractivos pentagramas. La orquesta no obstante sonó técnicamente impecable y con ese particular brillo que tanto la caracteriza, algo extensible también a la espléndida labor, una vez más, del coro.