Dos celebérrimas páginas musicales de Antonín Dvorák protagonizaron el segundo programa de abono de esta complicada temporada. Son sin duda, junto a las Danzas Eslavas, sus composiciones sinfónicas más populares, concebidas ambas durante su estancia en Nueva York como director del Conservatorio Nacional; una etapa caracterizada por las contradicciones del autor, que se debatía entre sus raíces checas y un nuevo estilo adaptado a los gustos norteamericanos.
Alban Gerhardt |
El Concierto para violonchelo, que fue la última obra que compuso en Estados Unidos, constituye un claro ejemplo de la primera tendencia, a la vez que se erige en una de sus obras más personales, seguramente por la influencia que en él ejerció el profundo afecto que sentía por su cuñada, fallecida durante la gestación de la pieza. Es por eso que hay que acercarse a esta partitura con extrema emotividad y un marcado carácter nostálgico e incluso religioso, patente especialmente en el segundo movimiento, y no con la germánica frialdad con la que lo hicieron Beermann y Gerhardt. Que Dvorák despreciara el violonchelo como instrumento sinfónico solista contrasta con la maestría con la que aprovechó en esta obra sus posibilidades tímbricas y emocionales, desde el desgarro más hiriente al lirismo más poético. Gerhardt sin embargo optó por mantener casi en todo momento un sonido suavón y excesivamente aterciopelado, caracterizado además por un escaso nivel de volumen y expresividad, sin perjuicio de sus malabarismos técnicos. Tampoco la orquesta transmitió ese aluvión de sensaciones que desprende la partitura, como consecuencia de una dirección plana y rutinaria.
Frank Beermann |
En la Sinfonía del Nuevo Mundo el color americano es evidente. Su atractiva variedad melódica y su enorme dinamismo le acercan más al gusto de ese continente, exigiendo de su ejecución tanto brío como equilibrio orquestal. Su popularidad permite que si algo no encaja se perciba inmediatamente, y a la vez hace que cualquier matiz o elemento que resulte novedoso en su interpretación se agradezca enormemente. En lo primero aprobaron con nota tanto batuta como orquesta, pero en lo segundo todo resultó como en el Concierto previo, monótono y rutinario, prescindible. La ROSS exhibió brillantez tímbrica y cristalinas prestaciones, pero en el campo de las emociones los resultados se quedaron muy cortos.
Antes de este Festival Dvorák, se interpretó una divertida página del compositor y clarinetista Jörg Widmann, en la que pone todos los recursos orquestales, resoplidos de los maestros incluidos, al servicio de una deformación de temas de las sinfonías nº 7 y 8 de Beethoven, expuestos con gran espectacularidad y dinamismo y logrando de la Sinfónica una exhibición más que solvente.
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