jueves, 25 de octubre de 2012

EL PÚBLICO SEVILLANO DESCUBRE LOS ENCANTOS DE LAS CUATRO ARDEO

Cuarteto Ardeo: Olivia Hughes y Carole Petitdemange, violines. Lea Boesch, viola. Joëlle Martínez, violonchelo. Programa: Cuarteto en Si bemol mayor Op.1 nº 1 Hob.III:1 de Haydn; Cuarteto en Fa mayor de Ravel; Cuarteto en Sol menor Op.10 de Debussy. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, miércoles 24 de octubre de 2012

Avaladas por un sinfín de premios en concursos internacionales y por el éxito obtenido fuera y dentro de nuestras fronteras, recalaron por fin en Sevilla las jóvenes integrantes del Cuarteto Ardeo, cuya andadura de más de diez años le otorga ya categoría de veterano. Y lo hicieron con un programa exquisito y muy bien articulado, en el que ejecutaron a modo de introducción el primer cuarteto, aún divertimento en cinco movimientos, de uno de los creadores del género, Haydn (el otro fue Boccherini), seguido de dos de sus cumbres, los de sus compatriotas Ravel y Debussy.

Con el compositor austriaco se empeñaron a fondo en evitar cualquier tendencia de índole romántica, ahorrando vibrato y ajustándose a los parámetros de un preciso clasicismo, pero más en la forma que en el fondo, de manera que la pieza sonó, en cierto modo, seca y abrupta. Por el contrario acertaron en impregnar de elegancia sus dos minuetos, seducir con su fraseo y mimar la melodía. Aunque la nota predominante fue la cohesión y compenetración entre las cuatro instrumentistas, no cabe duda de que en el Adagio Olivia Hughes supo aprovechar muy bien sus oportunidades de lucimiento.

Gran admirador de Debussy, Ravel utilizó su modelo para su único cuarteto, aunque terminó dedicándoselo a Fauré. Las Ardeo supieron, a través de un preciso control de dinámicas, fluctuar la temperatura inherente a la pieza, así como dotarla de fluidez sin resultar enrevesadas, a través de un dominio técnico que les permitió salvar con éxito la profusión de trinos, armónicos, síncopas y trémolos que contiene la obra. Con una interpretación llena de musicalidad y fuerza evocadora, se apreciaron sin embargo en momentos puntuales cierta falta de confianza y decisión, como en los pizzicati del segundo movimiento (Assez viz), algo faltos de energía. El Cuarteto de Debussy exige más confrontación que unidad entre los intérpretes, lo que en su base se traduce igualmente en estrecha colaboración entre los mismos, algo de lo que las jóvenes Ardeo hicieron gala en todo momento de su actuación. Su movimiento lento fue defendido excelentemente por Carole Petitdemange al violín, con sencillez al principio y mucha pasión al final. Si bien en ningún momento el conjunto exhibió un sonido brillante ni aterciopelado, sino más bien áspero, salvaron con aparente facilidad el equilibrio, la armonía y la voluptuosidad que contiene la pieza, así como sus constantes variaciones rítmicas, logrando una muy adecuada sensación general de ensoñación. La exhibición terminó con el movimiento lento del Cuarteto nº 2 de Tchaikovsky como propina, interpretado con contención y mucha sensibilidad.

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