Hacía mucho tiempo que no disfrutábamos en nuestros escenarios de una orquesta sinfónica que no fuera nuestra. Más de una década llevamos sin hacerlo, algo que no ha ocurrido con los conjuntos barrocos, gracias fundamentalmente al Festival de Música Antigua. Hubo un tiempo en que era corriente contar con orquestas de otras partes del país, un programa de colaboración intercultural que dio muy buenos frutos y nos dio la posibilidad de calibrar cómo estaba el panorama fuera de aquí. Hemos perdido la cuenta de los años que han pasado sin que ninguna orquesta sinfónica europea haya puestos sus pies en Sevilla. Todo esto nos hace perder la perspectiva, bloquearnos con la forma de hacer de nuestra Sinfónica, con apenas algún resquicio aportado por orquestas jóvenes que no sirven para generar esa perspectiva comparativa tan necesaria para calibrar en su justa medida el quehacer de nuestro celebrado conjunto. Y menos mal que tenemos una orquesta como la ROSS, porque hubo un largo y triste período en que ni siquiera pudimos disfrutar de una satisfacción así. De cualquier manera, la visita de la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo se convirtió anoche en un acontecimiento extraordinario al que el acompañamiento de dos figuras tan legendarias y relevantes como la pianista Maria Joao Pires y el director británico Trevor Pinnock no hizo sino sumar en atractivo y lujo sin paliativos.
Pinnock y Pires llevan tiempo colaborando en conciertos por todo el mundo y junto a algunas de las más afamadas formaciones sinfónicas, como la Filarmónica de Berlín. Sin embargo, ninguno de los dos se caracteriza por interpretar a Beethoven. Pinnock creo que ni siquiera lo ha grabado, mientras las grabaciones de Pires, concertantes o no, son contadas. Otra cosa es Mozart, todo un referente para el director, que además conformó con el compositor su particular y revolucionaria visión historicista de la interpretación, con integrales y páginas sueltas desperdigadas por su monumental discografía. También Pires ha diseñado su estilo y repertorio fundamentalmente a través del genio salzburgués, además por supuesto de Chopin. Por eso la de anoche fue también una ocasión para el descubrimiento, desnudo de referencias y prejuicios, al que hubo que añadir el privilegio de hacerlo junto a la que es la orquesta más relacionada en lo sentimental con el autor de Las bodas de Fígaro. Con un falso acorde arrancó la Obertura que Beethoven compuso para el drama de Heinrich-Joseph Collin Coriolano, todo un ejercicio de misterio e intenso drama que brilló en las manos del muy experimentado Pinnock como si de una tormenta de intriga y reivindicación se tratara, haciendo ya un alarde de energía y vitalidad que le acompañaría el resto de la propuesta. Lástima que echáramos de menos algo más de ternura en sus pasajes líricos, malogrando parcialmente el fascinante contraste que informa este precedente del poema sinfónico.
Maria-Joao Superstar
Maria Joao Pires fue sin duda la responsable de que el Maestranza mostrara aforo completo. Hay que agradecerle a sus responsables que incluyeran Sevilla en esta gira española, bien sabemos que aquí los precios de las entradas son más asequibles y no dan, ni con todo vendido, para cubrir el caché de unos artistas tan cotizados. La fama de Pires es muy grande y nadie quería perderse la ocasión de volver a disfrutarla aquí, en directo. Reciente queda el recuerdo de ese Beethoven crispado y vehemente que nos ofreció la joven Lise de la Salle, nada que ver con el muy matizado, fino y cristalino pero más frenado de la pianista portuguesa, que superó su veteranía y cierta dolencia de cadera para no defraudar ni a los más escépticos. Combinó dinamismo y solemnidad en el allegro inicial del Concierto nº 3 de Beethoven, con amplios fraseos que contrastaron con los más recortados de Pinnock sin por ello dejar de estar en perfecta sintonía con el director y la orquesta. La batuta respetó en todo momento a la solista, que impuso su sonido al resto del conjunto, y nos ofreció generosos ejemplos de su estilo entre la ensoñación y cierto remilgo en las cadencias del primer movimiento y en el canto henchido de armonía y ternura del largo central. Sin pausa, quizás como respuesta al incómodo aplauso que malogró el obligado silencio entre los dos primeros movimientos, atacó con mucha energía y una precisa digitación, casi milagrosa dada su veteranía, el rondó final, siempre acompañada por el ritmo frenético que supo insuflar Pinnock a un conjunto que mantuvo una sonoridad homogénea y coherente con los parámetros de uno de los máximos responsables de que el clasicismo, aun a las puertas del romanticismo, suene hoy lo más parecido posible a como lo hacía en su época. Acaso faltó algo de humor en ese allegro final, pero mantuvo el drama y se benefició del escaso sentimentalismo que supo imprimirle la excelsa pianista, que coronó su intervención con el famoso largo del Concierto nº 5 de Bach, insólita propina por ir acompañada de orquesta, que Pires defendió con una elegancia no al alcance de cualquiera.
Pinnock y Mozart son una apuesta segura, y así fue que no defraudó en absoluto, ni siquiera por unos puntuales desajustes en las difíciles trompas naturales. Los golpes secos del arranque no desvirtuaron el carácter olímpico de la partitura, y acertaron en reflejar la arrogancia que acompaña algunos de los pasajes de su allegro inicial. En el andante Pinnock y la Mozarteum hicieron acopio de una melancolía subyugadora, sin excederse en ritmo y manteniendo un aceptable espíritu de ternura que derivó en agilidad centelleante, sin llegar a ser agresiva, en el minueto, y una saludable efusividad en un extraordinario molto allegro final, donde se impusieron unas dinámicas muy controladas y un énfasis dramático ascendente sinceramente apabullante. Un frenesí emocional que de haber contado con sus repeticiones habría elevado su calificación a monumental. Ahora solo hace falta que en breve volvamos a disfrutar de ocasiones como ésta, como hacíamos hace tanto, antes de que las sucesivas crisis hicieran tanto daño a la cultura en nuestra ciudad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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