Ópera de Leos Janácek. Libreto del compositor según la obra “Její pastorkyna” de Gabriela Preissová. Will Humburg, dirección musical. Robert Carsen, dirección escénica. Maria Lamont, reposición de la puesta en escena. Patrick Kinmonth, escenografía y vestuario. Robert Carsen y Peter Van Praet, iluminación. Con Agneta Eichenholz, Ángeles Blancas, Peter Berger, Thomas Atkins, Nadine Weissmann, Isaac Galán, Felipe Bou, Marifé Nogales, Marta Ubieta, Zayra Ruiz, Patricia Calvache, Ruth González, Alicia Naranjo, Paula Ramírez y Andrés Merino. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Producción de la Ópera Ballet Vlaanderen de Amberes. Teatro de la Maestranza, jueves 16 de febrero de 2023
Teníamos mucha ilusión y esperanza depositada en el que consideramos el
título más emblemático, interesante y arriesgado de la presente temporada en el Maestranza, aunque no nos cabía duda de que si todo salía bien, el público asistente respondería entusiasmado, como así ocurrió en un coliseo en el que se pudo apreciar una mayor presencia de personas dedicadas al arte y la vida aparentemente bohemia, corroborando el
carácter de acontecimiento cultural y hasta cierto punto vanguardista que tenía la propuesta. Ahora solo hace falta que los responsables de divulgar sus excelencias seamos capaces de transmitir nuestro entusiasmo, que los canales por los que lo hagamos funcionen y lleguen a la máxima audiencia posible, y los numerosos huecos que todavía quedan en el teatro para las dos próximas y últimas funciones se tapen por completo. Nadie lo lamentará, porque
nos encontramos ante un espectáculo completo, pura música, puro teatro, puro drama y todo a un nivel excelso, intenso y apasionado.
La producción que dirige el afamado
Robert Carsen, presente también en este acontecimiento, incide como tantas otras suyas en su carácter puramente cinematográfico, con cierta inspiración en esta ocasión en el Lars Von Trier de
Dogville y
Manderlay, obras con las que la ópera de Janácek y la obra de Preissová en la que se basa guardan muchas similitudes. Ahí están para demostrarlo esa
comunidad pequeña y cerrada, eminentemente rural, castrante y juzgadora, en el que afloran las frustraciones de una serie de mujeres ahogadas y maltratadas por el sistema. Si Trier diseñaba una escenografía simplemente marcada en el suelo a modo de plano, sin
atrezzo ni paredes, y con solo el cuidado vestuario del elenco como ornamento, Carsen hace lo propio con un suelo inclinado y
cubierto de esa tierra que define su ambiente rural inspirado en la región checa de Moravia donde transcurren los trágicos acontecimientos. Pero él echa mano de toda una colección de puertas cuyo diferente emplazamiento va creando los diferentes espacios a lo largo de los tres actos. No cabe duda de que estas puertas representan
la opresión del pueblo y sus convenciones sociales, la curiosidad de unos habitantes que miran y observan a través de sus aperturas, y
la esperanza que abiertas suponen para la torturada protagonista, y que una vez desaparecidas abren su horizonte, más impreciso en el libreto que en la feliz y muy discutible solución de Carsen, que apuesta decididamente por la redención de Laca frente a la ingenuidad y exceso de bondad de la desgraciada Jenufa, otro personaje para la
galería de mujeres maltratadas que durante tanto se consideraban ejemplo de heroína, y que hoy exige un replanteamiento inteligente e ingenioso para adaptarse a nuestra renovada sensibilidad.
El esmerado vestuario nos alerta de que nos encontramos en los primeros años cuarenta del pasado siglo, últimos en los que esa tierra tan importante para la familia Buryja y el resto de sus moradores, seguía siendo esa patria de los checos reconvertida en parte del telón de acero tras la guerra de la que Steva se libra gracias a su posición privilegiada, marcando la principal diferencia con su defenestrado hermanastro, y representando así la eterna distinción entre clases, entre quienes disfrutan de la vida y quienes la sufren. La sencilla pero muy eficaz puesta en escena se benefició además de una iluminación a menudo discreta y funcional, pero con momentos sublimes en los que las sombras y las gradaciones lumínicas, fundamentalmente el atardecer del tercer acto, toman protagonismo.
Ángeles Blancas triunfa en lo vocal y en lo dramático
La soprano sueca Agneta Eichenholz se metió en la piel de una Jenufa demacrada que padece las inclemencias de un libreto cruel con ella y sus esperanzas sentimentales. Espléndida en la zona alta de su registro, capaz de rutilantes agudos, evidenció sin embargo ciertas carencias de proyección en la baja, lo que provocó que la orquesta ahogara algunos de sus conmovedores pasajes. No obstante mantuvo muy bien la voz y la compostura en una ópera que exige su presencia permanente en escena y una generosa participación vocal. Perfectamente dirigida, creó con inteligentes matices un personaje vulnerable y descreído. Suya fue una oración del segundo acto de canto dulce y aterciopelado. Ángeles Blancas le dio réplica como Kostelnicka o sacristana, su madrastra, logrando ese matiz duro y áspero que debe acompañar al personaje, sin descuidar ese otro lleno de ternura y compasión que revela que sus motivaciones están presididas por el amor y la generosidad de una verdadera madre. Blancas se metió absolutamente en su papel, como pocas veces hemos visto en otras producciones y títulos vistos en el Maestranza, haciendo alarde de una entrega absoluta. Un registro rico, un torrente de voz apabullante y un sentido extraordinario del drama lograron una intervención modélica y arrolladora que se saldó con la mayor ovación del público. A todo ello hay que añadir la enorme dificultad de cantar en checo, manteniendo todas las inflexiones y cambios de color que exige la compleja partitura.
Peter Berger, el único eslovaco de la función, triunfó como Laca en potencia y proyección pero acusó
una voz a menudo vibratada y ocasionalmente ahogada. Acertó sin embargo en plasmar esa evolución emocional y sentimental del personaje que tanto incide en la trama. También convenció con su actuación el neozelandés
Thomas Atkins, que en lo vocal encontró el tono justo y una proyección perfecta. Del resto destacamos la homogeneidad y la sobriedad tímbrica de la mezzo
Nadine Weissman como abuela, y
aplaudimos el cambio de Jano por Jana, algo que últimamente se hace a menudo, potenciando así la imagen de esa mujer oprimida que ve en la educación y la cultura un camino de salvación y progreso.
Ruth González le dio vida con considerables dosis de ternura e ingenuidad. De los secundarios destacamos al bajo
Felipe Bou, un alcalde de voz rotunda y autoritaria, mientras
Zayra Ruiz y el resto de voces femeninas cumplieron su cometido con entrega, solvencia y mucha naturalidad. Las intervenciones del
coro, tanto masculino y mixto en el primer acto como femenino en el tercero, resultaron impecables y suntuosas, completadas con
un movimiento escénico enérgico y ejemplar.
Pero si algo es especialmente importante en la música sin igual del compositor checo es sin duda el tejido orquestal, rico, exuberante y lleno de expresividad. Will Humburg empezó titubeante, sin llegar a emocionarnos, como si entendiera la partitura con una mayor dosis de pusilanimidad, sin la fuerza y la decisión que le caracteriza. Afortunadamente esto cambió después el descanso, ofreciéndonos de la mano de una Sinfónica entregada y luminosa, una interpretación enérgica y perfectamente matizada de esta magistral obra, con crescendi fascinantes y momentos llenos de magia que lograron que gran parte de la tensión dramática acumulada fuera consecuencia de su extraordinario trabajo y fuerza expresiva. La Jenufa de Carsen, Humburg, Blancas y Agneta Eichenholz se reveló así como la perfecta simbiosis entre teatro y música, funcionando satisfactoriamente en su perfecto engranaje y mereciendo que el público acuda y se entusiasme tanto como lo hizo el presente en la función de estreno.
Fotos:
Guillermo MendoArtículo publicado en
El Correo de Andalucía